Hace más de un año, cuando la pandemia arrasaba Nueva York, los partes diarios del gobernador Andrew Cuomo por televisión se convirtieron en una cita obligada para muchos norteamericanos. Allí el demócrata hacía gala de autoridad, puntualizando las últimas cifras de contagios, ocupación de camas y fallecimientos.
Por La Nación
Pero detrás de escena Cuomo estaba más obsesionado con otro tipo de cifras: sus índices de popularidad. Ni bien se apagaban las cámaras, Cuomo preguntaba qué canales de noticias lo habían transmitido en vivo y en qué momento exacto habían cortado, información que sus colaboradores ya debían tenerle lista y confirmada.
Para un político obsesionado con su imagen que consume absolutamente todo lo que se dice y escribe de él, era embriagador haberse convertido de la noche a la mañana en un dirigente demócrata con proyección nacional y en la contracara del entonces presidente Donald Trump. “A los 59 millones de espectadores que siguieron diariamente estos informes, muchas gracias”, dijo Cuomo en su 111° y última actualización de datos.
Ese día de junio, Cuomo reunió a su equipo en el patio de la residencia del gobernador en Albany para festejar a cara descubierta, con vino y cerveza, los logros de esos meses (Un colaborador del gobernador dijo que los asistentes se hisoparon previamente). Para algunos de sus aliados, ese momento marcó el clímax del “ascenso de Ícaro” de un político que compró su propio autobombo y se creyó indestructible.
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