Como un subsidio económico, pero sobre todo como una cesión de soberanía: así presentó La invasión consentida las relaciones entre Venezuela y Cuba desde los años de Hugo Chávez. “Un fenómeno único, uno de los más peculiares en la historia de América Latina y de la geopolítica mundial”, caracterizó Diego G. Maldonado -un seudónimo, por protección en un país donde se persigue la libertad de expresión-: “el de la sumisión voluntaria de una nación rica, de más de 900.000 kilómetros cuadrados y 30 millones de habitantes, a otra ocho veces más pequeña y tres veces menos poblada”.
Por infobae.com
La investigación ofreció un panorama sobre cómo Cuba infiltró el gobierno de Venezuela sin resistencia ni condiciones, y acaso más bien todo lo contrario. “Sus hombres están presentes en todo el país. En el palacio presidencial, siempre al lado del mandatario; en los ministerios, institutos y empresas estatales”, enumeró el autor. “Comparten la administración de los puertos, tienen su propia plataforma de aterrizaje en la rampa presidencial del aeropuerto internacional Simón Bolívar y han penetrado los cuarteles y las bases navales, gracias a un convenio militar secreto, firmado en 2008. Además, están desplegados en todo el territorio nacional, al frente de los principales programas sociales”.
Solo en sus primeros 10 años en el poder, antes de que la enfermedad lo llevara a tratarse a La Habana, Chávez hizo 24 visitas oficiales a la isla y se manifestó reiteradamente fascinado por Fidel Castro, en cuyo linaje se inscribió en 2009, cuando dijo: “Fidel me hizo el honor —gracias, mi Comandante— de convertirme en hijo suyo, y yo así me siento”.
Más allá del plano afectivo, La invasión consentida destacó que el patriarca revolucionario también fue para Chávez un maestro de estrategia: “Gracias a Castro —un espejo en el que le gusta reflejarse— el presidente venezolano aprende lecciones invalorables para neutralizar a sus enemigos, perpetuarse en el poder y mantener el control social”.
En diálogo con Infobae, mediante un correo electrónico que preserva su identidad, el autor del trabajo analizó ese vínculo, mezcla de devoción psicológica con capital simbólico para las ambiciones políticas del militar que en 1992 participó en un golpe de estado y que en 1999 llegó al palacio de Miraflores por los votos. “No se puede separar una cosa de la otra. Hay una mezcla de todo. Su admiración por Fidel Castro, sus intereses y ambiciones, su concepción del poder, del rol de los militares y su visión del mundo”, explicó DGM.
Lo llamativo del caso es que el lazo entre ellos trascendió la normal afinidad política que pueden compartir algunos dirigentes. “Pocas veces en la historia se ha visto una identificación personal y una compenetración tan profunda como la de Hugo Chávez con Fidel Castro”, continuó. “El propio Chávez decía que se sentía como hijo de Castro. Pero el vínculo fue más allá del plano afectivo y de las relaciones bilaterales. El libro incluye varios episodios que muestran la influencia del gobernante cubano en políticas concretas del gobierno venezolano. Fidel fue el principal asesor de Chávez y muchos de sus funcionarios trabajaron en nuestro gobierno”.
DGM destacó un caso: “El propio presidente contó cómo en una ocasión Castro le envió al viceministro de Salud, Aldo Muñoz, y le dijo: ‘Ese es tuyo, hazle lo que tú quieras’. Esto hubiera sido inaceptable en otro país. Chávez confiaba ciegamente en Fidel. Enfrascado en atornillarse en el poder y perpetuarse, lo veía como un modelo y un aliado clave”.
Aunque el foco de La invasión consentida está puesto en la virtual cesión de soberanía de Venezuela ante Cuba, la investigación dio detalles sobre intercambios económicos de enorme importancia: sólo durante el primer año de Chávez en el gobierno, Venezuela desplazó a España como principal socio comercial de Cuba, con USD 912 millones en negocios. Esa cifra siguió creciendo: USD 2.460 millones en 2006, USD 7.100 millones en 2007, USD 13.000 millones en 2010.
“Tres meses después de asumir el poder, Chávez envió una delegación de la petrolera estatal PDVSA a La Habana y al año siguiente incorpora la isla al Acuerdo Energético de Caracas. El pacto ofrece a países de Centroamérica y el Caribe la venta de crudo con un financiamiento de 15 años al 2% de interés”, recordó el libro. Y en octubre de 2000, con la firma del Convenio Integral de Cooperación, se acordó que Cuba recibiría 53.000 barriles diarios de petróleo a cambio de servicios y productos.
Cuatro años más tarde esa cifra pasó a 90.000 barriles diarios de crudo, y poco después la provisión llegó a superar lo que Cuba necesitaba, 115.000 barriles diarios. Con el sobrante, la isla se convirtió, increíblemente, en exportadora de petróleo para el mercado internacional, por hasta USD 765 millones en 2014.
—¿Qué críticas se observaron en el momento de los acuerdos de cooperación, y sus sucesivas modificaciones cada vez más ventajosas para Cuba?
—El hecho de que Venezuela vendiera petróleo en condiciones ventajosas nunca fue objeto de críticas hasta que la balanza se inclinó hacia Cuba con un sesgo político tan notable. Desde los ochenta, Venezuela y México ayudaban a varios países de América Central y el Caribe a través del pacto de San José. La opacidad de los acuerdos con la isla, la politización del asunto por parte de Chávez y su exaltación de los trabajadores cubanos, por encima de los propios venezolanos y de otros trabajadores extranjeros, creó resquemores desde el principio. Las críticas aumentaron cuando se reveló la verdadera dinámica del intercambio de petróleo por servicios profesionales cubanos.
El libro detalla a lo largo de varios capítulos los distintos rubros en los que se han desempeñado los trabajadores provenientes de la isla. “Por Venezuela han pasado más de 220.000?, explicó DGM en la entrevista. “Bajo la fachada de la cooperación humanitaria, se montó una operación política destinada a subsidiar a Cuba y adoctrinar a los venezolanos más pobres. La Habana negocia el trabajo de sus ciudadanos como si fuera una mercancía. Les paga una cantidad mínima y obtiene ganancias extraordinarias. Gracias a Venezuela, la explotación laboral de trabajadores cubanos —el castrismo habla de “exportación de servicios profesionales”— se convirtió en la principal fuente de ingresos de la isla, por encima del turismo y las remesas”.
La invasión consentida ilustró: “La petrolera estatal llegará a pagar hasta USD 13.000 mensuales por el trabajo de un médico cubano que apenas recibirá USD 300 como salario. La ganancia supera los USD 150.000 anuales por cabeza”.
—¿Qué impacto tuvo entre la población la presencia de estos trabajadores?
—En un país tan polarizado como Venezuela, las opiniones se dividieron a favor y en contra. La mayoría de los chavistas y los beneficiarios de los programas asistenciales ejecutados por los cubanos lo apoyaron. Poco le importa a un enfermo la nacionalidad del médico que alivia su malestar o a un alumno la nacionalidad del maestro.
—¿Y en el sistema de gobierno?
—Ya en ese plano, y en un nivel más subterráneo, funcionarios y asesores cubanos trabajaron con el gobierno en toda la plataforma de la administración pública y en los servicios de inteligencia para consolidar un Estado policial. Si hay algo de lo que puede vanagloriarse el castrismo es de su enorme experiencia en materia de control social y represión política.
De manera acaso paralela a esa dotación de recursos para el sostenimiento de un orden nacional, la revolución cubana nunca logró la prosperidad, y ni siquiera la independencia económica: tras años de subvención de la Unión Soviética, la isla sufrió una crisis descomunal —el periodo especial, como se lo llamó, en alusión a una escasez similar a la de la guerra pero en tiempos de paz— con la caída del bloque socialista. Esa incapacidad de gestión se trasladó a Venezuela, argumentó DGM: “Los efectos sobre la economía son atroces y están a la vista. Venezuela es un país quebrado y empobrecido. La economía y los servicios públicos comenzaron a crujir antes de la imposición de sanciones económicas por parte de Washington”.
Una de las características de la economía cubana ha sido el control directo de la gestión empresarial que ejercen las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Y ese modelo parece copiado en Venezuela: “Con Chávez en el poder, la cúpula militar adquirió un poder económico sin precedentes”, resumió el autor de La invasión consentida.
“Los militares se encargaron del manejo de divisas, de la banca pública, de la oficina de recaudación de impuestos, la Tesorería, de compañías estatales y de sectores clave de la economía. Para nadie es un secreto que varios de esos funcionarios hoy son millonarios”, agregó. “Los militares administran las aduanas del país y manejan actividades como la importación y distribución de alimentos. Pero además, Maduro abrió la posibilidad de que las fuerzas armadas tengan su propia corporación de empresas con más de una docena de compañías, entre las que destaca una petrolera, la Compañía Anónima Militar de Industrias Mineras Petrolíferas y de Gas, Camimpeg, una caja negra de la que poco se sabe”.
Y eso sin hablar de otras actividades abiertamente delictivas, recordó: “Mucho se hablado de la participación de militares en actividades de contrabando de gasolina hacia Colombia, explotación de minas en el sur del país y narcotráfico pero lo que sabemos de estos temas es por los trabajos de otros colegas”.
—En los últimos años, Venezuela no ha podido mantener ese nivel de subvención a Cuba: ¿cambió algo por eso?
—El subsidio ha disminuido y eso se siente en la isla, pero la influencia del gobierno cubano en Venezuela se mantiene intacta. A estas alturas, ya ni siquiera se molestan en negarlo. En 2020 Maduro incorporó al embajador cubano en su consejo de ministros. Lo que ha cambiado es el flujo de petróleo y dinero desde Venezuela debido a la crisis económica. En el área de salud había 22.000 trabajadores cubanos en el país a finales de 2020, 10.000 menos que en 2012. Sin embargo, son bastantes si se toma en cuenta la situación económica del país. La relación de subordinación a La Habana se mantiene y raya, a veces, en la servidumbre. Con la industria petrolera arruinada, Maduro ha llegado al extremo de importar gasolina de otros países para enviarle a Cuba.
Denunciar todo eso, y documentarlo, hizo que la persona, o las personas, detrás de La invasión consentida decidiera o decidieran emplear un seudónimo. En Venezuela, explicó DGM, “todos los periodistas independientes estamos sometidos al escrutinio por parte del gobierno”.
Unos más, otros menos, según su visibilidad, continuó. “Las acciones van desde la intimidación abierta a través de programas de la televisión estatal y las redes, el espionaje a correos electrónicos y teléfonos celulares o el hackeo de cuentas de Twitter, entre las más ligeros, hasta golpizas de supuestos seguidores del chavismo durante alguna cobertura, el acoso policial en caso de manifestaciones y las detenciones por acusaciones fabricadas, algún tuit incómodo o, simplemente, por coberturas que el gobierno considera inconveniente como la visita a un hospital o una prisión”.
La persecución en los tribunales es otro clásico: “También han usado demandas judiciales por destapar casos de corrupción, que han obligado a más de un colega a irse del país. Los periodistas se enfrentan a represalias como prohibición de salida del país, presentación periódica en tribunales y, en algunos casos, a la anulación de su pasaporte, un castigo extra judicial que equivale al confinamiento dentro del país”.
En síntesis —concluyó DGM— “el abanico de acciones es tan amplio que no existe un temor en particular sino un clima general de arbitrariedad, hostigamiento y amenaza constante”, por lo cual se decidió la protección de la identidad de quien publicó La invasión consentida.