En Cuba, así se llama el libro escrito en 1972 por el cura nicaragüense Ernesto Cardenal, donde describe una especie de paraíso en la tierra. Yo lo leí en 1973, estando en cuarto año de bachillerato y me emocioné. Sin embargo, a mí nadie me va a echar cuentos sobre Cuba porque fui dos veces, primero en 1982 como miembro de una delegación estudiantil y luego en 1983, como economista recién graduado. ¿Cómo fue mi experiencia? En el primer viaje, un domingo después de tanto caminar por La Habana, en pleno sol, buscamos tomar un jugo o un refresco. Imposible, no había. Nos tropezamos con una fila de personas bebiendo malta, la cual debía ingerirse en el mismo vaso de la persona que lo antecedía a uno en la cola. Se me quitó la sed. Esa noche fuimos a la Heladería Copelia y la fila para entrar era de al menos doscientos metros mientras adentro las mesas estaban vacías. Por cierto, los helados Gueti, que elaboraba el “Negro” Guerra en Río Caribe eran mejor que esos insípidos helados cubanos. Esto es lo anecdótico. La Habana me lució una ciudad derruía por el paso del tiempo. Sin alma. Me encontré con una estructura burocrática, especie de trinidad Estado-gobierno-partido, dirigida por Fidel Castro. Dos periódicos, Gramma y Juventud Rebelde, ambos voceros del Partido Comunista de Cuba (PCC), el único existente, dos o tres emisoras de radio y un par de canales de TV, también controlados por el PCC. Cuando hablaba con la gente en la calle, percibí miedo para expresarse.
En el segundo viaje pude captar mejor las cosas. Desde el punto de vista económico y político Cuba era una especie de colonia soviética y Fidel y Raúl Castro unos títeres de Leonid Brezhnev, el mandamás de Moscú en esa época. La escasez era la norma y la gente, con su cartilla de racionamiento donde el PCC le indicaba las cantidades de alimentos racionados a consumir, andaba siempre con una bolsa buscando donde adquirir la comida. El control social en toda su expresión. El mercado negro era ley, para todo. Hasta los funcionarios de menor jerarquía del PCC con quienes uno interactuaba transaban dólares o no los pedían. La gente no trabajaba. Disimulaba trabajar, porque no había incentivos para laborar. Esa situación de escasez y ruina para mí tenía una explicación: el Estado era dueño de todos los medios de producción y así, el estímulo al trabajo y al emprendimiento desparecía. Sin embargo, para el régimen el culpable era el bloqueo de Estados Unidos, esa especie de muletilla útil para descargar en otros los errores propios.
El hecho es que Cuba ha sido y es una economía en bancarrota, que inicialmente vivió de la Unión Soviética y luego de Venezuela a la cual saqueó. Muerto Fidel y retirado Raúl, se encarga Miguel Díaz Canel como jefe del PCC, típico burócrata del aparato partidista, pero además hombre básico e inculto, que tuvo que sacar a Raúl Castro de su retiro para que a los 90 años lo socorriera en estos momentos difíciles, dado su impericia Exhausta Venezuela como fuente para extraer recursos, con una caída de las remesas-la principal fuente de dólares-, con el turismo paralizado y una economía en escombros, el régimen cubano está haciendo lo que mejor sabe hacer para enfrentar la crisis: reprimir a un pueblo que quiere algo más que un plato de comida. Quiere ser libre. Comer lo que quiera y pueda, organizarse en partidos que no sea el comunista, profesar la religión que desee, leer la prensa de su preferencia y escuchar la radio y ver la TV que sea de su agrado.