Esta afirmación no es exagerada en modo alguno, como pudiera parecer. Venezuela es hoy un país en trance de demolición, ejecutada precisamente por quienes mandan, cuyo objetivo central es hacer todo lo posible para perpetuarse en el poder, a la usanza castrocomunista. Mientras tanto, los problemas se agravan peligrosamente, sin que el régimen chavomadurista haga el más mínimo esfuerzo por resolver alguno. Todo lo contrario, insisto: la cúpula podrida del régimen tiene planteado, aparte de aferrarse al poder, terminar de destruir a Venezuela. Y vaya que lo está logrando.
Porque se ha demostrado suficientemente que no les importan Venezuela y los venezolanos. No sólo lo evidencian estos 22 años de destrucción sistemática de las instituciones, la familia, la economía, la salud, la educación, la producción a todos los niveles y la calidad de vida de los venezolanos, sino sus actitudes reiteradas de desprecio por la gente de este país. ¿O habrá que hacer un esfuerzo de mayor profundidad para demostrar que a quienes detentan el poder en Venezuela no les importa sino su permanencia en él y las ventajas que se derivan de su ejercicio corrupto y concupiscente?
Aunque sea repetitivo, siempre resulta aconsejable recordarlo: el obsceno gesto de Maduro y su claque, al vacunarse primero que todos los demás cuando apenas habían llegado unas primeras vacunas, ese solo gesto -insisto- lo expresa todo en cuanto al desprecio que el régimen siente por los habitantes de este país. Por si fuera poco, a estas alturas no se han adquirido las vacunas que espera la población ante el avance incontenible de la pandemia, ni se han preparado planes al respecto. Las escasas vacunas que han llegado siguen aplicándose con criterios discriminatorios y parte de ellas están siendo vendidas en el “mercado negro”, según denunció el cardenal Porras.
Se sabe también que alegaron la repetida mentira de que, por culpa del “bloqueo”, no tenían los recursos para adquirir las vacunas. Luego, cuando la Asamblea Nacional legítima logró el financiamiento y se conversó con ellos para asegurar la compra, entonces dijeron que no estaban de acuerdo con adquirir una determinada marca de vacunas. Todo era una excusa para no cumplir aquel compromiso, como quedó demostrado esta semana anterior cuando finalmente anunciaron que comprarían doce millones de vacunas, con recursos que tenían disponibles, pero que no querían utilizar. En el interín, fallecieron varias decenas de contagiados con Covid19, que hay que agregar a la ya larga lista de muertes del chavomadurismo en estos 22 largos años, más lo que fallezcan hasta que se ejecute un plan masivo de vacunación, como lo están haciendo la gran mayoría de los gobiernos del mundo. Aquí, mientras tanto, habrá que esperar quién sabe cuánto tiempo más.
Todo este desastre se agrava aún más porque, de paso, el régimen acabó con el sistema de seguridad social de los empleados y trabajadores al servicio del Estado venezolano, quienes hoy están absolutamente desprotegidos, sin poder acceder a ninguna clase de hospitalización pública o privada, ni a consultas y exámenes médicos, ni tampoco a los necesarios medicamentos.
Por eso, precisamente, es que el régimen de Maduro y su claque se ha constituido en un problema de supervivencia para los venezolanos. Esto quiere decir que si se prolonga en el tiempo seguirá muriendo mucha más gente, empeorarán las cosas, se agudizará nuestra desgracia nacional y puede incluso estar en riesgo nuestra existencia como país. Y conste que nada de esto es una exageración, reitero, sino la mera comprobación de los hechos que, día a día, nos golpean a todos en Venezuela.
Nada de eso, desde luego, les importa. Si les importara, hace rato debieron haber renunciado al poder y dejar que otros lo asumieran para enfrentar los gravísimos problemas que confrontamos, enderezar la vida institucional del país y abrir un compás de esperanza a los millones de prisioneros que, al fin y al cabo, somos hoy casi todos los habitantes de este desgraciado país/cárcel. Más sentido de responsabilidad con sus países demostraron los gorilas brasileños y argentinos en la década de los ochenta cuando, al reconocer su evidente fracaso como gobernantes, le dejaron el campo abierto a los líderes civiles y democráticos, o luego los militares chilenos al aceptar que se decidiera mediante un plebiscito la permanencia de la dictadura del general Pinochet.
Pero esta cúpula podrida que manda no tiene ningún sentido de responsabilidad con el país ni con su gente. Lo demuestra ampliamente la desgraciada circunstancia de haber destruido y arruinado a Venezuela con su desgobierno criminal desde hace más de dos décadas. En 1997, durante el segundo gobierno de Caldera, nuestro país tenía el ingreso per cápita más alto de Latinoamérica. Hoy tenemos el ingreso per cápita más bajo de América Latina -por debajo de Haití-, nuestro Producto Interno Bruto es inferior al de Bolivia y el tamaño de nuestra economía se ha reducido a la de Paraguay, según el último informe del Fondo Monetario Internacional.
Todo ello, por supuesto, es el fatídico resultado de las erráticas políticas económicas y sociales del chavomadurismo, que arruinaron a Venezuela, han empobrecido brutalmente a la gran mayoría de los venezolanos y acabaron con su clase media, que durante varias décadas fue una de las más prósperas del continente.
Todo esto demuestra, sin ninguna duda, que la permanencia del actual régimen ya es un problema de supervivencia para los venezolanos.