Sería refrescante pensar que así como existe una sola dictadura para mantener a Cuba y Venezuela sometidas a la pesadilla socialista, existe, igualmente, una sola oposición que concentre las políticas y esfuerzos que permitan enfrentarla y derrotarla.
Desgraciadamente una oposición de masas cubana -tal como existió en Venezuela hasta hace poco tiempo- no apareció hasta el 11 de julio pasado y por no tener siquiera nexos con los grupos y líderes políticos que heroicamente luchan dentro y fuera de Cuba contra la longeva tiranía de los Castro, resulta difícil, si no imposible, encontrarse con ella frente a frente y avanzar en una estrategia común.
Vale decir que, lo que conocemos de la rebelión que sacudió a Cuba y al mundo los días 11, 12 y 13 de julio-y continúa produciendo réplicas-fue lo que seguimos por las redes sociales -y alguna que otra cadena de televisión por cable- y en sentido alguno los nombres y caras de líderes, partidos u organizaciones que aparezcan como responsables del cataclismo.
Todo lo cual nos lleva a concluir que estamos frente a una rebelión espontánea, típica de sociedades dominadas por dictaduras totalitarias donde han desaparecido partidos, sindicatos, grupos o cualquier otra forma de acción política de la sociedad civil, igual o parecida a las que surgieron en la Unión Soviética y los países de Europa del Este poco antes de la caída del Muro de Berlín y el colapso del Imperio Ruso, y que más allá de la oposición pública y reconocida de “Las Damas de Blanco” y de las organizaciones que lideran Guillermo Fariñas, Joany Sánchez y Rosa María Payá, venía “formándose”, como los huracanes, lenta, silenciosa y sinuosamente y acumulando la furia de un estalillo social cuya profundidad e intensidad no fue esperada ni sospechada ni siquiera por el siempre alerta G-2.
Otra muestra, en definitiva, de que en Cuba, como en la URSS y los Países de Europa del Este -exceptuando Polonia- el rechazo y repudio al sistema comunista tomó formas asintomáticas y ello fue la mejor garantía de que, por lo menos, durante las primeras 24 horas de la explosión, los feroces cuerpos represivos cubanos no “leyeran” lo que estaba pasando.
El histórico video de la manifestación en Camaguey, donde una gigantesca manifestación popular puso a correr a los cuerpos represivos y es posible que hasta haya tomado cuarteles de la policía y el Ejército, es una prueba cabal de lo que venimos afirmando.
Vimos manifestantes declarando que “se había liberado a Cuba” y que “era el fin del comunismo” y es posible que en el “instante” estuvieran diciendo la verdad, si bien, igualmente, debe creerse que los cuerpos represivos y militares se repusieron rápidamente y tomaron de nuevo el control de la situación.
Como sin duda ha sucedido en la totalidad del país, pero sin que resulte posible negar que, por lo menos, durante tres días Cuba, la Cuba que durante 62 años oprimen los Castro y Diaz Canel fue libre, sintió que había derrotado al comunismo y restaurado la democracia y el estado de derecho y ya sabemos que son sabores y sentimientos difíciles de olvidar, de apagar y no volver a recordar y encender para que la libertad permanezca y encandile de una vez por todas y para siempre a la patria de Martí y “Las Damas de Blanco”.
Por ahora, de la Cuba post 11 de julio, solo están llegando noticias de la bestial represión que están desatando los esbirros de Raúl Castro y Díaz Canel, pero sin que pueda apostarse que se sostenenga más allá de las críticas, amenazas y presiones que pronto empezará a soltar la comunidad internacional contra la dictadura más longeva del mundo.
En otras palabras, que una historia y una narrativa muy diferente a lo que sucede en Venezuela, donde una oposición acosada por la dictadura de Maduro, con más de 400 presos políticos en las cárceles y noticias de persecusiones, detenciones y torturas que se suceden a diario, mantiene una “mesa de diálogo y negociación” con representantes del dictador Maduro y con la expectativa de concluir un “Acuerdo de Salvación Nacional”, cuyo máximo logro sería que el régimen acepte unas autoridades electorales independientes (el fatídico CNE) que serían los árbitros en una elección presidencial que se celebraría el próximo año.
Y no es realismo mágico, sino la “real politik” que conducen los líderes de los partidos de oposición agrupados en una entente que se conoce como el G4 (Voluntad Popular (VP), Acción Democrática (AD), Primero Justicia (PJ) y Un Nuevo Tiempo (UNT) y cuyo máximo líder es el Presidente (Interino), Juan Guaidó, nombrado por disposición de la Asamblea Nacional electa con mayoría absoluta opositora el 6 de diciembre del 2015.
Ducho, más que cualquier otro líder mundial, en cuestiones de diálogos y negociaciones puesto que ha promovido más de tres -casi que con los mismos enviados de la oposición y de la contraparte-, pero sin que se haya arribado a ningún acuerdo, o, por lo menos, a uno que el gobierno haya reconocido y respetado.
Pero es la cultura y el estilo que han cultivado y practicado durante 22 años la oposición venezolana y también las dictaduras de Chávez y Maduro y que caracterizamos en un artículo anterior como típico de un proceso nacido en la postGuerra Fría, donde socialistas y capitalistas, dictadores y demócratas establecieron que aún las más sangrientas luchas por el poder podían resolverse en las “mesas de diálogo y negociaciones”.
Que es lo que indica la experiencia histórica y política de todos los tiempos y países, cuando las guerras y conflictos se plantean entre gobiernos y ejércitos civilizados, que respetan, no solo las reglas de la guerra sino las de la paz, no solo las de los conflictos sino las de los diálogos y no en tiempos en que una de las partes son marxistas totalitarios y socialistas, cuya única regla es cumplir solo aquellas que les favorecen y no las que los perjudican.
Por eso, no es que no se pueda negociar y dialogar con marxistas totalitarios y socialistas, pero tomando todas las garantías y previsiones que lo hacen de “buena fe” y no para ganar tiempo y salirse al final “con la suya”.
En este caso, mantener el poder, avanzar en el control más absoluto del país y de quienes se les oponen y no dejarles otra salida que someterse, rebelarse o volver a otra “mesa de diálogo y negociaciones” a repetir la historia.
Momento especialmente crítico que ahora atañe también a otro factor de enorme revelancia para la democracia regional y mundial, como es la unidad de las oposiciones de Cuba y Venezuela que luchan contra un mismo enemigo, violento, armado y decidido a aplastar a quienes se les enfrenten, como la dictadura de Raúl Castro, Díaz Canel y Maduro y cuyos adversarios deben decidir rápidamente con que estrategia se les oponen: si con la pacífica y electoralista, o la armada y civicomilitar