¿Quiénes eran? ¿De dónde venían? ¿Por qué los sacrificaron a ellos? Son muchas las preguntas todavía sin respuesta en torno a la monumental torre de cráneos erigida por los mexicas como un culto a la vida y que ha permanecido sepultada durante 500 años bajo la Ciudad de México.
“Este hallazgo es sumamente importante porque representa la esencia de la religión y la cosmovisión mexica”, explica este jueves a Efe desde los vestigios Raúl Barrera, arqueólogo del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
QUINIENTOS AÑOS ESCONDIDO
Todo comenzó en 2015, cuando los propietarios de un viejo edificio en desuso del centro de la Ciudad de México, a espaldas de la catedral, pidieron permiso a las autoridades para rehabilitarlo.
Hacer obras en las inmediaciones de la plaza del Zócalo es una tarea sumamente delicada puesto que allí se levantaban los ochenta edificios del imponente recinto ceremonial de Tenochtitlan, capital mexica o azteca, cuya caída acaba de cumplir medio milenio.
Tras ponerse manos a la obra, los arqueólogos del INAH constataron que las crónicas narradas sobre el lugar por los conquistadores españoles decían la verdad.
Y es que bajo el edificio hallaron miles de restos óseos y finalmente una imponente columna de cráneos. Ya no había ninguna duda. Estaban frente al famoso Huey Tzompantli o Gran Tzompantli (fila de cabezas).
“Fue muy emocionante. La arqueología tiene dosis importantes de emoción pero también requiere de una dosis muy significativa de paciencia”, comenta la también arqueóloga del lugar Lorena Vázquez.
El Huey Tzompantli era una plataforma de unos 36 metros de longitud construida alrededor de 1440 sobre la cual se erigían postes con travesaños donde se clavaban los cráneos de los sacrificados en honor a Huitzilopochtli, deidad tutelar de la guerra, en el aledaño Templo Mayor.
Los postes estaban flanqueados por dos columnas circulares, de más de cuatro metros de altura, compuestas por hileras de calaveras unidas con argamasa.
Una de ellas es la que se sigue excavando a día de hoy en el número 24 de la calle República de Guatemala; la otra se presupone debajo de la catedral.
UN CULTO A LA VIDA
Por hallazgos como este, muchos han retratado a los aztecas como un pueblo bárbaro, pero los expertos aclaran que en realidad el Huey Tzompantli se construyó como “un culto a la vida”.
“Los mexicas tenían claro que para que se mantuvieran los ciclos de la vida, había que alimentarse el sol y ese sol come corazones. Donde nosotros vemos muerte, ellos ven orden y mantenimiento del universo”, comenta la arqueóloga Vázquez, quien apunta que “buscaban preservar la vida, no matar por matar”.
La pregunta del millón es quiénes eran las personas sacrificadas y en eso trabajan los investigadores mediante estudios genéticos.
La mayoría de los más de 600 cráneos contabilizados eran hombres, de entre 25 y 35 años, aunque también se encontraron muchas mujeres y, en menor proporción, niños.
La hipótesis sobre la que trabajan es que eran prisioneros de guerra. “Podrían ser individuos capturados tras conquistar un señorío o una población”, detalla Lorena Vázquez.
Aunque también podrían ser guerreros derrotados, personas consideradas como deidades o incluso esclavos. Todavía no hay suficientes evidencias.
“Queremos saber quiénes son, quiénes fueron los individuos que fueron sacrificados y hoy se encuentran formando parte de esta torre”, insiste Raúl Barrera, muy cuidadoso al pisar la historia que tiene bajo sus pies.
Este experimentado arqueólogo todavía se sorprende por el buen estado de conservación de los cráneos a pesar de que las tropas de Hernán Cortés destruyeron los templos de Tenochtitlan en 1521 para construir con sus mismas piedras la Ciudad de México.
Posiblemente el agua y la humedad del subsuelo de la urbe, construida sobre un lago, haya tenido algo que ver en la preservación.
Así lo opina el antropólogo físico Jorge Gómez, también investigador del lugar.
Si bien todavía no se ha averiguado el origen de los sacrificados, este antropólogo puede leer en los cráneos bastantes pistas sobre el estilo de vida que tenían.
“Por los dientes pudimos inferir que los sujetos tuvieron una condición de vida óptima”, cuenta Gómez ante el estado, muchas veces envidiable, de las dentaduras de los cráneos.
Cerca de la mitad de los que ha estudiado están deformados debido a una práctica cultural extendida en muchos pueblos de Meosamérica que consistía en comprimir la cabeza de los niños para alargarlas.
Otro de sus descubrimientos es que las cabezas eran clavadas en los postes del Tzompantli poco después de ser decapitadas, ya que si le cerebro llega a licuarse antes, el cráneo se rompería.
Antes de abrir el espacio al público, necesitan más respuestas. Algunas de ellas se hallan, quizás, debajo de la catedral.
EFE