El triunfo de Guillermo Lasso en Ecuador ha enorgullecido a la derecha latinoamericana. Todos los líderes de esta ideología celebraron con euforia su triunfo. Sin embargo, este acontecimiento hay que enmarcarlo bien dentro del cuadro general del continente y del momento histórico político, que parece girar electoralmente hacia el progresismo.
Por Actualidad RT
Ciertamente, para el progresismo latinoamericano la derrota de el correísmo es un desacierto que no solo tiene que ver con la toma o pérdida del poder político, y lo que eso conlleva en términos de legitimidad histórica, sino también con la incógnita sobre la capacidad de los movimientos populares de producir una propuesta que sea comprendida de manera prolongada por las grandes mayorías.
Para la derecha, el triunfo de Lasso implica un acierto continental que no puede ser solapado, pero llega a tener una mayor significación porque ocurre a contracorriente de la avanzada de los progresismos que están logrando sendos triunfos presidenciales en México, Argentina y Bolivia, además de los levantamientos de 2019 en Ecuador, Colombia y Chile, lugares emblemáticos para la derecha. Todo ello, sumado al fracaso moral de Bolsonaro en Brasil y la derrota de Trump en EE.UU.
La victoria de la derecha ecuatoriana no es una más para el conservadurismo, sino la primera después de una muy mala racha desde la derrota del macrismo. Por eso es tan celebrada. Vino a parar ese empuje electoral izquierdista que se produce poco tiempo después de breves tomas del poder político por parte de la derecha, ya sea con elecciones, como en Argentina o Brasil, o con golpes, como en Bolivia o Paraguay.
Tan disputada es la situación en la región, que el mismo día de la victoria de Lasso, un líder sindical y rural de izquierdas, Pedro Castillo, consiguió ganar en la primera vuelta en Perú, aunque sin suficientes votos para evitar el balotaje, lanzando al modelo liberal peruano a una encrucijada política insospechada. ¿No le dice nada esto a los sectores conservadores que seguramente tendrán que apoyar al fujimorismo?
Básicamente, las elecciones de Perú son el triunfo del populismo de izquierda y de derecha y la certeza de que el liberalismo político está en franco retroceso. ¿Por quién votará la ‘gente de bien’? ¿por un nuevo ‘chavista’ insospechado y desconocido que ha ganado en la primera vuelta o por lo más preciado del fujimorismo?
El correísmo en la encrucijada
El resultado del correísmo en las presidenciales ecuatorianas, que aunque no pudo ganar se quedó a cinco escasos puntos de Lasso, refleja que a pesar de los problemas internos y la persecución política, es todavía un movimiento fuerte que puede confrontar al neoliberalismo y prepararse para una nueva toma del poder político, ya sea dentro de cuatro años en las elecciones o también ante cualquier eventualidad que pueda ocurrir en Ecuador, justo cuando gobierna el neoliberalismo.
El correísmo puede sentirse golpeado, especialmente porque no parece tener en lo inmediato un norte claro sin su líder en el territorio. Pero a la vez es el movimiento que se puede posicionar cuando Lasso comience a ceder ante los poderes fácticos, que le van a obligar a tomar las mismas medidas que tuvo que revertir el actual presidente, Lenín Moreno, cuando los manifestantes asediaron el palacio de Carondelet y le obligaron a guarecerse en Guayaquil, no sin antes dejar sin efecto las medidas que tomara en consenso con el Fondo Monetario Internacional hacía un año y medio y cuyo resultado terminó en protestas multitudinarias no solo en Ecuador, sino que se propagó como una revolución de colores en Chile, Colombia y Honduras.
Así que la victoria de Lasso ocurre entre un polvorín social y los halagos de la derecha para que tome decisiones radicales hacia el liberalismo, lo que puede llevarlo a cometer graves errores.
Es la primera vez desde 2007 que el correísmo pierde unas elecciones presidenciales. Ahora tendrá que producir otro enfoque si aún tiene vocación hegemónica. Después del fabuloso resultado del voto nulo impulsado por Pachakutik, no hay más opción que intentar tender puentes autocríticos o sencillamente debilitarse como opción presidencial ante un movimiento indígena en ascenso electoral.
Y el problema indígena no es solo en Ecuador, es también en Bolivia, donde el resultado de las regionales muestra que hay un movimiento indígena con fuerza electoral suficiente como para comenzar a disputar terreno al Movimiento Al Socialismo de Evo Morales: en territorios electorales tan importantes como El Alto o la Paz Eva Copa y Santos Quispe ganaron haciendo tienda aparte.
Esto dice mucho de que hay problemas internos a los movimientos para mantener las articulaciones socio-históricas. Si no lo resuelven y las divisiones se acrecientan, entonces sucederá lo que pasó en las presidenciales ecuatorianas, donde el llamado al voto nulo por parte del movimiento indígena decretó la derrota del correísmo, a quien solo le faltaron tres puntos para ganar.
Felicidad efímera en la derecha
La embriaguez de la derecha por los resultados en Ecuador trata de olvidar lo que ha ocurrido en Brasil las últimas semanas. No solo el debilitamiento de Bolsonaro entre el coronavirus y su insana posición política, sino sobre todo la vuelta del expresidente Lula da Silva como probable candidato presidencial. Esto hace ver las debilidades del ‘lawfare’ y la posibilidad real que en 2021 la principal experiencia de la derecha regional (junto a la del expresidente Mauricio Macri) termine de deshacerse, recibir la desaprobación popular y volver el péndulo a las manos del propio Lula. Esto hoy, y no hace un mes, es un escenario bastante probable.
Si algo dejan claro los últimos resultados del domingo en Ecuador, Perú y Bolivia es que la derecha pura, las elites económicas latinoamericanas, van a tener que seguir conviviendo con la otredad. Que tengan que disputarse el poder con los actuales movimientos, como el correísmo, el chavismo o el kirchnerismo, o con unos nuevos como los indigenistas, es algo que está por verse. Pero a medida que pasa el tiempo, las mayorías subalternas exigen cambios políticos, y si hay una doctrina a la que no le tienen mucha simpatía es a la doctrina liberal que profesan los grupos dominantes.
Entonces lo que está mal es la estrategia general de la derecha de penalización moral y política que no puede esconder el racismo, el clasismo y el supremacismo que les caracteriza históricamente.
Las próximas semanas vendrá una criminalización rancia y racista contra Pedro Castillo. Y por ello, como resulta obvio, Pedro Castillo va a crecer. Los medios, los empresarios y partidos, así como la Iglesia latinoamericana, generan altos niveles de rechazo que permiten ascender a los candidatos señalados, puesto que el enfoque de dicha criminalización va en el mismo sentido que la criminalización contra las clases populares y los grupos subalternos. Es decir, contra los mismos electores.
Claro, el progresismo no puede soñar con una vuelta a la primera ola progresista de este siglo. Sus liderazgos lucen un normal desgaste y la cuestión de la alternabilidad le ha dado cierto respiro al dejar al mando a líderes de derecha que se erosionan mucho mas rápido. La situación económica tiene un enorme peso. Esa es una fortaleza para ganar elecciones, pero no para generar consensos populares.
La derrota del correísmo y el Partido de los Trabajadores, la abstención crónica en Venezuela, la incapacidad de fortalecer alianzas con los indígenas en Ecuador y Bolivia son situaciones que existen de hecho y solo enfrentándoles y girando el timón se pueden superar.
La vuelta de gobiernos progresistas no viene con el mismo empuje de la primera ronda izquierdista. Esta vez los gobiernos de Arce, Fernández y López Obrador vienen mas cuidadosos, saben que la conflictividad debilita el tejido social de los países pobres y que la confrontación abierta con las potencias occidentales o con las clases productivas nacionales puede empujar a los pueblos a situaciones nocivas que duran años y generan profundos dramas.
Aunque hay que decir que hay signos electorales que muestran que hay un voto mucho más radical en ascenso, con Pachakutik, Jallalla y Pedro Castillo, todavía no da garantías de poder conquistar una mayoría y, más difícil aún, ejercer el poder. Recalcando que sin ellos es muy difícil, por no decir imposible, obtener de nuevo una mayoría electoral.
Pero lo primero que tienen que hacer los movimientos progresistas para mantenerse en la pelea y no ser sustituidos por populismos de derechas, es evaluar su situación interna: las dificultades para elegir sucesor, el enamoramiento velado por la silla presidencial que termina inmovilizando políticamente, la denunciadera infinita y aburrida, la ideologización absurda y la poca capacidad de generar propuestas eficientes en lo económico, mediático y productivo.
Además es probable que la pandemia muestre las debilidades de todos los actores políticos en una América latina pobre y desasistida, mientras las elites y burocracias vacunan a sus círculos cercanos.
El sentido del continente está en disputa, y lo que veremos los próximos meses en Chile, Brasil y Colombia terminará de hacer peso hacia un lado o hacia el otro.
Ociel Alí López
Es sociólogo, analista político y profesor de la Universidad Central de Venezuela. Ha sido ganador del premio municipal de Literatura 2015 con su libro Dale más gasolina y del premio Clacso/Asdi para jóvenes investigadores en 2004. Colaborador en diversos medios de Europa, Estados Unidos y América Latina.