Tenían 18 y 17 años y toda una vida por delante. Se habían conocido en una parroquia en el barrio de Villa Crespo, en la ciudad de Buenos Aires, y pronto entablaron una linda amistad. Se sabían cómplices, compañeros, estaban atentos a las necesidades del otro y sentían que el tiempo transcurría sin sobresaltos cuando estaban juntos. Así lo reseñó La Nación.
En temas del corazón, cada uno siguió su propio camino. Coincidían hasta en eso: ambos tenían amores platónicos y quisieron jugarse todas las cartas para concretar aquel sueño. Pero los planes se frustraron cuando las otras partes mostraron desinterés en el vínculo. De modo que casi de forma instintiva surgió una pregunta que lo cambió todo: ¿y si intentamos estar juntos como pareja?, pensaron al unísono. No tenían nada que perder. Así que transformaron su amistad en un noviazgo sólido y con futuro.
Después de siete años de noviazgo, cuando llegó el momento de echar raíces, Martín puso su mejor esfuerzo para sorprender a Cynthia. “Organizó una fiesta sorpresa en la casa de sus padres y con todos nuestros amigos. Y, aunque lo descubrí unas cuadras antes de llegar fue un gesto hermoso. Luego tocaron timbre. Pensé que era un invitado más y metí la pata de nuevo. Resultaron ser unos mariachis que vinieron especialmente a la reunión. Entre canción y canción, Martín me propuso casamiento de rodillas. Fue inolvidable”.
Una advertencia y un error de cálculo
Les llevó dos años reunir el dinero para concretar la fiesta tal como la habían soñado. Cada detalle estaba pensado y calculado para que tanto ellos como los invitados disfrutaran con todos los sentidos. Para la noche anterior, ambos novios tenían organizadas sus respectivas despedidas de solteros. Cynthia se había ocupado de hacer algunas aclaraciones para luego no llevarse una sorpresa. Al día siguiente habían planificado una reunión con amigos en una quinta con pileta en Pilar,
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