Un equipo de RFI visitó la basílica de París, donde decenas de personas vestidos con trajes especiales para evitar la contaminación con plomo intentan consolidar el edificio, rescatar vestigios y recrear la cúpula
Por Infobae
El 15 de abril de 2019, las llamas destruyeron parte de la catedral de Notre-Dame de París – su techo, la aguja y parte de las bóvedas – causando conmoción internacional. Dos años después, las obras para consolidar el edificio y recuperar los vestigios están por terminar gracias al trabajo incansable de una multitud de profesionales.
Es una obra fuera de lo común, a la que se tiene difícil acceso. El incendio del tejado de Notre-Dame de París, en abril de 2019, fundió toneladas de plomo que se depositaron en todos los rincones de la catedral. Como es peligroso para la salud respirar o ingerir ese polvo de plomo, se ha establecido un protocolo especial para entrar y salir de la zona de obras.
“Aquí tiene el overol y la ropa interior que son desechables, le doy unas botas y aquí tiene un casco”, nos indican a la entrada. En una especie de cabina de tránsito, la prevencionista nos explica que al salir tendremos que descontaminar nuestro material, tomar una ducha integral y cambiarnos de ropa.
Tomamos el ascensor por unos minutos y llegamos a 35 metros de altura. París se aprecia a 360 grados. El Panteón a lo lejos por un lado, el Sagrado Corazón por el otro. “Estamos en el piso temporal, encima de la nave de la catedral. Se construyó para añadir peso sobre los muros de la nave y para proteger de la lluvia las bóvedas”, explica Guérin Chatenet, de la empresa Jarnias. Es responsable de los trabajos en altura, atados a cuerdas. Aquí, antes de la tragedia, empezaba la estructura de madera del tejado de Notre-Dame. Hoy solo queda un hoyo gigante.
“Aquí estaba la intersección entre la nave y el crucero. La aguja se elevaba aquí precisamente, por encima de estas bóvedas que se desplomaron”, detalla Chatenet. En esta herida impresionante en el cuerpo de la catedral, hombres bajan, con arnés y cuerdas, hacia lo que queda de las bóvedas. Suben pedazos de vigas incendiadas, trozos de metal de lo que fue el tejado, y recuperan cientos de kilos de escombros carbonizados.
“Están sacando los escombros de las bóvedas para que los arquitectos puedan, después, declararlas seguras”, indica Michaël Lemaire, quien supervisa su trabajo. “Por el momento podrían desplomarse, por eso no ponemos ningun peso encima y trabajamos en suspensión. ¿Lo ve? A penas rozan la piedra con la punta de los pies”.
Es imposible usar máquinas aquí dentro. El gesto humano es más preciso. “Es un trabajo muy físico”, comenta Lemaire. “Como no pueden apoyarse en los pies, tienen que forzar en zonas del cuerpo que normalmente no sirven para eso: la espalda, los hombros, los brazos”.
Pedazos de historia
Donde trabajan los “alpinistas” de Notre-Dame, hay muchas emisiones de plomo. Por eso, además de la ropa especial que llevamos todos, ellos deben trabajar con mascarillas de ventilación asistida. Con toda la cara cubierta, y respirando a través de un tubo que filtra el aire.
“Lo que que están recuperando son cenizas con piedra. A veces hay pedazos de cobre, de madera, clavos. Es todo el material del tejado que se transformó en polvo. No son escombros, son vestigios”, aclara Lemaire. Estos pedazos de Notre-Dame fueron dañados o quemados pero tienen una historia. “Nos hicieron mapas con zonas muy precisas de la catedral y cada vez que sacamos algo, tenemos que identificar exactamente de qué sector proviene.” La catedral fue evolucionando con el tiempo, fue restaurada en diferentes épocas, entonces cada zona de Notre-Dame tiene una edad diferente. “Y eso se ve en la madera, el metal o los ensamblajes que hay”, apunta. “Todo lo que estamos recuperando interesa a los arqueólogos y a los arquitectos, a los especialistas del metal, de la madera, de la piedra”.
Michaël Lemaire y sus colegas empezaron a trabajar apenas unos días después del incendio de abril 2019. “Durante las dos primeras semanas, me sentí muy deprimido al ver este caos. Cada vez que subía, me sentía muy triste. Todo estaba negro, torcido, destrozado”, relata.
Dos años después, la experiencia ha sido excepcional, dice. “Es un monumento vivo, que se puede sentir. Cuando llegué no me había dado cuenta de esta dimensión, pero poco después empecé a referirme a ‘ella’, como a una persona. Ahora todos decimos que la estamos cuidando a ella.”
Tesoros, no escombros
En la plaza frente a la catedral Notre-Dame de París, los arqueólogos excavan y registran enormes sacos de restos de carbón descargados con cuerdas y recuperan los vestigios que podrían ser interesantes.
“Recuperamos los pequeños trozos de metal, en particular los clavos forjados, los elementos de ensamblaje de la estructura de madera, pequeños pedazos de madera o grandes trozos de carbón que serán analizados científicamente. Hay fragmentos de vidrio también, de mortero y de piedra”, detalla Dorothée Chaoui-Derieux, arqueóloga y curadora del Servicio regional de Arqueología de la región parisina.
El estudio científico de estos vestigios, seleccionados e inventariados, podría revelar aspectos aún desconocidos de la historia de la catedral. “Tenemos muchos fragmentos de madera por ejemplo. Los vamos a analizar para tener información sobre las variedades de árboles que utilizaron, en qué épocas, cómo era el clima, cuáles fueron las técnicas de construcción.”
Miles de piedras cayeron en el momento de la catástrofe. Lise Leroux, geóloga en el Laboratorio de Investigación de los Monumentos Históricos, participa en la selección de esos vestigios. “Las piedras del arco de la nave que se vino abajo van a dar indicaciones a los arquitectos sobre la forma del arco, tal y como debe ser restaurado, reconstruido”, explica. “Y es probable que algunos elementos, los que están todavía en buen estado a pesar del incendio, sean reutilizados dentro de la catedral”. Todas las piedras no podrán servir en la restauración. El calor de las llamas y la caída desde 30 metros de altura han podido alterar sus propiedades.
Cabezas de ángel
“Hemos inspeccionado miles de metros cúbicos de materiales calcinados y derribados, durante meses”, cuenta Dorothée Chaoui-Derieux. Y en medio de todo esto, encontraron tésoros. “Hemos recuperado dos cabezas de ángel, casi intactas en el suelo”, recuerda la arqueóloga. La cara del ángel se ve perfectamente, con su pelo dorado. “¡Es milagroso que hayan sobrevivido! ”
En esta obra fuera de lo común, obreros con cuerdas, arqueólogos, carpinteros, talladores de piedra, operadores de grúa aprendieron los unos de los otros. “Ha sido una aventura humana excepcional. Se crearon lazos fuertes entre diferentes profesiones que no estaban acostumbradas a trabajar juntas”, destaca Chaoui-Derieux.
Olivier Puaux es otro de los arqueólogos voluntarios que han dedicado meses a la excavación. “Entre todos los hallazgos que hice durante estos dos años, me acuerdo en particular del momento cuando encontré un pedazo del reloj de Notre-Dame, cuando saqué fragmentos de campanas”, dice.
Decenas de investigadores – especialistas de la madera, del metal, de la arquitectura medieval, por ejemplo – anhelan ahora poder estudiar los vestigios rescatados de la catástrofe. “Estoy triste por lo que pasó pero tan feliz por el trabajo que realizamos en estos dos años. Salvamos una pequeña parte del patrimonio de la catedral que, espero, volveremos a incorporar al monumento, o quizás exhibiremos en un museo”, concluye Puaux. “El futuro lo dirá”.