Crimen impune: El misterioso asesinato de la periodista estrella de la BBC

Crimen impune: El misterioso asesinato de la periodista estrella de la BBC

Jill Dando, “la princesa de las noticias”, recibió un disparo en la puerta de su casa. Foto: Web

 

 

Cerró la puerta del auto. Por suerte -pensó- había podido estacionar casi en la puerta de su casa. Caminó hacia la entrada. Ya tenía las llaves en la mano. De repente, sintió que alguien la tomaba desde atrás. No pudo ver su cara. Notó que un brazo rodeaba su cintura. La apretaba fuerte.





Por: Clarín

Se asustó y lanzó un pequeño grito, ahogado. La presión era tanta que cayó al suelo. Allí, con la cara de lado apretada contra las frías baldosas, recibió un disparo. El disparo fatal. Un solo tiro certero que terminó con su vida.

Jill Dando, “la princesa de las noticias”, tenía sólo 37 años y estaba en la cúspide de su carrera como presentadora de la BBC. Era la cara bella y amable que millones de ingleses veían con devoción en la pantalla. Pero también era la periodista sagaz y astuta que revelaba los secretos más oscuros del poder.

Su muerte conmocionó a Gran Bretaña. El caso ocupó tantas horas de televisión como tapas de diarios. Scotland Yard desplegó un operativo como nunca antes lo había hecho.

Las hipótesis sobre su asesinato hablaron de mafias, pedófilos y hasta de un amor despechado. Nada se pudo comprobar. Desde aquel 26 de abril de 1999 el crimen se mantiene impune.

Las pruebas de la vida

El 9 de noviembre de 1961, Jill Wendy Dando nació en la ciudad de Weston-super-Mare, en el condado de Somerset. Ayer hubiera cumplido 60 años.

Cuando apenas había cumplido 3 años, por primera vez la vida le puso un desafío. Los médicos detectaron que tenía una arteria pulmonar bloqueada y un agujero en su corazón. Rápidamente fue operada y, por suerte, el problema se solucionó.

Siempre fue una estudiante destacada, brillante. Y desde pequeña supo que le gustaba comunicar, tal vez influenciada por su padre y su hermano Nigel, 7 años mayor, que se dedicaban al periodismo.

A los 20 años tuvo que enfrentar una nueva prueba. Su madre, Winifred Mary Jean Hockey, murió de leucemia. Tenía 57 años.

Pasión por el periodismo

Tras terminar la carrera de periodismo en el Instituto South Glamorgan de Cardiff, Jill comenzó a trabajar como reportera en el Weston Mercury, un diario local en el que tanto su padre como su hermano habían trabajado.

En 1985, cinco años después, ingresó a la BBC de Devon, luego pasó al canal regional para finalmente desembarcar, en 1988, en el equipo nacional de la BBC en Londres.

En la histórica corporación mediática inglesa hizo de todo. Tanto, que en 1997 ganó el premio como a la “personalidad destacada”.

Entre otras cosas, estuvo al frente de los boletines de noticias “hora a hora” y de diferentes envíos como Breakfast News, One O’Clock News y Six O’Clock News, y Holiday , donde mostraba sus viajes alrededor del mundo.

Pero su gran éxito fue Crimewatch, un programa sobre casos policiales que condujo junto al reconocido periodista Nick Ross desde 1995. Justamente la noche previa a su asesinato habían transmitido el primer capítulo de esa temporada. Como siempre, había sido todo un éxito.

Es la historia de un amor…

Tras compartir siete años con Bob Wheaton, un productor de televisión 14 años mayor que ella, la pareja terminó porque él se cansó de los constantes viajes de Jill y de su extrema dedicación al trabajo.

Poco después, mientras grababa para su show de viajes en Sudáfrica, conoció al guardaparques Simon Basil. Él dejó todo y regresó con ella al Reino Unido, pero el romance no consiguió avanzar.

Finalmente, el amor llegó a su vida hacia fines de 1997. En diciembre, en una cita a ciegas organizada por amigos, conoció a Alan Farthing, un ginecólogo con quien se comprometió y rápidamente puso fecha de casamiento.

El nuevo siglo les daría la bienvenida como matrimonio. El día elegido para la boda había sido el 25 de septiembre de 1999. El destino se encargó de que ese sueño no pudiera hacerse realidad.

El último día

Aquel 26 de abril amaneció como un lunes cualquiera. Comenzaba la semana y Jill tenía una agenda cargada. Se levantó temprano, desayunó con Alan y, en cuanto él salió para el hospital, hizo algunas llamadas telefónicas.

A media mañana salió con su auto. Tenía que hacer compras antes de comenzar su jornada laboral. La primera parada fue en Kings Mall, el centro comercial de Hammersmith. Luego visitó algunas tiendas sobre la calle Bridge, necesitaba papel y tinta para el fax.

Finalmente, condujo su auto hacia su casa de soltera, una coqueta residencia en el 29 de la calle Gowan, en Fulham, un elegante barrio del sudoeste de Londres. Ya había decidido ponerla en venta y había recibido algunas ofertas. Convivía con su novio y no tenía sentido mantenerla.

Y ahí estaba, parada frente a la puerta, cuando un desconocido terminó con su vida. Fue un único tiro que ingresó sobre su sien izquierda. El teléfono comenzó a sonar en su cartera. Ella no atendió. Ya estaba muerta. Eran las 11.32.

Fue su vecina Helen Doble quien encontró el cuerpo. La mujer pasó de casualidad por la puerta de la vivienda y la vio tirada sobre el pasillo en un charco de sangre. Habían pasado 14 minutos.

Sollozando, Doble llamó a emergencias. “Hay mucha sangre”, se la escucha decir. “No parece que esté respirando. Le sale sangre de la nariz. Tiene los brazos azules”, describió angustiada. “Dios mío, no, no creo que esté viva. Lo siento”, le indicó al operador.

Jill Dando fue traslada al Hospital Charing Cross. Allí la declararon muerta a las 13.03.

Asi quedó la puerta de la casa de Jill Dando luego de su muerte. Foto: BBC

El hombre del sobretodo marrón

La gente estaba conmocionada, sus compañeros de la BBC devastados, su audiencia desolada. Hasta Tony Blair, el Primer Ministro, la despidió asegurando que ella era la “presentadora de la gente”.

Tras la muerte de la periodista, la policía inició una búsqueda frenética para intentar descubrir quién había sido el asesino y por qué le había disparado.

El único dato cierto que tenían los investigadores era un grito ahogado -“como de sorpresa, cuando uno saluda a un amigo”- que había escuchado su vecino Richard Hughes.

Al acercarse a la ventana, Hughes había visto alejarse al criminal. Era un hombre blanco de 1.80 metro de altura y aproximadamente 40 años de edad. Vestía un elegante sobretodo marrón y caminaba tranquilo.

Un cartero, una conductora y un motoquero que habían pasado por la zona también lo habían visto merodeando. Los testimonios coincidían.

Se conformó un equipo especial para investigar el caso. El trabajo fue más que intenso. Entrevistaron a 5000 personas; tomaron más de 2500 declaraciones; y revisaron 190 cámaras de vigilancia. Recibieron cerca de 80.000 llamados y leyeron alrededor de 14.000 correos electrónicos.

En total consideraron a 2100 personas como potenciales sospechosos. Sin embargo, había pocas precisiones y menos certezas.

El primer acusado

Tras meses de búsqueda y análisis de las pocas pruebas que tenían, los agentes pusieron su lupa en Barry George. El hombre vivía un kilómetro de la casa de la periodista y tenía antecedentes de acoso a mujeres, delitos sexuales y otros comportamientos antisociales.

George quedó bajo vigilancia. Cuando revisaron su domicilio encontraron fotos de mujeres de la zona y recortes de diarios y revistas sobre el entierro de Jill.

Pero hubo descubrimiento decisivo: hallaron fragmentos de pólvora en su abrigo que coincidía con la de la escena del crimen. Lo arrestaron el 25 de mayo de 2000 y tres días después lo acusaron del asesinato.

Luego del juicio en el que fue declarado culpable, el 2 de julio de 2001 lo condenaron a cadena perpetua. Sin embargo, poco después comenzaron a aparecer voces que aseguraban que el hombre era inocente y que las pruebas eran débiles.

Sus abogados presentaron varias apelaciones. Finalmente George tuvo un nuevo juicio que anuló la condena original. Fue absuelto en agosto de 2008.

¿Y si fue su entorno?

Tras este fracaso, la policía retomó la investigación siguiendo nuevas líneas. Una de ellas se centró en su entorno íntimo. Analizaron las posibles relaciones que podría haber tenido entre sus noviazgos formales.

¿El responsable podría haber sido un examante? ¿O un novio despechado? Las autoridades chequearon el historial de llamadas de la Jill y volvieron a entrevistar a su círculo más cercano. La teoría se desechó rápidamente.

Por ese entonces, las especulaciones de la prensa sensacionalista estaban a la orden del día. Una de las teorías en la que insistían los tabloides hablaba sobre su vínculo con un jefe del hampa.

Según ellos, en uno de sus viajes, un mafioso chipriota se habría obsesionado con ella y, frente a su rechazo, habría actuado en consecuencia. Nunca se pudo comprobar.

La trama serbia detrás de su muerte?

La pista serbia también fue intensamente analizada por los investigadores. En especial, teniendo en cuenta que Tony Hall, el jefe de noticias de la BBC, había recibido una llamada telefónica por parte de un hombre con acento de Europa del este. En ella, había hecho varias amenazas de muerte.

Los que defendían esta teoría sostenían que podría haber sido una venganza por las bombas que había arrojado la OTAN? en las centrales de la radio y televisión Serbias el 23 de abril. Eso había ocurrido sólo tres días antes del asesinato de Jill.

Además, la periodista se había presentado frente a la pantalla de la BBC pidiendo ayuda para los refugiados albano-kosovares. Pero, si bien había recibido una carta que, en nombre de los serbios, criticaba su campaña, ella misma no le había dado ninguna importancia.

En su momento, el periodista Bob Woffinden avanzó con esta hipótesis pero Scotland Yard no lo creyó posible. Otra teoría que quedó en la nada.

Una red de pedofilia VIP

Una de las versiones fuertes en torno a la muerte de Jill se vinculó con una red de pedofilia que estaba integrada por personas famosas.

Según algunos testimonios, la periodista habría conseguido información sobre un grupo particular de pedófilos que estaría conformado por personalidades de la BBC, la cadena en la que ella trabajaba.

Incluso, varias fuentes aseguraron en su momento que ella le habría entregado un informe a sus jefes con los nombres de los involucrados. La hipótesis -que también desembocó en un camino sin salida- indicaba que ella habría querido dar a conocer los nombres y por eso la habrían matado.

Una fuente anónima le dijo al periódico Express que “nadie quería saber” nada cuando se hablaba del tema. La fuente también aseguró que no recordaba los nombres de todas las estrellas y que no quería implicar a nadie, pero que Jill había afirmado que eran personajes sorprendentemente importantes.

“Creo que se sorprendió bastante cuando le contaron sobre imágenes de niños y que la información sobre cómo unirse a esta horrible red de pedófilos era accesible”, testimonió frente al medio.

Incluso, agregó que “Jill dijo que otros se habían quejado con ella sobre asuntos sexuales y que algunas compañeras de trabajo también habían afirmado que las habían manoseado o agredido”.

Si bien nunca se comprobó un vínculo entre esta hipótesis y la muerte de la periodista, el tiempo confirmó el accionar de la red.

En 2012, luego de la muerte de Sir Jimmy Savile, el tan famoso como excéntrico DJ de la BBC, se conocieron horrendos detalles de sus espantosos abusos sexuales a niños. Muchos de ellos habían tenido lugar en las propias oficinas de la corporación mediática.

Un crimen impune

El asesinato de Jill Dando nunca se resolvió. El suyo, uno de los “casos fríos” más famosos de Gran Bretaña permanece abierto.

Luego de su muerte, la BBC creó una beca en su memoria que anualmente permite que un joven estudie periodismo de forma gratis en la Universidad de Falmouth.

Su hermano, sus colegas y sus amigos aún esperan saber qué pasó. Comienzan cada día con la esperanza de que el misterio -uno de los más dolorosos para la sociedad inglesa- se resuelva.

¿O será que este se convertirá en un crimen sin respuesta? Paradójico. Respuestas fue lo único que Jill buscó en su vida.