“Vivir en el exilio es quizás la condena más dolorosa para aquellos que amamos a nuestro país. Fuimos libres, y que grande fue Venezuela en libertad. Pero ¿Éramos todos libres?”
Siempre he sido un admirador de Norberto Bobbio. Su estilo ecléctico, romántico, suave entre lo normativo, jurista y filósofo, es fascinante, sabio. Italiano que, nacido en el Piamonte en 1909, vivió en Turín con su inseparable Valeria, usa la frase “el crepúsculo de la noche” en uno de sus últimos libros, «De senectute». Trata de [su] vejez y de la muerte, aunque no para glorificar la primera ni trivializar la segunda-como nos alerta el chileno Agustín Squella-sino “como [Bobbio] considera que la vejez es el tiempo de la melancolía, el momento en que se toma mayor «conciencia de lo insatisfecho, de lo incompleto». Un período de la vida donde hay mejor «bondad en la racionalidad» y en que «los afectos cuentan más que los conceptos”.
Sólo con leer esta iluminada frase de Bobbio encendí mi propia nostalgia. No me siento viejo ni tampoco a riesgo de marchar. Pero no hay que sentirlo para sufrir una hermosa, pero a la vez cargada nostalgia, por los años no vividos o mal vividos en nuestra querida Venezuela. Nos sacude un sentimiento de trepidante responsabilidad por una ausencia que no es imputable a nadie más, que a mi.
Hombres de pecho que aplauden la libertad.
Los años te llevan de la observación activa y crítica a la contemplación reposada. Bobbio en el crepúsculo de su sabiduría, decía: «He aprendido a respetar las ideas ajenas, a detenerme en el secreto de cada conciencia, a entender antes de discutir y a discutir antes de condenar». ¡Cuanta erudición en esa sentencia!
Detenernos en el secreto de cada conciencia impide condenar a nadie. No tengo el derecho de hacerlo, al menos sin antes entender que aun no siendo culpable, soy responsable. A partir de ahí no albergo rencor a nadie. Nunca lo he albergado…
Vivir en el exilio es quizás la condena más dolorosa para aquellos que amamos a nuestro país. Fuimos libres, y que grande es Venezuela en libertad. Pero ¿Éramos todos libres? Recuerdo la primera clase de introducción del derecho [1982] con el Padre Olaso [invitado]…Llegué tarde aquella mañana fría en la UCAB, porque venía de ser transferido de otra escuela. En el Derecho encontré mi oasis…Citando [Olaso] la pirámide de Kelsen, el padre sentenció: “Sólo por ofuscación o dolo puede sostenerse la posibilidad de vivir en democracia sin partidos políticos” ¿Por qué citaba esta sentencia? ¿Qué había dicho antes? Y agregó: “¿Aquéllos que viven con el estómago vacío son realmente libres, sienten que viven en democracia?
La racionalidad apunta Bobbio, “es un ejercicio de paciencia, una educación en la seriedad y una invitación a la claridad y al rigor». Lo que pasa es que, en la miseria, no existe serenidad, ni educación ni claridad y rigor. No existe racionalidad sino una dolorosa privación. El pobre no concientiza sino siente y padece. La libertad y la democracia son valores muy sensibles, mejor comprendidos cuando son capaces de generar prosperidad, oportunidad y afecto. “Es el fin de una historia” al decir de Fukuyama. Pero una historia [libertad y democracia], que no hemos sabido perfeccionar.
Creo en el bienestar de la democracia liberal. Pero cuidado con los «hombres sin pecho» como apuntó Nietzsche, “individuos sin ideales y enteramente desmovilizados para conseguir mayores cuotas de reconocimiento individual que les permita percibirse a sí mismos, a la vez que iguales, superiores a los demás”. ¿Quiénes son los inmovilizados? Recuerdo de niño acompañar a papá [médico que no renunciaba a su rutina de visitar pacientes en sus casas] anclando su pecho por los más humildes. Un noble esfuerzo de movilización que recibía como recompensa el afecto de sus atendidos, con cafés, rosarios y hasta mascotas. Pero no había que ser galeno para visitar nuestros barrios, y aliviar las cargas de la ausencia, que era indiferencia…
El proceso de preindustrialización venezolano arrancó en 1945. Tiempos de apertura petrolera, voto universal y directo, desruralización y masificación educativa. Pero la igualdad de oportunidades era justificadamente difusa. No quiere decir que los líderes de la época dejaron de cumplir su rol histórico de desarrollo y progreso. Los “hombres sin pecho”, fuimos aquellos que nos creímos que nuestra movilización podía ser aislada. Y de ahí al resentimiento, al desquite y al despojo hay un paso.
John Stuart Mill escribió: «Una persona con una creencia representa una fuerza social equivalente a la de noventa y nueve personas que sólo se mueven por interés». Ahí surge el dilema entre liberalismo y socialismo. Aquél es acusado de egoísta colmado de individualista y el segundo es señalado como idealista nutrido de un interés colectivo igualitario y utópico. El primero cabalga a solas. El segundo es masivo. Entonces el reto es invertir el método. Hacer masivo el liberalismo y egoísta al socialismo. Y evitaremos la ofuscación y el dolo.
El socialismo arrebata el espíritu de creer en el yo por creer en la igualdad que “garantiza el estado sin pecho”. Es crear enormes restricciones a la libertad de las personas. Inmola la libertad en nombre de la igualdad alertó Bobbio. Pero si los liberales no salimos de nuestra sagrada superioridad en nombre de la libertad, inmolaremos la igualdad, convirtiéndonos en hombres sin pecho, sin corazón…
Del pesimismo a la luz.
Bobbio sostuvo que la democracia es un proceso irreversible, no sólo en América Latina, sino también en los países del este de Europa, porque, según dijo, «la historia humana tiende hacia la libertad». En el crepúsculo de su noche entendió y acobijó regias y hermosas reflexiones. Aun estamos a tiempo, para regresar y rescatar el prístino, originario y humilde valor, de la libertad. Movilicémonos…
@ovierablanco *Embajador de Venezuela en Canadá