Un día de 2015, cuando comenzó el primer éxodo de venezolanos, Laura (nombre ficticio usado para proteger a la víctima) viajó desde Barquisimeto a Cúcuta, Colombia, con su hija de tan solo dos años de edad, con la esperanza de trabajar como mesera en un billar.
Por Anggy Polanco / Luz Dary Depablos / LaPatilla
La joven, de 27 años, con estudios universitarios, había recibido una oferta de trabajo que le dijo un familiar. Para ese momento, en Venezuela, era difícil acceder a los bolívares en efectivo para el pago de los pasajes desde el centro del país hacia la frontera, pues aún no estaba permitida la libre circulación de monedas extranjeras en el país.
Este inconveniente retrasó su viaje por dos días y cuando llegó, ya el empleo había sido tomado por otra persona. Ella intentó la búsqueda de un empleo formal, pero al estar indocumentada, fue rechazada varias veces hasta que se quedó sin dinero para regresar.
“Caminaba kilómetros tras kilómetros buscando un trabajo y me decían: ‘No, usted es venezolana, y de una vez me estigmatizaban”, relató. A nadie le importaba que su grado de instrucción fuera de Técnico Superior en Mercadotecnia. La única oferta y su última opción, con alta demanda en esta ciudad neogranadina, fue la prostitución: ofrecer su cuerpo por “ratos” a hombres de cualquier edad, a cambio de dinero.
Así como Laura, existen más de 5.000 mujeres venezolanas que trabajan en la prostitución en Cúcuta, que han sido ayudadas por la organización Mujer, Denuncia y Muévete (MDM). Estas son consideradas víctimas de trata, mientras que para el Estado colombiano simplemente no existen, por el solo hecho de no considerarlas trabajadoras. En la legislación de Colombia es inexistente la figura del trabajo sexual. En MDM apoyan a estas mujeres, las orientan para que salgan de ese mundo y comiencen a generar sus propios ingresos a través de emprendimientos, pues en la zona no hay instituciones que ayuden a reinsertarlas.
Las mujeres migrantes son totalmente vulnerables. Muchas de ellas llegan a Cúcuta sin poder tener acceso a una condición de vida digna. Se convierten en unas extranjeras más y ya. La abogada y feminista abolicionista, Alejandra Vera, directora de Mujer, Denuncia y Muévete, reveló que estas mujeres, niñas y adolescentes, se acercan a la institución tras ser víctimas de violencia sexual, por haber sido contagiadas de enfermedades, por embarazos no deseados, por sufrir ahorcamientos y golpes.
Huir de la crisis humanitaria
De acuerdo a un estudio que desarrolló la organización junto a una universidad colombiana, se pudo determinar que solo el 2 % de las venezolanas en situación de prostitución están regularizadas, lo que quiere decir que aún no hay un aproximado de cuántas mujeres están indocumentadas y siendo explotadas por mafias en el Norte de Santander.
En algunas ocasiones estas mujeres ni siquiera se reconocen como víctimas por el solo hecho de recibir un pago a cambio de la prestación de un “servicio”, dijo Vera. “La trata no es diferente a la prostitución, es un matrimonio. Eso no se puede separar, porque el traslado y el engaño que le hacen a una mujer es con una finalidad: la prostitución”, comentó.
A lo largo de cinco años que lleva Alejandra Vera trabajando con las víctimas venezolanas de explotación sexual, no ha conocido a la primera que le diga “que lo hace, porque lo desea, lo sueña y que viajó desde Venezuela solo con ese objetivo, y que sus condiciones son de calidad y dignas”.
Por el contrario, “las mujeres piden ayuda a gritos, porque se quieren suicidar, están asqueadas, enfermas, con embarazos producto de la violencia. Lo único que suma es a la criminalidad y al delito. Colombia es negacionista. Las mujeres todo el tiempo las violentan, las vulneran, la misma institucionalidad, los mismos de la fuerza pública”, resalta Vera.
Muchas mujeres en Venezuela creen que en Colombia pueden mejorar su calidad de vida y que hay muchas ofertas de trabajo, y abandonan su país donde tienen a sus familias e hijos, su casa propia… Ellas, huyendo de la crisis humanitaria compleja, llegan a Colombia, donde se enfrentan con una dura realidad.
“Cuando llegan acá, les dicen: Tú tienes el negocio, que es tu vagina, tu ano y tu boca. El negocio eres tú”, describe Vera, pero ante ese panorama, ya ellas no cuentan con dinero para regresar y sienten que se quedan sin opciones para decir “no voy hacer eso”.
Las pocas mujeres que logran acceder a una ayuda humanitaria, a través de fundaciones y refugios, encuentran solo soluciones momentáneas, ya que la mayoría de las veces ellas no pueden permanecer en esos lugares más de un mes. En Cúcuta ofertan empleos informales como domésticas en casas de familia, donde las mujeres venezolanas en muchos casos también son sometidas a explotaciones sexuales.
“Los ratos”
Los llamados “ratos” son periodos cortos en los cuales estas mujeres se exponen a vender su cuerpo para reunir algo de dinero y comprar alimentos. Quienes son madres también exponen a sus hijos a dejarlos con desconocidos o solos encerrados en una habitación. En algunos casos, los victimarios son sus propias parejas, que las obligan a salir a practicar “ratos” para sustentar a la familia.
Varias adolescentes venezolanas que son asistidas por la organización MDM, durante la pandemia fueron obligadas a prostituirse y generar ingresos para sus familiares que se quedaron sin empleo. Las niñas, adolescentes y mujeres adultas que han asumido la explotación sexual como una forma para generar dinero, son expuestas a que los hombres en el acto sexual, rompan los condones y les transmitan enfermedades, además de embarazos no deseados y, en el peor de los casos, terminan siendo víctimas de un feminicidio, detalló la directora de la organización abolicionista MDM.
En Colombia, el Ministerio del Trabajo no ha regularizado el trabajo sexual, no es considerada una labor y, por tanto, las mujeres no están amparadas bajo ninguna ley. No tienen derecho a ganar sueldo mínimo, carecen de garantías para su salud, no tienen seguro, y si quedan embarazadas, su empleador no les cubre sus gastos durante seis meses, no poseen ninguna protección por si contraen algún virus, argumentan las líderes feministas.
“Estar a solas con mi cliente, ¿dónde está el contrato?, si me contagia una enfermedad ¿a dónde reclamo? ¿Quién me va indemnizar? ¿Quién me va reparar? ¿Quién me va pagar las horas extras que yo haga? ¿Eso existe? No”, exclamó Vera. Al no ser considerado como un trabajo formal, las mujeres no tienen ningún tipo de derechos, por lo que se invisibiliza a las víctimas.
La universidad de la pornografía
Uno de los negocios más lucrativos del mundo está relacionado con el cuerpo de la mujer. Incluso en Colombia existe la Universidad de la Pornografía, en la ciudad de Medellín, Antioquia, sin aval del Ministerio de Educación, que tiene como fin enseñar a realizar las mejores escenas porno, con la facilidad de prácticas en vivo e instrucción en habilidades de producción y distribución de contenidos para adultos a través de las redes sociales y portales en línea.
Ante esto, la organización Mujer, Denuncia y Muévete, considera que se trata de un falso empoderamiento y es ahí a donde las feministas de Cúcuta buscan la dignificación de las mujeres. “Una mujer que esté expuesta a tener relaciones con 20 hombres en una noche… donde posiblemente te están pagando, porque el putero, el violador, paga para que la mujer no denuncie”, comentó.
Expuso que la historia ha dividido en dos a las mujeres: las mujeres de la casa, las buenas, y las mujeres malas con las que ellos pagan para sus depravaciones, motivados por la pornografía, que genera cada vez más depravaciones y adicciones.
Mientras crece la pornografía en Colombia, en Venezuela durante este año, las autoridades de Instituto de la Mujer Tachirense han rescatado de las mafias de trata de personas en la frontera de Táchira, a 21 adolescentes, provenientes de los estados Aragua, Distrito Capital, Carabobo, Cojedes, Lara y La Guaira.
El investigador del Centro de Estudios de Frontera e Integración (CEFI) de la Universidad de Los Andes, Francisco Sánchez, insistió en que las mujeres no cruzan la frontera con la intención de prostituirse, pero caen en las redes de trata de personas que son muy hábiles y que se aprovechan de la inestabilidad con la que estas mujeres migran.
Sánchez destacó que aunque recientemente se restableció el paso peatonal por los puentes internacionales que unen a Venezuela con Colombia, un importante número de adolescentes siguen utilizando los pasos ilegales, conocidos como trochas, para evadir los controles migratorios, que exigen en las vías regulares, el acompañamiento de sus representantes.