Soy uno de los convencidos de que la economía basada en el libre intercambio humano y solidario será el modelo económico por excelencia para que el hombre sea más libre, la sociedad sea más justa y la vida sea más digna, como diría mi viejo amigo Fernando Chumaceiro. La economía liberal solo tiene su amenaza en los ilícitos, porque ellos aniquilan la propiedad, el mérito y la ley. Otros modelos han resultado en opciones fracasadas que solo trajeron mayor miseria y más atraso en los países donde se intentaron.
Pero eso no es suficiente en un mundo de relaciones muy opacas y hasta oscuras donde ya ni siquiera las diferentes policías saben hacia dónde van las colocaciones de los blanqueadores de capital; en materia informática se hackea a el Pentágono, se intervienen procesos electorales y, en términos de transacciones comerciales, industriales y financiera, abundan las zancadillas y los golpes bajos en materia fiscal. En ese juego abierto y reforzados por pandemias y catástrofes naturales impredecibles, no es nada difícil augurar crisis económicas, como las que ya se vislumbran, de dimensiones desconocidas hasta ahora para muchos expertos.
Sabemos que en la última década del siglo pasado, con la caída del muro de Berlín y la expansión y consolidación de Internet, se impuso la globalización, pero esas mismas corrientes que potenciaron el auge económico mundial, en paralelo también motorizaron con fuerza inusitada la delincuencia organizada y a su vez debilitaron los organismos encargados de combatirla. Crecieron el narcotráfico, el tráfico humano y la trata de blancas y de niños, el contrabando de armas, el tráfico ilícito de órganos y el blanqueo de capitales, al punto que algunas estimaciones de organismos especializados, sitúan para esta fecha, a pesar del esfuerzo de algunos países para controlarlo, el flujo de dinero negro en un monto muy superior al 10% del PIB mundial, lo que hace de esos recursos un factor fundamental de la economía del planeta.
Además, parece que nadie escapa a algunos de estos manejos irregulares que esconden grandes fortunas en paraísos fiscales, como lo demuestran los Pandora Paper, una filtración de casi 12 millones de documentos, que evidencian fortunas ocultas, evasión de impuestos y en muchos casos lavado de dinero. No todos trabajan con dinero de desconocida procedencia, pero es un modo de manejo de las finanzas utilizado por excelencia por la delincuencia organizada.
En un mundo multipolar donde se cruzan todo tipo de intereses entre las grandes potencias, en un forcejeo permanente que todo lo enrarece y todo lo dilata o diluye, es muy difícil predecir un mundo a partir de reglas de juego claras y transparentes que permitan regular la ambición por la búsqueda y el dominio de mayores zonas de influencia económica y geopolítica, menos aún combatir unificadamente a los ilícitos. Y especialmente que se pueda conformar un bloque común, como la situación lo amerita, para enfrentar con diligencia el rápido y progresivo deterioro del medio ambiente, el cambio climático, y sobre todo las pandemias que seguirán apareciendo como parte de la crisis de la salud mundial, expresión de las deplorables condiciones de vida en la mayor parte del planeta.
El mundo reclama un liderazgo emergente a la altura de las exigencias de un siglo XXI lleno de retos y expectativas para la humanidad, mal entretenida en el protagonismo de una revolución digital que solo le permite al individuo mirarse el ombligo y sentirse epicentro de un mundo donde nada le pertenece y cada día, por paradójico que parezca, está más solo, aislado y sin instrumentos para enfrentar la realidad y asumir el protagonismo de su destino. Nunca antes el mundo estuvo tan huérfano de ideas para gobernar y de nuevos talentos para instrumentalizarlas. Nunca hubo reunidos en un instante y en una sola toma universal, más cazurros y más bellacos, iluminados por cámaras y grabadores.
Siento un mundo encallejonado en viejas prácticas políticas y en la reminiscencia de valores ideológicos decadentes y olvidados como el igualitarismo, el racismo, la soberanía, el imperialismo, el nacionalismo, el populismo, la revolucion, etiquetas ya desbordadas en la práctica por el sentido común y la sensibilidad de la gente para percibir cuánta carga de manipulación de la ignorancia y mentira encierra cada uno de ellos. La perspectiva a corto plazo muestra una tendencia donde la ofensiva la llevan las potencias enemigas de la libertad y el progreso: Rusia y China, que dan oxígeno a las nuevas dictaduras y promueven respaldo militar en caso de confrontaciones.
En nuestro caso, somos de los países más desafortunados del planeta. Jamás las mentes más curtidas de imaginación, en confrontación con los adversarios políticos, estimaron el daño patrimonial causado a la nación y a sus instituciones por un puñado de seres humanos que se desempeñara con tanta voracidad amoral para apropiarse de lo ajeno y tanta indolencia por los intereses del colectivo representados en sus ciudadanos, sus profesores, sus maestros, sus pensionados, sus médicos y enfermeras, sus empleados públicos y hasta sus soldados.
La cloaca de aguas putrefactas que han dejado ver el abre boca en las confesiones de Alex Saab, y el Pollo Carvajal y lo que se conoce de la enfermera de Chávez, además de otros muchos movimientos de blanqueo de capitales, cobro de comisiones y todo cuanto manejo ilícito han realizado muchos de los funcionarios públicos, familiares y amigos que pasaron por distintas funciones de gobierno, nos habla por sí sola de la dimensión criminal de los más conspicuos representantes de la revolución bolivariana.
No soy nada optimista con el futuro del planeta, menos aún con el del país, por lo menos no mediante el juego complaciente de entrar a participar en unas elecciones regionales en condiciones asimétricas, sin jefe y sin planes, apenas con el respaldo internacional que solo va a terminar tomando cuerpo cuando algunos países utilicen formas de presión extrema, especialmente Estados Unidos, que nadie sabe cuáles serán ni en qué momento decidirán aplicar. Si de algo estoy seguro, es de que ese país jamás nos abandonará para que el nuestro se transforme oficialmente en una sucursal del crimen organizado, de ilícitos y el terrorismo internacional.
Es muy desalentador que en el horizonte venezolano haya que darles más peso sobre el futuro a los imponderables que a los individuos y a las organizaciones ciudadanas de nuestro país. Lamentablemente, hay mucho pícaro vividor, camuflado entre los dirigentes políticos, encuestadores profesionales y los vaticinadores de oficio, verdaderos aprovechadores del negocio electoral.
León Sarcos, octubre 2021