Aquella mañana del 12 de diciembre de 1957, Jorge Villanueva quería que todo vaya despacio, como en cámara lenta. Él sabía que cada paso que daba, mientras era llevado a su ejecución, era un momento menos de su existencia. Su respiración era lenta, el miedo se apoderaba de él y sus ojos se llenaban de lágrimas. La condena de un crimen, que años más tarde se comprobaría no cometió, era inevitable. Villanueva debía aceptar su destino: la muerte. Lima despertó ese día confundida ¿Era o no era? La prensa lo había apodado como el “Monstruo de Armendariz”, cruel apelativo que inocente o no, lo marcaría.
Por Aweita
Los últimos momentos con vida de Villanueva Torres
Miles de personas se acercaron a la Penitenciaría Central, lugar de la ejecución. Fue amarrado a un poste de 3 metros de altura ante la mirada compasiva de personas que empezaban a dudar. Durante sus últimos segundos de vida, antes del fusilamiento, Villanueva afirmaba que era inocente. Su destino estaba marcado, pero no fue sentenciado precisamente con la muerte del niño de 3 años, sino mucho antes, su pasado sería la cruz que debía cargar y que lo llevaría a la muerte. En su niñez, Jorge Villanueva fue un ladronzuelo. En su juventud, hacía de las suyas en los tranvías, llenos de gente, que surcaban Lima. A sus 35 años ya había pisado la cárcel y era conocido como vago y ladrón de poca monta en las comisarías. Todo esto, sumado al racismo de la época, lo llevaron a ser el principal sospechoso para luego acusado de un crimen terrible.
Tres años antes, exactamente el 9 de setiembre de 1954, los diarios de Lima anunciaban el hallazgo del cadáver de Julio Hidalgo Zavala, un niño de 3 años y medio, que fue encontrado en una covacha en la zona que entonces se conocía como la quebrada de Armendáriz, zona limítrofe entre los balnearios de Miraflores y Barranco. La ciudad se escandalizó y querían a un culpable. La policía empezó a investigar arduamente, sin ninguna pista, hasta que un vendedor de turrón identificó al hombre que le compró un dulce a Julito, el niño asesinado y que, según él, los vio irse por la quebrada de Armendáriz. Todo, al parecer, empezaba a encajar.
Para leer más, ingresa aquí