Se trata de un novedoso tratamiento de “estimulación cerebral profunda”, desarrollado por científicos de la Universidad de California en San Francisco. El dilema ético que introdujo.
Por infobae.com
Una mujer, de 38 años, que padece depresión severa, se encuentra hace un año libre de síntomas luego de que un equipo de científicos de la Universidad de California en San Francisco, Estados Unidos, le implantara un dispositivo en el cerebro para “eliminar” los pensamientos negativos que le pudieran surgir, con una explosión de estimulación eléctrica.
Se trata del primer caso en el mundo en demostrar que la estimulación altamente dirigida en un circuito cerebral específico que incluye patrones cerebrales depresivos podría ser ser una forma efectiva de tratamiento para la depresión severa, que afecta aproximadamente al 5% de los adultos en todo el mundo, según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Durante 2016 Sarah, la paciente, cuando la joven conducía a su hogar minutos después de haber salido de su trabajo en el norte de California, se sintió tan abrumada que lo único que podía pensar era en terminar con su vida. “No podía dejar de llorar”, recordó en declaraciones a The New York Times. Para esta estadounidense, el pensamiento que la invadía en ese momento era desviarse en su camino hacia el pantano para ahogarse.
A pesar de esta desesperante escena, logró llegar a su casa y al poco tiempo se mudó con sus padres porque los médicos a los que acudió en ese urgente pedido de ayuda consideraron que era riesgoso que viviera sola. Al no poder concentrarse, renunció a su empleo, que era en el sector de tecnología para la salud.
Experimentó con alrededor de 20 medicamentos para la depresión, meses en un programa diurno en un centro hospitalario, terapia electroconvulsiva, estimulación magnética transcraneal, entre otras alternativas. Sin embargo, sus síntomas persistieron, tal como ocurre con las más de 250 millones de personas que padecen depresión en el mundo.
De pronto, la joven llegó al grupo de investigadores de la Universidad de California, campus San Francisco, quienes implantaron en el cerebro de Sarah un dispositivo que funciona con baterías del tamaño de una caja de fósforos, una especie de “marcapasos para el cerebro”, lo denominan algunos, calibrado para detectar el patrón de actividad neuronal que ocurre cuando ella está cayendo en una depresión. Allí, descarga pulsaciones de estimulación eléctrica para evitarla.
Según especificaron en el estudio publicado recientemente en la revista científica Nature, a los 12 días de que el dispositivo de Sarah empezó a funcionar por completo en agosto de 2020, su puntaje en la escala estándar de depresión disminuyó de 33 a 14 y varios meses después cayó por debajo de 10, lo cual, en esencia, significó un estado de remisión, informaron los autores del paper científico.
“El dispositivo ha mantenido mi depresión bajo control, me ha permitido volver a ser la mejor versión de mí misma y reconstruir una vida que vale la pena vivir”, compartió su experiencia Sarah.
Andrew Krystal, profesor de psiquiatría, miembro del Instituto Weill de Neurociencias de UCSF y uno de los científicos detrás del desarrollo explicó en un comunicado de prensa: “Este estudio señala el camino hacia un nuevo paradigma que se necesita desesperadamente en psiquiatría”.
“Hemos desarrollado un enfoque de medicina de precisión que ha manejado con éxito la depresión resistente al tratamiento de nuestra paciente al identificar y modular el circuito en su cerebro que está asociado de manera única con sus síntomas”, precisó.
Desarrollos anteriores no habían tenido éxito con la estimulación cerebral profunda tradicional (DBS, por sus siglas en inglés), dado a que la mayoría de los dispositivos solo brindaban estimulación eléctrica constante en una sola área del cerebro. Constituye un gran desafío para los científicos apuntar a diferentes áreas del cerebro en distintas personas. En el caso de la joven oriunda de California este obstáculo fue superado con éxito, debido al descubrimiento de un biomarcador neuronal, un patrón de actividad cerebral que detecta la aparición de síntomas.
“Lo que creemos que está sucediendo en esta primera paciente es que algo en el entorno desencadena un proceso que provocaría un sentimiento negativo, el comienzo de lo que empeora su depresión. Lo detectamos antes de que se convierta en una depresión significativa y básicamente lo eliminamos”, amplió Krystal, quien añadió, “nuestro objetivo no era hacer feliz a esta paciente, sino eliminar su depresión”.
Katherine Scangos, psiquiatra y autora principal de la investigación, aseveró: “Pudimos brindar este tratamiento personalizado a un paciente con depresión y alivió sus síntomas, no hemos podido hacer este tipo de terapia personalizada anteriormente en psiquiatría”.
Actualmente dos pacientes más forman parte del ensayo y según adelantó Scangos buscan agregar a nueve más eventualmente.
La idea de alterar el estado de ánimo con estimulación eléctrica cerebral podría bien corresponder a la trama de una película o serie de ciencia ficción, pero en la práctica, no es nada nuevo. La terapia electroconvulsiva se introdujo en la década de 1930 y se ha convertido en estimulación cerebral profunda tradicional (DBS), que busca corregir una disfunción específica en el cerebro mediante la introducción de pulsos eléctricos sincronizados con precisión. Es probable que la aprobación de la FDA para este tratamiento específico aún esté lejos, pero arroja luz sobre la posibilidad de que ocurra en el futuro.
Ahora bien, su implementación genera opiniones encontradas entre la comunidad científica. La perspectiva de que los médicos manipulen y redirijan los pensamientos de un individuo, utilizando electricidad, plantea posibles dilemas éticos para los investigadores y acertijos filosóficos para los pacientes.
Por ejemplo, para Frederic Gilbert, filósofo experto en neuroética y profesor titular de Ética en la Universidad de Tasmania, de Australia, “una persona a la que se le haya implantado un sistema de circuito cerrado para atacar sus episodios depresivos podría verse incapaz de experimentar alguna fenomenología depresiva cuando es perfectamente normal experimentar este resultado, como en un funeral”.
“Un programa de sistema para administrar una respuesta terapéutica cuando se detecta un biomarcador específico no capturará fielmente la idoneidad de algún contexto; los sistemas invasivos automatizados implantados en el cerebro podrían intensificar constantemente su toma de decisiones y como resultado, podría comprometer usted como agente de pensamiento libre”, adviritó al medio especializado Salon.
La posibilidad de un mal uso plantea cuestiones morales, coinciden los expertos. “Hay grados potenciales de mal uso de algunos de los datos neurológicos que salen del cerebro, algunos creen que estos datos neurológicos pueden ser nuestros pensamientos ocultos y secretos”, agregó Gilbert.
Por su parte, Laura Specker Sullivan, profesora asistente de filosofía en la Universidad de Fordham, Nueva York, cree que “es instructivo pensar en dispositivos DBS similares a los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS), una clase común de antidepresivos que incluye medicamentos como Prozac. La mayoría de los usos de la estimulación cerebral profunda para los trastornos del estado de ánimo, como la depresión severa, funcionarán como los ISRS o cualquier otro tratamiento para la depresión, donde no hace que los pacientes piensen en algo, pero elimina a menudo el letargo, el estado de ánimo depresivo y la anhedonia que acompaña a la depresión”.
“Me cuesta ver eso como algo que se va a generalizar en la sociedad”, concluyó Specker Sullivan.