A menudo pensamos en la antigua Atenas como el ejemplo clásico de gobierno democrático. Sin embargo, la antigua Atenas era una epistocracia, en la que solo votaban los miembros más instruidos de la sociedad. Por definición, una epistocracia está gobernada por ciudadanos con conocimientos políticos. A diferencia de la democracia, en la que el derecho al voto es igual para todos, en una epistocracia se otorga el poder político a los ciudadanos de acuerdo con sus conocimientos sobre asuntos públicos. La epistocracia es el gobierno de los entendidos.
En una epistocracia los votos de las personas que pueden demostrar sus conocimientos políticos cuentan más que los que no pueden hacerlo. Se han sugerido muchos enfoques para lograr esta asignación de votos. Por ejemplo, el filósofo inglés John Stuart Mill, propuso que los votos se ponderaran según el nivel de educación de los ciudadanos.
En su libro Against Democracy, el filósofo político Jason Brennan cuestiona que nuestra versión moderna de la democracia sea buena y moral. Sostiene que la mayoría de los ciudadanos tienen poco interés en la política y no se informan bien sobre temas políticos. Por lo tanto, no se debería permitir que esas personas tomen decisiones de importancia crítica para los demás.
En una reseña, el profesor de Derecho Ilya Somin señala que “las decisiones ignaras o ilógicas de los votantes pueden conducir fácilmente a guerras desacertadas, recesiones económicas y otras catástrofes que pongan en peligro la vida, libertad y bienestar de un gran número de personas. De la misma manera que no toleramos la práctica inexperta de un médico o un plomero, deberíamos tener una opinión igualmente negativa sobre el voto incompetente”.
Un argumento a favor de la epistocracia es lo que Brennan llama el “principio de competencia”. En su opinión, el derecho a participar en el proceso político es radicalmente diferente a otros derechos, porque implica imponer nuestra voluntad a otras personas. En consecuencia, el voto es un derecho que nos asigna la obligación de informarnos de las cuestiones políticas. Además, cualquier persona a la que se niegue el derecho a voto según las normas epistocráticas, puede revertir la situación informándose y aprobando algún tipo de examen.
La democracia no es un fin en sí misma, sino un instrumento para lograr buenos resultados sociales. El voto democrático no siempre produce buenos gobiernos. El ascenso al poder de Adolf Hitler en las últimas elecciones libres de la República de Weimar y la elección de Hugo Chávez en Venezuela son dos ejemplos pertinentes.
En nuestra concepción de la democracia, como votantes, tenemos preferencias sobre lo que debería hacer el gobierno, y elegimos a los líderes que prometen promulgar políticas conforme a esas preferencias. Esta teoría idealista de la democracia supone que los votantes son ciudadanos capaces de informarse sobre los numerosos problemas a los que se enfrenta una nación y que pueden dominar los entresijos de la política para juzgar con inteligencia. Esta visión de la democracia también postula que los votantes pueden evaluar la calificación de los distintos candidatos, de acuerdo a sus valores políticos. Desafortunadamente, la ciencia política contemporánea ha encontrado pocas pruebas de que los votantes se ajusten a este perfil idealista.
¿Puede mejorarse la democracia asignando el poder político a los ciudadanos en función de sus conocimientos sobre los asuntos públicos? Un modelo epistocrático es visto con buenos ojos en América Latina y otras regiones donde persiste una cierta desconfianza hacia el voto popular.
En la raíz de estos argumentos yace un malentendido sobre la democracia. Probablemente sea cierto que un modelo epistocrático, o gobierno de sabios, promovería leyes más sensatas que un modelo democrático. Incluso pudiera afirmarse que un gobierno epistocrático mejoraría el bienestar de la sociedad. Pero la democracia no se limita a su capacidad de promover buenos resultados políticos. La democracia tiene que ver con la forma en que se llega a las decisiones.
La democracia no consiste necesariamente en una toma de decisiones óptima; la democracia consiste en compartir las perspectivas y el poder. La democracia consiste en ofrecer igualdad y libertad política, aunque a veces ofrezca decisiones que no sean óptimas.
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