Los dictadores siempre escapan de noche. Una caravana de autos atravesaba las rutas filipinas a gran velocidad. Familiares, guardaespaldas, decenas de valijas y baúles. A lo lejos el monstruo de piedra era testigo de la fuga, parecía mirarlo todo: el busto de Ferdinand Marcos de. más de treinta metros tallado en la montaña, como si se tratara de una efigie del Monte Rushmore.
Por infobae.com
El destino era Hawái porque los dictadores, también, siempre eligen lugares confortables y en los que estén seguros. A Marcos y a su esposa Imelda les costó tomar la decisión de dejar el poder pero la situación en Filipinas ya era insostenible. Los militares se habían alzado y el pueblo no soportaba más y había tomado las calles. Ronald Reagan lo llamó por teléfono y le dijo que ya no había nada que hacer, sólo evitar más muertes (en esa llamada también le aseguró lugar en la paradisíaca isla para pasar su cómodo exilio).
Pero la huída no fue improvisada. Los grandes movimientos bancarios habían sido hechos y dentro de sus dos aviones privados, los Marcos metieron todo lo que pudieron.
Aterrizaron en Hawái esa misma madrugada. No tuvieron mayores problemas. Estados Unidos recibía a un aliado de décadas. En la aduana revisaron el equipaje de los recién llegados. El inventario no fue sencillo ni rápido. La lista de las pertenencias que llevaron consigo ocupó 26 páginas.
12 valijas, 23 baúles de madera, cientos de cajas con ropa -miles de prendas-, 413 joyas, 70 gemelos de oro y platino de diseño exclusivo con incrustaciones en diamante, una estatua de marfil del Niño Jesús con partes de plata, 24 lingotes de oro cada uno con la inscripción “Felices 24 años” -los dictadores también tiene gestos románticos: un regalo a su esposa por el 24 aniversario de casados-. Varios maletines con ciento de miles de dólares y paquetes con más de 27 millones de pesos filipinos recién impresos, sacados directamente del Banco Central del país asiático.
El equipaje -o al menos lo inventariado- tenía una valuación cercana a los 20 millones de dólares. Una cifra suficiente para que alguien pase un exilio cómodo. Pero ese era el cambio chico, lo que habían podido trasladar dadas las circunstancias.
Autos carísimos, obras de arte, más joyas, armas y cualquier otra posesión suntuosa que se pueda imaginar. Una nimiedad: la famosa colección de Imelda con más de tres mil pares de zapatos quedó en Manila. Hace unos años alguien mostró el deterioro que habían sufrido con el paso de las décadas: no sólo habían pasado de moda, sino que la humedad y las termitas habían arruinado cada pieza de calzado.
Pero el botín era infinitamente mayor que aquello que habían logrado meter en los aviones. Esa noche, la del 22 de febrero de 1986, la noche de la caída, las fuerzas revolucionarias tomaron palacios, dependencias oficiales y ministerios. Encontraron cajas fuertes, claves de cuentas bancarias, rastros del saqueo. Pero muy poco dinero en efectivo ni demasiadas cosas valiosas.
La fuga había sido menos improvisada de lo aparentado. Un ejemplo: las paredes del palacio presidencial estaban desnudas, mostraban las marcas negras, cuadradas y rectangulares, que evidenciaban que había habido cuadros colgados durante mucho tiempo. Durante años no se supo del destino de esas más de trescientas obras de arte. En la colección privada de Ferdinand Marcos había pinturas de Dali, Matisse, Picasso y de muchos artistas cotizados más. Hasta poseía un Miguel Ángel.
Las denuncias de corrupción se conocían desde hacía años, tal vez décadas. Pero una vez producida la caída se valuó el robo. Autoridades filipinas consideraron que la fortuna mal habida de los Marcos era superior a los 10 mil millones de dólares.
Ferdinand Marcos fue funcionario público y legislador filipino desde muy joven. Su padre participó de elecciones presidenciales y las perdió. El candidato que lo enfrentaba fue asesinado. La justicia de Filipinas señaló a dos culpables: uno de ellos era Ferdinand que fue juzgado y estuvo preso durante un tiempo hasta que la Corte Suprema anuló la condena. Eso no le impidió continuar en política.
Marcos llegó al poder en 1965. Se quedaría allí durante 21 años. En ese momento Filipinas era la segunda economía de Asia, detrás de Japón. Su deuda externa era de poco más de 300 millones de dólares (en 1986, al exiliarse él, filipinas debía más de 30 mil millones). Su estilo de gobierno era expansivo. Obras públicas, propaganda, demagogia y culto a la personalidad. Cuando la situación comenzó a complicarse se endureció con sus enemigos. Para justificar el grado de militarización de su gobierno hasta llegó a inflar a las dos ramas del partido comunista que se le enfrentaban.
Ninguna de sus conductas exóticas y criminales -ambas categorías en algún momento coincidían- parecía molestar en el exterior. Una costumbre de esos tiempos. La Guerra Fría financiaba y consentía abusos internos, dictaduras, robos y asesinatos mientras los líderes de un país continuaran alineados con una de las potencias. En este caso era Estados Unidos quien financiaba a Marcos. Cualquier pecado era menor antes que convertir a una nación al comunismo. Mucho más teniendo en cuenta la posición estratégica de Filipinas. Los dictadores (asiáticos, africanos, latinoamericanos) lo aprovechaban. Cuanto menos confiables eran, cuanto más arbitrarias sus conductas, más crecían sus chances de pasarse de bando, más permeables podían ser a las ofertas. Por lo tanto eso les proporcionaba más atención, ventaja e impunidad.
En 1972 Marcos decretó la Ley Marcial. Puso a su país en estado de suspensión. La persecución política se convirtió en norma, los controles a la discrecionalidad del poder casi desaparecieron. Se detuvo arbitrariamente a 35 mil personas, se asesinó a 4.000 mientras más de 400 desaparecieron. A principios de la década del ochenta con el país desmoronándose fue asesinado por orden de Marcos el senador opositor Benigno “Ninoy” Aquino quien regresaba del exilio. Fue el principio del fin. su esposa Corazón Aquino fue la gran opositora, enfrentó a Marcos y llegó a la presidencia (1986 a 1992).
Ferdinand Marcos decía ser héroe de guerra. Afirmaba ser el filipino con mayor numero de condecoraciones recibidas durante la Segunda Guerra Mundial. Ostentaba todos los reconocimientos posibles. Pero el problema es que la mayoría eran fraudulentos. No había recibido ningún honor por su coraje como combatiente. El relato oficial decía que el mismísimo General MacArthur había colgado una de las más preciadas medallas de su pecho. Pero no era cierto. No sólo no hay ningún registro de ello ni de otras condecoraciones entregadas por altos oficiales norteamericanos y/o filipinos a Marcos. Los únicos antecedentes que aparecieron de su conducta en la contienda mundial, lo encuentran integrando una lista en 1942 que había ayudado a los invasores japoneses. Otras condecoraciones que decía haber ganado ni siquiera existían, eran fruto de su imaginación, y de la construcción retrospectiva de su status de héroe.
Además del busto de 30 metros que mandó a construir en medio de la montaña -fue destruido a principios de este siglo por buscadores de tesoros que creían que en él se escondían oro y millones del dictador), bautizó con su nombre y el de su esposa varios lugares públicos y hasta mandó poner su imagen en los billetes filipinos.
En 1975 Ferdinand Marcos consiguió aparecer en la portada de todos los diarios del mundo. Llevó hacia su país el gran evento deportivo del año. Filipinas fue sede de una de las más grandes peleas de la historia, tal vez la más brutal de todas. El fin de la saga entre Muhammad Ali y Joe Frazier, el demencial tercer combate, el Thrilla in Manila.
Ferdinand Marcos pagó una fortuna para tener la pelea. Era parte de una estrategia publicitaria. O, para ser precisos, propagandística. Mostrar al mundo que Filipinas era una gran nación, pero en especial demostrar que él era un gran líder. Que la Ley Marcial rigiera desde hacía tres años, que las libertades estuvieran cercenadas y que la situación económica fuera cada vez peor no importaban demasiado. Eran épocas en que los organizadores de los grandes eventos deportivos y los deportistas no se fijaban demasiado en esos detalles (los ejemplos sobran, desde Alí-Foreman en Zaire hasta el Mundial 78 en la Argentina de la dictadura).
Las fotos de la conferencia de prensa del combate muestran a Marcos exultante entre los dos púgiles con Don King a un costado. Todos lucen camisas blancas y Marcos una gran sonrisa. Detrás se la ve a Imelda, fascinada con Alí, que hace lo de siempre. Con una serie de rimas que van de lo ingenioso a lo gracioso, y de lo provocador a lo insultante (rima Thrilla, Manila y Gorilla, esto último refiriéndose a su rival) le pone picante al match y termina su alocución diciendo que pese a que está en el país hace sólo una semana ya se dio cuenta de que la gente es excepcional y que es una tierra cálida y hermosa, que ya la siente como su casa y que espera volver cuando se retire para quedarse mucho tiempo. Todos contentos y felices.
Los muchos millones de dólares que invirtió, Marcos los quería aprovechar. Así que Alí debió participar en diferentes actos con el matrimonio presidencial. Al primero de ellos fue con Veronica Porché y la presentó como su esposa. La breve reunión propagandística se transmitió en los noticieros televisivos norteamericanos. Khalilah Alí, la que en ese entonces era la esposa de Alí, vio las imágenes y voló hacia Filipinas. Al arribar encontró a su marido con Veronica. Los enviados especiales para cubrir la pelea contra Frazier también informaron del incidente conyugal. Dicen que los gritos de Veronica se escucharon en todo Manila.
Hoy Imelda Marcos tiene 91 años. Hace más de treinta regresó a su país. Hasta hace poco tiempo siguió ejerciendo su influencia a través de su fortuna. Paseaba por las calles de Manila mientras tiraba billetes por la ventana de su Porsche para que los recogiera la población. Sus hijos siguen activos en la política de su país .El mayor es senador y fue candidato a vice presidente. Las investigaciones sobre la fortuna de la familia continúan siendo estériles.
Mientras tanto Imelda, en las últimas décadas, continuó engrosando su colección de arte (y suponemos que de zapatos también). En una subasta compró hace unos años un Monet en 43 millones de dólares.
Ella siempre tuvo perfil alto y fue más que una primera dama. Tomaba decisiones y ocupó cargos públicos. Su crueldad, muchas veces, fue superior a la de su marido, con el se había casado en 1954.
En la campaña presidencial de 1965 ella se convirtió en un factor clave de poder. La masas amaban a esa mujer decidida y joven. Su marido dijo que le debía el triunfo a ella.
Al año siguiente los Beatles tocaron en su país. Ella los invitó al palacio presidencial pero ellos declinaron la invitación. Adujeron cansancio y que debían continuar con la gira. Era una regla del grupo no aceptar convites de mandatarios de los países en los que tocaban. Imelda no se lo tomó bien. Ordenó cerrar el aeropuerto y por los medios oficiales (casi todos a esa altura) provocó a la población para que expresara su enojo por tamaño desprecio a los músicos. Hordas rodearon el hotel y los Beatles temieron por su vida. El gobierno filipino les retiró la seguridad. El incidente se logró solucionar cuando la banda fue obligada a pagar una cantidad ridículamente alta en impuestos.
Corazón Aquino dejó regresar a Imelda a Filipinas en 1991. Creyó que ya sin su esposo su espíritu belicoso, sus ansias de protagonismo amainarían. Se equivocó. Siguió actuando e influyendo activamente en la política local. Tener mucho dinero disponible la ayudó. Se presentó dos veces como candidata a la presidencia pero perdió las elecciones. Por el contrario en cuatro ocasiones se convirtió en legisladora.
La dictadura de Marcos se fue desmoronando con los años. La población filipina cada vez la pasaba peor. El hambre crecía. También el descontento. El frente militar siempre blindado por la mano dura del dictador se empezó a resquebrajar. La corrupción ya era inocultable.
La fortuna de Marcos era de 10.000 millones de dólares. Se dividía entre testaferros, inversiones, cuentas off shore, propiedad de empresas estatales y obscenas cantidades de efectivo. Marcos manoteaba impunemente todas las cuentas públicas. Se ha probado que grandes porcentajes de créditos internacionales humanitarios recibidos por Filipinas fueron a parar directamente a las cuentas de él o de su esposa. Él en persona ordenaba que dinero del Banco Central del país le fuera transferido.
Una de las primeras medidas de gobierno que tomó su sucesora, Corazón Aquino fue crear una comisión que investigara la corrupción de Marcos y que lograra recuperar el dinero robado para reponerlo en las arcas públicas. Los investigadores enconaron miles de pruebas. De hecho esa primera noche, la de la fuga, en una caja fuerte del palacio de gobierno encontraron listas manuscritas con números de cuentas en el extranjero y montos por Ferdinand Marcos.
Sólo en Suiza se rastrearon 69 cuentas a su nombre. Pero Filipinas, pese a las décadas de trabajo e investigación nunca consiguió decomisar grandes sumas de dinero.
Desde su cómodo exilio en Hawái, Marcos gracias a su poderío económico siguió influyendo en la política filipina. Financió opositores, ideó golpes de estado, y alimentó el fuego de las protestas permanentes. Luego esa tarea la continuaron su esposa e hijos. Otra preocupación suya y de su familia fue la de reescribir la historia de su país. Así, con sus (miles de) millones crearon una escuela histórica revisionista con la que intentaron reescribir la historia de sus más de dos décadas en el poder.
Otra de las construcciones propagandísticas de su dictadura fue la imagen de Marcos como un macho. Él era capaz de proezas, héroe de guerra, con una fortaleza física única, amante excepcional. Pero en los últimos años sufrió un fuerte decaimiento físico. Sufría lupus y sus riñones comenzaron a fallar. Recibió varios trasplantes que fueron rechazados, hasta que uno resultó exitoso. Ninguna de estas intervenciones se comunicaron públicamente. Pero un médico confirmó la versión una vez que se filtró en la prensa. A los pocos días apareció degollado. El líder no podía presentar una imagen débil.
Ferdinand Marcos murió en Hawái en 1989, tres años después de su escape. Cinco años más tarde sus restos fueron repatriados. En 2016, con el cambio de color político en el gobierno filipino, recibió un funeral de estado. Fue enterrado como un héroe.
Mientras tanto su viuda, sus hijos y sus millones siguen influyendo en la vida diaria de su país e intentan reescribir la historia.