Granma no se equivocó cuando hace unos días publicó un artículo del músico Arnaldo Rodríguez diciéndonos una verdad como un puño: “Cuba no es de todos”.
Nunca antes el órgano oficial del Partido Comunista había dado una muestra similar de transparencia y sinceridad. Poco después algún ser avispado cambió el titular porque una cosa es pensarlo y otra muy distinta, confesarlo.
Efectivamente, Cuba no es de todos. Es de los comunistas que esta vez no supieron disimular el mensaje con su sutil: “Esta calle es de Fidel” o “Las calles son de los revolucionarios”. No encontraron la manera de apelar a la formulación positiva del mismo enunciado. Pero no nos podemos distraer: ambas frases dicen lo mismo, que Cuba no es de todos.
Por eso hay cerca de tres millones de cubanos fuera de la Isla; por eso la gente prefiere cruzar la selva del Darién y no la Sierra Maestra o el Escambray. Por eso los balseros; por eso el odio, las ganas de no verte nunca más, la rabia, la ira, el insulto, la descalificación y la violencia.
La propaganda en Cuba es un instrumento de odio al servicio de quienes criminalizan la moderación, la protesta pacífica y el civismo y encima encuentran una tribuna en los medios de prensa al servicio del Partido Comunista.
La propaganda en Cuba es, además, altar para radicales que no aceptan que ante una apropiación indebida de la nación alguien les deje en ridículo con un simple “Estamos conectados, familia”.
Al hilo de los mensajes en negativo, esta semana vimos en la Mesa Redonda al ministro de Economía, Alejandro Gil Fernández, advertir de la comunicación negativa que acompaña a la nueva lista de actividades permitidas y prohibidas a la iniciativa privada en Cuba.
Gil Fernández venía a confesar de esta forma la incapacidad del Gobierno al que pertenece para vender en los medios de comunicación lo positivo de una medida que beneficia el emprendimiento privado en la Isla.
¿Y saben por qué no han podido vender una lista de 2.100 profesiones que se pueden ejercer ahora en Cuba? Porque se han dedicado a echar mierda sobre los cuentapropistas en el noticiero; se han esforzado en culparlos de la escasez; en acusarlos de poner precios abusivos y especulativos y ahora no hay forma de explicar a la gente de a pie por qué se les da un trato de favor en la Tarea Ordenamiento.
Pero también porque este balón de oxígeno que le dan al emprendimiento privado no va acompañado de un ‘mea culpa’ del inútil que encorsetó durante años el Trabajo por Cuenta Propia en Cuba y lo limitó a sólo 127 profesiones autorizadas.
Dice el ministro Gil Fernández que no hay improvisación en la Tarea Ordenamiento. Claro que la hay, por Dios. No levantan el pie de la actividad privada porque quieren. Lo hacen porque no les queda más remedio. El Gobierno de Cuba está asfixiado y eso lo percibimos casi todos los ciudadanos. Por eso es imposible que compremos el mensaje positivo por delante del negativo que, además, es muy malo.
¿A quién se le ocurre incluir en una lista de 124 profesiones prohibidas a periodistas, arquitectos o ingenieros junto a quienes trafican con especies prohibidas o siembran plantas narcóticas? Es negativo, además, que la ministra de Trabajo hable de “sólo” 124 oficios vetados por el Partido Comunista. Es como si de paso nos advirtiera: “Cuidado, que pueden ser más”.
Oiga, estamos en una situación límite. Es ahora o nunca. Déjese de historias y haga las cosas como hay que hacerlas para incentivar a la gente a que trabaje y gane dinero y lo reinvierta y cree empleo. Créame, cuando en un país le va bien a los pequeños empresarios, nos va bien a todos.
El ministro Gil Fernández y compañía no saben vender de manera positiva la relajación de las prohibiciones existentes hasta ahora porque esa medida positiva tiene además su consecuencias ideológicas negativas. Es, en esencia, un reconocimiento del error tan grande que se cometió en Cuba cuando entre 1959 y 1960 se procedió a la nacionalización del tejido empresarial privado que había en el país.
Fíjese usted todo lo que se podría haber construido y crecido con el esfuerzo y la ilusión de la gente desde hace 62 años. Pero el comunismo necesita las colas, la pobreza, la obediencia y la cooperación para mantener el poder.
Los cubanos, aunque sea difícil creerlo, no inventamos la escasez. La precariedad fue una constante en la antigua Unión Soviética y en los países comunistas de Europa del Este. Es un mal endémico del modelo estalinista-fidelista, como también lo es el tráfico de influencias, la no separación de poderes o la corrupción. Todo eso pudre el sistema y todo lo podrido acaba cayendo.
En Cuba llevamos sesenta años alimentando organizaciones de masas que funcionan como máquinas de moler dinero. Antes del 59, la FEU tenía una sede pequeña. Con Fidel Castro consiguió tener más que eso: un parque móvil de guaguas y carros a su disposición y personal innecesario e ineficiente como mismo lo han tenido la FMC, la CTC, la UJC, los CDR y el PCC.
Una generación de cubanos cortó caña durante años y esa gentuza se chupó el esfuerzo colectivo en nombre del pueblo. Las prerrogativas los llevaron a dejar de representar los legítimos intereses de la ciudadanía para convertirse todos en lo mismo: en un clon del PCC. Y en la Federación de Mujeres se olvidaron de hablar de feminicidios o de igualdad; la CTC se olvidó de canalizar y resolver inconformidades de los trabajadores y, sobre todo, de representarlos ante el Gobierno.
Y así hemos llegado a tener un país desmayado. Y por eso los jóvenes cubanos, que no conocieron el caviar ruso ni los turrones que mandaba Franco, ni los petrodólares de Chávez, no se sienten en deuda con un Gobierno que los condena a la pobreza, al silencio, a la obediencia y que, por desgracia para todos, tiene al frente a un hombre sin sal, oficio ni beneficio.
En apenas dos años Miguel Díaz-Canel ha sufrido más desgaste político que ningún otro ‘revolucionario’. Hoy Cuba está infinitamente peor que antes de que él asumiera el Gobierno en octubre de 2019. No es sólo la Covid y la mano dura de Trump. Es, sobre todo, la sensación de que Díaz-Canel no sabe qué hacer. Se le nota demasiado que es un mero ventrílocuo sin respaldo internacional más allá de aquella foto nefasta con Kim Jong-un.
Con él Cuba es hoy un país violento, pobre y triste, donde el Granma se permite el resbalón de confesarnos que la nación no es de todos y donde un ministro de Cultura agrede a un periodista y recibe el apoyo del aparato del partido al que representa.
Dejen ya de decir que estamos atravesando “complejidades” económicas. La ciudadanía no es imbécil. Estamos metidos en una crisis descomunal que no es sólo “internacional”. No, señor. En España hay crisis, pero no falta ni la comida en los supermercados ni la asistencia social a pie de calle. Cuba está bordeando el colapso y nos necesita a todos. Decir lo contrario es incitar al odio y la violencia.
Este artículo se publicó originalmente en CiberCuba el 12 de febrero de 2021