La casa de retiro en la provincia cubana de Oriente está, al parecer, en construcción. Su cansado propietario, Raúl Castro, a sus 89 años, está, según todos los indicios, preparado y ansioso por seguir adelante y mudarse.
Por Andrés Viglucci/El Nuevo Herald
Este fin de semana, durante lo que está previsto que sea un histórico Congreso del Partido Comunista de Cuba, se espera que Castro ceda el poder formal en el gobierno de Cuba. Todavía no se sabe quién será el heredero designado del título de Castro como jefe del partido. Pero la transición, si se produce, será con guion y sin contratiempos.
Y esa improbable continuidad podría ser el mayor legado de Castro.
Durante décadas, mucha gente creyó que el régimen comunista cubano, perpetuamente tambaleante, se derrumbaría una vez que su carismático y gran líder, Fidel Castro, se apartara del camino. Su hermano menor, leal hasta el final, demostró que estaban equivocados.
Si Fidel fue el impetuoso y visionario arquitecto de la revolución cubana, Raúl ha sido el metódico ingeniero que, contento de trabajar a la sombra de su vanagloriado hermano, construyó su rígida superestructura y se aseguró implacablemente de que se mantuviera durante más de 60 años.
A medida que se prepara para entregar las riendas directas del poder, un Raúl Castro incontestado también se encamina a conferir la legitimidad de la revolución cubana a una generación más joven de líderes encargados de extender su longevidad –y su control sobre una población cada vez más desencantada y resentida que soporta otra más de las crisis económicas recurrentes de la isla– sin un Castro al mando.
“Para las generaciones mayores, Raúl Castro es una figura que sigue inspirando cierto respeto”, dijo Michael Bustamante, profesor de historia latinoamericana y especialista en Cuba en la Florida International University. “Para las generaciones más jóvenes, que solo conocen un grado de crisis u otro, se ha perdido la distinción de ese liderazgo histórico, lo cual es decirlo moderadamente. Para quienes vieron en él la posibilidad de que surgiera una vía reformista, su paso por la presidencia será recordado como una oportunidad perdida”.
El probable sucesor de Castro al frente del Partido Comunista, Miguel Díaz-Canel, es un civil y protegido de Raúl que era un relativo desconocido cuando fue elegido presidente del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros por la Asamblea de Cuba en 2018. Raúl Castro, que había asumido la presidencia tras el abrupto deterioro de la salud de su hermano Fidel en 2006, renunció a ese cargo pero se mantuvo al frente del omnipotente Partido Comunista.
Como presidente, Díaz-Canel ha mostrado una lealtad inquebrantable a Castro y su intolerancia de línea dura a la más mínima disidencia. Sin embargo, los veteranos observadores de Cuba no saben si será capaz de repetir la actuación de equilibrista de Castro que perfeccionó durante sus largos años como suplente de su hermano ni si tendrá la misma autoridad sobre las facciones rivales de la élite comunista de la isla.
El trabajo de Díaz-Canel, o de quien acabe en el puesto más alto del partido, se verá complicado por la crisis legada por Castro, en parte consecuencia tanto de los logros de Raúl como de su mayor fracaso: la incapacidad de aplicar plenamente la reforma económica duradera largo tiempo prometida para elevar el lamentable nivel de vida del pueblo cubano.
Aunque el temible estado policial que construyó Raúl Castro sigue en pie, bajo su presidencia los cubanos pudieron, por primera vez bajo el régimen comunista, visitar hoteles, comprar y vender propiedades inmobiliarias, viajar libremente al extranjero, poseer teléfonos móviles y navegar por internet, lo que les dio una muestra de libertad y de información y noticias sin restricciones que no hace más que alimentar la demanda de más, algo que, según los expertos cubanos, cualquier sucesor encontrará casi imposible de cerrar.
La naturaleza limitada de los cambios de Castro no logró encender la estancada economía cubana ni atraer inversiones extranjeras significativas, incluso cuando los prolongados déficits y la deuda obligaban al régimen a recortar los subsidios a los ciudadanos más pobres y a despedir a cientos de miles de trabajadores del gobierno.
Una reforma monetaria hizo que los sueldos oficiales, ya de por sí exiguos, quedaran prácticamente sin valor, mientras que la apertura de tiendas que solo aceptaban dólares estadounidenses y atendían a la élite de la isla y a los que recibían remesas de sus familiares en el extranjero amplió aún más las diferencias económicas en una sociedad supuestamente igualitaria.
Mientras tanto, el logro emblemático del mandato de Castro como presidente, la renovación de los lazos diplomáticos con Estados Unidos tras 18 meses de negociaciones secretas con la administración de Obama en 2015, está efectivamente congelado. Estados Unidos evacuó a la mayor parte del personal de su embajada después de que numerosos diplomáticos se vieran afectados por un padecimiento misterioso. La administración de Trump endureció las sanciones, jugando con las demandas de un electorado cubano-estadounidense cada vez más intransigente. La administración del presidente Joe Biden ha enviado señales contradictorias sobre su enfoque hacia Cuba.
La pérdida de patrocinio debido al colapso económico de Venezuela y el virtual cierre de la críticamente importante industria turística cubana por la pandemia del COVID-19 han encendido una crisis en toda regla. Algunos analistas comparan la grave situación de la isla con los peores años que siguieron a la disolución de la Unión Soviética y a la pérdida de sus generosos subsidios económicos en la década de 1990. Los cubanos que no pertenecen a la élite deben volver a hacer filas durante horas para conseguir los escasos suministros de alimentos y productos básicos.
Las tensiones han aumentado abiertamente. Las inusuales protestas callejeras de artistas y residentes de un barrio pobre de La Habana se han enfrentado a una firme respuesta policial, mientras que los disidentes de Santiago, la mayor ciudad de la provincia de Oriente natal de Castro, considerada durante mucho tiempo como un hervidero de fervor revolucionario, llevaron a cabo recientemente una huelga de hambre muy publicitada para exigir mayores libertades civiles.
La visión desde abajo, especialmente por parte de los cubanos más jóvenes, no es nada reverencial.
“Fidel debe estar revolcándose en su piedra [de su sepultura] al ver el legado de Raúl y Díaz-Canel”, dijo Diana Rodríguez, de 24 años, directora de recursos humanos en una empresa estatal en la ciudad sureña de Cienfuegos, en una entrevista telefónica. “La situación es cada vez peor aquí. No hay comida, ni aseo, el dinero vale cada vez menos, la gente está violenta en las calles haciendo colas de diez y doce horas. Ese es el legado de estos ineptos”.
Cuadro de leales en puestos clave
Los expertos dicen que el manejo de la crisis por parte del gobierno refleja un viejo patrón establecido por Raúl Castro cuando estaba al lado de su hermano: Promover reformas limitadas para aliviar una emergencia, para luego retroceder cuando las condiciones mejoran o los ciudadanos comunes comienzan a amasar demasiada riqueza o a ejercer demasiada autonomía para el gusto autoritario de Raúl Castro.
Ahora, algunas modestas reformas diseñadas para promover el autoempleo limitado y las empresas a pequeña escala vuelven a estar sobre la mesa.
Pero no está claro cuánto tiempo más funcionará ese yoyó, ya sea el dedo de Raúl Castro o de su sucesor designado el que sostenga la cuerda.
“Cuba está en un momento más delicado ahora que en los últimos 30 años”, dijo Ted Henken, especialista en cultura y sociedad cubana del Baruch College en Nueva York. “La crisis económica se complica con la agitación política sociocultural que se ha visto dinamizada por el acceso a internet y a las redes sociales. También hay una erosión de la capacidad del Estado para controlar los corazones y las mentes de la clase artística e intelectual”.
Sin embargo, a pesar de la espiral de desesperación de la población y el creciente malestar, el brutalmente eficaz aparato de vigilancia y seguridad que construyó Castro sigue firmemente en control e incluso ha ampliado su alcance, dicen expertos.
Raúl, que construyó las antaño formidables fuerzas armadas de Cuba y creó su temido Ministerio del Interior en los primeros días del gobierno de Fidel, también deja tras de sí un cuadro de leales en puestos clave que le deben no solo empleos, sino también una creciente riqueza privada. A medida que el poder pasaba de Fidel a su hermano menor, Raúl empezó a sustituir a los dirigentes de la isla, dijo Brian Latell, ex analista principal de la CIA sobre Cuba y autor de una biografía de Raúl en 2007.
En una de sus acciones más importantes, Castro supervisó la conversión de los militares en la fuerza económica dominante del país. Envió a generales a Europa para que cursaran maestrías en administración de negocios y los puso a cargo de sectores clave que iban desde la minería y los almacenes estatales hasta las empresas hoteleras y turísticas.
“Raúl comenzó a renovar sistemáticamente, y de forma drástica, el liderazgo”, dijo Latell. “En pocos años, toda la gente clave en el gobierno, el partido y las fuerzas militares era gente suya, no de Fidel”.
En la actualidad, los militares y su rama empresarial, conocida por su acrónimo en español, GAESA, controlan hasta el 80% de la economía cubana. El jefe de GAESA es el ex yerno de Castro, el coronel Luis Alberto Rodríguez López-Calleja; aunque está divorciado de la hija de Castro, se dice que él y Raúl siguen siendo cercanos.
Mientras que la élite adinerada está aislada de las carencias físicas que experimenta la mayoría de los cubanos de la isla, la población en general está sometida a un grado cada vez mayor de vigilancia y obediencia forzosa bajo el sistema de seguridad ideado por Castro, dijo Lillian Guerra, una profesora de historia de la University of Florida que viajaba con frecuencia a la isla antes de la pandemia.
Las calles de La Habana están hoy llenas de cámaras de seguridad, las carreteras de todo el país cuentan con nuevos y elaborados puestos de control policial, y los emprendedores se ven obligados a delatar a sus clientes y vecinos para obtener licencias de negocios; medidas puestas en marcha en los años de gobierno de Díaz-Canel y Raúl Castro, dijo Guerra.
“No es popular. Nunca ha sido venerado”, dijo Guerra sobre Raúl Castro. “Se le temía. El hecho de que sus secuaces sigan por ahí, eso importa. Que Díaz-Canel siga repitiendo la misma intransigencia, y que continúe la represión violenta de incidentes menores de desafío, eso también importa”.
Raúl “el terrible”
Las raíces de la devoción de Castro por la ortodoxia comunista y el control doctrinario se remontan a su juventud en el rústico remanso rural oriental de Birán. Si Raúl condujo a Fidel al comunismo o viceversa es una cuestión de debate no resuelta. Pero fue el hermano menor quien primero se identificó públicamente con la versión soviética del comunismo, se unió al movimiento juvenil comunista de la isla y viajó en una gira por los países del bloque oriental.
Raúl acompañó a Fidel en dos famosas, aunque casi desastrosas, misiones rebeldes contra el impopular gobierno del dictador cubano Fulgencio Batista: el ataque al cuartel Moncada en 1953 y el desembarco en 1956 del yate Granma procedente de México que lanzó la revolución.
La mayoría de los grupos rebeldes de los Castro fueron aniquilados en las incursiones, pero la suerte y el agudo instinto de supervivencia que caracterizarían a su posterior gobierno salvaron a los hermanos del mismo destino. Después de Moncada, fueron encarcelados durante 22 meses, pero escaparon de la ejecución. Liberados, fueron a México para planear la invasión a bordo del Granma, tras lo cual lanzaron su guerra de guerrillas en las montañas de Cuba.
Raúl Castro ayudó a su hermano a consolidar su liderazgo en la revolución, explotando las divisiones políticas para enfrentar a sus rivales. También dirigió el llamado segundo frente en la Sierra Cristal, en el este de Cuba, y consiguió victorias militares que la biógrafa de Fidel Georgie Anne Geyer calificó de “poco menos que brillantes”, al menos en términos militares, superando al grupo de rebeldes de su hermano, más pequeño y menos eficaz, que nunca llegó a contar con más de unos pocos cientos.
Mientras estuvo al mando, Raúl Castro se hizo famoso por las ejecuciones sumarias de informantes y desertores y, en las semanas inmediatamente posteriores a la huida de Batista en víspera del Año Nuevo de 1959, de soldados y partidarios de la dictadura por supuestos crímenes de guerra. Los historiadores dicen que las ejecuciones se contaron por cientos, incluyendo más de 70 en unos pocos días después del triunfo de la revolución, algo de lo que se jactó públicamente, dijo Guerra.
Castro a veces se autodenominaba sardónicamente “Raúl el Terrible” en referencia a su papel de verdugo. Aquellos días en las montañas marcaron la pauta para el posterior enfoque de Raúl Castro una vez en el poder, dijo Guerra.
“Lo que demostró fue que Raúl nunca rindió cuentas al pueblo y que no le importaba lo que la gente pensara”, dijo. “Sigue siendo el mismo hombre”.
El hermano protector
Raúl Castro puso esa misma crueldad al servicio de los objetivos, a menudo caprichosos, de su hermano como gobernante de Cuba, marginándolo y protegiéndolo de sus rivales y enemigos mediante purgas y encarcelamientos. Aunque los hermanos a menudo estaban en desacuerdo, a veces hasta el punto de discutir violentamente, Raúl siempre cedió públicamente ante su hermano, dicen los historiadores.
“El trabajo de Raúl Castro consistía en eliminar a las personas que constituían una amenaza para Fidel”, dijo Andy Gómez, especialista en Cuba y ex miembro del Instituto para Estudios Cubanos y Cubano-estadounidenses de la University of Miami. “Era el verdugo de Fidel. No tenía otra opción o no habría sobrevivido. No habría importado que Raúl fuera su hermano si Raúl Castro hubiera ido contra Fidel. Fue realmente uno de los pocos que sobrevivió al hambre de poder narcisista de Fidel Castro”.
Los tempranos vínculos con personajes soviéticos y del Bloque Oriental que Raúl había cultivado resultaron fructíferos para el gobierno sobre el que él y Fidel consolidaron gradualmente el control, al igual que se hicieron con el liderazgo de la revolución.
Una vez en el poder, Raúl Castro visitó a menudo la URSS en busca de ayuda, armamento y apoyo político mientras convertía al ejército revolucionario cubano en una formidable fuerza internacional enredada en guerras extranjeras y levantamientos izquierdistas en Angola y otros lugares.
El Castro más joven era un invitado tan frecuente y bienvenido en la dacha campestre de Nikita Khrushchev que empezó a llamar al líder soviético “abuelo”. Fue durante una de esas reuniones cuando Khrushchev prometió a Cuba armas nucleares, sentando las bases para la crisis de los misiles cubanos de 1962.
Incluso más que Fidel, Raúl Castro también se convirtió en el principal ejecutor de la ortodoxia de estilo soviético en Cuba, basando su aparato de seguridad en la KGB y el control absoluto de la inteligencia estatal sobre todas las facetas de la vida civil. Para Raúl, que a diferencia de su hermano abogado nunca terminó la preparatoria, su apetito por el gobierno absolutista estaba teñido de un desprecio especial por los artistas e intelectuales. Desconfiaba de ellos por considerarlos poco fiables o subversivos por naturaleza, incluso cuando profesaban lealtad a la causa revolucionaria, dicen Guerra y otros.
Raúl fue en gran medida responsable de la creación de una nueva categoría de delito para el “diversionismo”, el cual hizo que incluso las dudas incipientes sobre el dogma y las políticas del Partido Comunista fueran motivo de detención, procesamiento y largas penas de prisión para cientos, si no miles, de cubanos hasta el día de hoy, dijo Guerra.
Esas redes de vigilancia en el trabajo y en los barrios mediante la creación de comités locales de defensa de la revolución, obra de Raúl Castro, convirtieron efectivamente a los cubanos de a pie en policías del pensamiento para sobrevivir, dijo.
“Cualquiera podía ser acusado. Cientos de miles de personas serían constantemente acosadas por la policía”, dijo Guerra. “Esta es la naturaleza del terror que Raúl Castro normalizó: esta idea de que no se puede dudar, de que la duda es la mayor amenaza a la que se enfrenta la revolución.
“Raúl es más responsable incluso que Fidel de institucionalizar estas formas íntimas de represión. Cuando se habla de estados que perduran, lo que los hace duraderos es que los ciudadanos se convierten en cómplices de su propia represión … No tenías opción”.
Un legado complicado
Sin embargo, después de asumir la presidencia, Raúl Castro relajó algunas de las restricciones que había impuesto durante mucho tiempo, aunque siempre con un objetivo pragmático, como generar ingresos o reducir el descontento de la población, mientras mantenía el control máximo.
Entre las medidas de reforma más importantes que introdujo Raúl se encuentra la liberalización de las restricciones que regulaban los viajes de los cubanos al extranjero, lo que generó un nuevo flujo de divisas. En otro giro drástico, permitió a los cubanos expatriados regresar a la isla y quedarse hasta tres meses seguidos.
Pero, al final, ante la disyuntiva de elegir entre una mayor liberalización o arriesgar el control político, se impuso este último. Después de que artistas, cineastas y escritores comenzaran a ganarse la vida sin el gobierno en una ronda previa de reformas, algunos también comenzaron a ignorar o desafiar la ortodoxia comunista. El gobierno respondió prohibiendo la producción artística que no fuera aprobada primero por el Ministerio de Cultura, lo que provocó protestas y detenciones.
Asegurar ese control a largo plazo es tan importante para Raúl que instaló a su hijo y asesor de mayor confianza, Alejandro Castro Espín, coronel del Ministerio del Interior, como “zar” de todos los servicios de inteligencia. Los analistas creen que está siendo preparado para un futuro papel de liderazgo.
Eso no significa que se esté gestando una dinastía de la familia Castro, dicen los observadores. Ningún otro descendiente de los Castro parece estar en línea para cualquier papel significativo en el gobierno, señalan.
“No veo que la dinastía Castro vaya a evolucionar una vez que Raúl esté fuera de escena”, dijo Gómez. “Raúl quiere dejar algunas instituciones en su lugar para mover lo que él llama un nuevo estado socialista avanzado, sea lo que sea que eso signifique”.
También se desconoce el grado de influencia que Raúl Castro pretende ejercer sobre su sucesor. Se da por sentado que, como mínimo, mantendrá el poder de veto sobre cualquier movimiento, tal y como pareció disfrutar Fidel tras su retiro, cuando se cree que desempeñó un papel en el estancamiento del progreso en el restablecimiento de las relaciones con Estados Unidos.
Sin embargo, debido a la opacidad del gobierno cubano, es imposible decirlo, dicen los expertos.“
Seríamos ingenuos si pensáramos que Díaz-Canel es un actor completamente libre”, dijo Bustamante, de la FIU. “Es seguro decir que ningún cambio de gobierno importante en los últimos dos años ha ocurrido sin Raúl Castro. ¿Pero es él quien dirige el gobierno día a día? No lo sé.
“No sé lo que hace ahora. Tengo la impresión de que tiene muchas ganas de retirarse. Pero no esperaría verlo viajando por el mundo”.
Si Díaz-Canel u otro sucesor lleva a cabo este verano las reformas económicas que él y, presumiblemente, Castro han trazado, añadió Bustamante, “eso será un avance muy considerable”.
Pero si hay que juzgar a Raúl Castro por las primeras promesas de la revolución –igualdad social y económica, una vida mejor para los cubanos de a pie y plena independencia política y económica de las potencias mundiales–, su calificación es de reprobado, dijo Henken de Baruch.
Su legado, en cambio, ha sido una creciente desigualdad, el empobrecimiento general y el establecimiento de una élite rica y aislada exitosa en mayor medida en mantener el poder a cualquier precio. Henken señaló que el régimen, cuyo otrora cacareado sistema de salud ha caído en el desorden, ha fracasado en la contención de la pandemia del COVID cuando sí lo han hecho otros gobiernos comunistas en China y Vietnam.
“Si se trata de un gobierno autoritario, se pensaría que pudieran controlar un virus. Pero no han sido capaces de hacerlo”, dijo.
El legado de Raúl Castro, concluyó Henken, es “complicado”, pero cualquier éxito que se le pueda atribuir ha tenido un alto precio.
Recordando su promesa de promulgar reformas “sin prisa, pero sin pausa”, Henken dijo: “Los cambios que se han producido han sido con mucha pausa y poca prisa, o no se han producido en absoluto”.
“Si Cuba tiene un aparato institucional que funciona, Raúl lo hizo. Pero el costo de preservar el poder y el control ha sido la continua negación de las libertades fundamentales y las libertades civiles, y la crisis económica crónica”.