Las revelaciones que hoy publica ABC en exclusiva sobre el ‘Delcygate’ demuestran muchas cosas, pero sobre todo confirman dos sospechosas realidades: que fue una pantomima la versión improvisada por el Gobierno cuando se filtró el aterrizaje en España en enero de 2020, en plena noche y de incógnito, de la vicepresidenta de Venezuela, Delcy Rodríguez; y que el Ejecutivo de Pedro Sánchez mintió patológicamente para evitar un escándalo que después le estalló en las manos por su torpeza al gestionar esta crisis. Cuando el avión venezolano llegó al aeropuerto de Madrid, es notorio que se estaba produciendo una ilegalidad porque las aeronaves de ese país con miembros de su Gobierno a bordo no solo tienen vedado aterrizar aquí, sino también cruzar nuestro espacio aéreo.
Aún quedan sombras sobre todo lo que ocurrió aquella madrugada en Barajas, y lo cierto es que la justicia archivó el caso. Sin embargo, las informaciones que hoy aporta ABC son relevantes desde una perspectiva política. Primero, porque el viaje de Rodríguez había sido conocido y preparado por el expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero. Segundo, porque cuando fue consciente del escándalo en aquellas horas, Pedro Sánchez envió al entonces ministro José Luis Ábalos al aeropuerto a deshacer el entuerto ‘in situ’, con la instrucción de que la vicepresidenta venezolana no pisase Madrid. Y tercero, porque no era ninguna escala técnica, ni el avión debía reponer combustible, ni hubo averías de ningún tipo… Todas y cada una de las versiones que iba modificando el Gobierno con los días fueron mentiras encadenadas. Y aunque finalmente el vuelo pudo ser desviado a Doha, nada era puntual ni provisional. No era una anécdota. Era un viaje perfectamente organizado en el que Delcy Rodríguez pensaba pasearse por Madrid, tratarse en una clínica, acudir de compras como si fuese una turista y no la vicepresidenta de una dictadura sometida a sanciones internacionales, y entrevistarse con Zapatero. Había agenda cerrada y para eso viajó a España. Pero la chapuza terminó convirtiéndose en un escándalo, y el escándalo, en un engaño masivo a los ciudadanos solo porque Zapatero se empeñó -y sigue empeñado, a través de José Borrell- en agasajar a un régimen autoritario y en blanquear a Nicolás Maduro. Por eso es irrelevante quién haya filtrado en la Unión Europea que un informe reservado rechazaba enviar una misión electoral a Caracas para no dar legitimidad de demócrata a Maduro. Lo relevante es saber si es verdad lo que dice ese informe y por qué Borrell lo despreció.
A Sánchez le habría sido más útil asumir que el ‘Delcygate’ fue una monumental chapuza y pedir disculpas. Probablemente, el escándalo habría quedado ahí. Sin embargo concatenar falacias se ha convertido en el modo habitual de funcionar del Gobierno. Sánchez miente con el recibo de la luz, con los comités de expertos contra la pandemia, miente con los indultos a los separatistas, con la entrega de Puigdemont a España, con su tesis doctoral… Siendo un caso bastante diferente al que ocurrió meses después con el líder del Frente Polisario, Brahim Gali, la obsesión del Gobierno por atender en suelo español a personas reclamadas internacionalmente tiene su paralelismo. Con una diferencia sustancial: cuando llegó Gali, Moncloa debió tener aprendida la lección del Delcygate y Sánchez inventó aquello de la ‘atención humanitaria’. Siendo, como fue, la enésima mentira, quizás Sánchez pueda encontrar en ello la razón por la que un juez de Zaragoza mantiene imputada a la exministra González Laya. La opacidad en la acción de un Ejecutivo siempre es grave. Pero el engaño tras el secretismo, es doblemente grave.
Por abc.es