Un tema modular, en estos momentos, es la vacuna contra el COVID-19, por ejemplo, que por no dejar entrar, las de cualquier laboratorio y lugar del mundo, tiene por empeño filtrarlas y, aun así, de las que se dispone, ya no hay suficientes por lo que la gente debe seguir arriesgándose ante la inclemente pandemia. Esto tiene grandes y variadas consecuencias, sumada a la desinformación irresponsable y la pobreza creciente. Hay quienes, además, no se han vacunado, porque, afectados por otras enfermedades, solitarios e inválidos, por ejemplo, no tienen a nadie que los lleve a los centros de vacunación y, de lograrlo, no pueden soportar horas en las largas colas, expuestos al sol o a la lluvia, sin nada en el estómago. Ni siquiera hay trabajadores sociales para detectar tan particulares circunstancias y, si los hubiere, el escaso salario no les permite moverse, pues – faltando poco – ese mismo Estado insiste en que sus empleados subsidien las actividades para las cuales debe haber estudio, planificación y recursos. Es un fenómeno criminalmente darwiniano: el que pueda colearse o imponerse por guapetón tiene mejores posibilidades de sobrevivir, por no decir aquello de pasar “alguito verdoso” por debajo de cuerda.
Son demasiadas las circunstancias que el Estado omnipotente no alcanza a dominar, pues es su causante. La ruptura familiar es uno de ellos. La diáspora ha traído el incremento de los “viejos solitarios” o los “abuelos huérfanos”. Es increíble el aumento de aquellos que han sido abandonados y olvidados, dejados a su suerte. Viven por la misericordia de Dios que se expresa a través de la ayuda de vecinos sensibilizados y que, igualmente, están urgidos, soportando el cobro y el insulto de una junta de condominio por el atraso, el envalentonamiento de algún abogado, el maltrato y hasta la amenaza de un secuestro para pedir el rescate incierto a familiares lejanos que pueden tardar una eternidad en reunir los reales. Hablo de casos de la vida real que desnuda, completamente, el COVID-19 que, si les llegase a afectar, nadie de su entorno tiene para cremarlos o enterrarlos.
No saben de la reconversión monetaria, pero si tienen la certeza de que no les alcanzará para las pastillas de la tensión, o el tratamiento de la artritis o del Parkinson que los aqueja. Si les llega el Alzheimer, ¿quién cuidará de ellos? Tampoco tienen fuerzas para lidiar con una lista de los candidatos de “gobierno” y “oposición” que hacen demagogia y populismo con el reparto de comida y medicinas que, valga la ironía, no tienen remedio porque nadie sabe quién los financia y hacen de la “caridad” un buen negocio político, o algo más. Pueden agradecer y agradecen, inocentes, esas donaciones, incluso en pañales, pero el trasfondo los espantaría, añadidas las características de un Estado aún más enfermo que todos nuestros ancianos; un estado que pretende utilizar el proselitismo político para manejar y destruir el derecho que toda esta población adquirió con sus años de servicio.
Esta triste realidad la vemos y la padecemos los que aun vivimos en Venezuela, la indefensión de nuestros adultos mayores; una realidad que debemos seguir difundiendo para lograr que puedan vivir con dignidad y seguridad, recibir un trato digno, independientemente de sexo, raza o procedencia étnica, discapacidad u otras condiciones, que deben ser valoradas independientemente de su contribución económica. Sin ninguna parcialidad política, que los obligue a ser parte de un modelo que no pertenecen ni pertenecieron, en algún momento de su vida. Los que, de alguna manera, aun podemos insistir, resistir y persistir no podemos olvidar a esta parte de la sociedad que, desde hace un tiempo, está siendo maltratada, abusada y olvidada por el régimen.
@freddyamarcano