De lo que fue la semilla de la universidad y luego como corporación, una característica sobresale de las otras: la idea concreta y hecha práctica de crear y transmitir conocimientos. Una segunda característica, que se genera como consecuencia de su propia estructura configurada por gremios, es tácita y viene a consolidarse, como el propio interés de cada uno de los gremios. Una tercera y no menos importante característica, está conformada por la necesidad de poseer la universidad recursos económicos, una fuente de financiamiento para poder funcionar, finalmente la corporación universitaria debe formar profesionales y otorgar títulos académicos.
Luego de esto, fue lógico que dicha corporación, la universidad, debía funcionar en una locación o estructura física determinada por la conveniencia de sus actores, utilidad de uso y un lugar apropiado en la ciudad. Para la formalidad de reuniones, la comodidad para el estudio, los edificios universitarios reflejaron su imagen en la sociedad.
Por otro lado, su identidad no está sujeta a una estructura física; ser universitario es lograr hacer legítimo y propios un conjunto de símbolos, una diversidad de factores, variables de cambio integradas en los individuos en cada gremio universitario; un conjunto de valores y tradiciones, pero también compromiso individual hacia dentro y fuera de la universidad.
Como se comentó en el artículo anterior, esta tradición sana en su sustancia, es la portadora de la idea fundamental, de la semilla; razón por la cual un edifico por sí solo no es significado ni garantía de universidad. Esa semilla solo vivirá con la continua reforma dentro y desde sus gremios.
En términos prácticos las universidades nacen de una necesidad sentida de sus integrantes, para transformarse luego en una necesidad real de la sociedad, para resolver problemas de esa sociedad y promover la mejora de su calidad de vida. Es entonces que el ejercicio de las profesiones, demandó una conciencia histórica-científica de servicio a la sociedad, política y ética.
Desde el Colegio Seminario de Santa Rosa de Lima, que funcionó a partir de 1673, luego la Real y Pontificia Universidad de Caracas en 1721, la Universidad de Caracas o Universidad Central de Venezuela, cuyos estatutos fueron aprobados por el Presidente del Ejecutivo, Simón Bolívar, con fecha de 24 de junio 1827; la esencia de las actividades académicas relativas a la enseñanza de “los saberes”, se mantenía intacta; además, las atribuciones de la Secretaría Universitaria garantizaba, el rango universitario de los estudios, y con base a la capacidad de archivo y certificación de aprobación propios de la actividad de Secretaría, podían emitir y conferir los grados académicos.
Tal vez estaba lejos el final de siglo, que traería la fundación de la Universidad de los Andes, en Mérida el año 1785, La Universidad del Zulia en 1891 y las reformas a principio del siglo XX.