Ha sido una preocupación central en la agenda geopolítica mundial de las últimas dos décadas.
El programa nuclear de Irán es uno de los temas que más esfuerzos diplomáticos ha requerido desde que en 2003 la Organización Internacional de Energía Atómica (IAEA, por sus siglas en inglés) descubrió que Teherán había desarrollado durante 18 años un programa secreto que incluía la existencia de varias plantas atómicas importantes y sofisticadas. Así lo reseñó BBC Mundo.
Esta revelación, que implicaba un incumplimiento de las obligaciones de Irán como firmante del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, puso inmediatamente en marcha a la maquinaria diplomática global que no tardó en emitir condenas, sanciones y otras medidas de presión en las que participaron no solamente las potencias occidentales sino también Rusia y a China, socios tradicionales de Teherán.
Aunque el gobierno del entonces presidente Mohamed Jatami afirmó que las actividades nucleares tenían fines pacíficos, Estados Unidos interpretó estos hallazgos como la confirmación de sus sospechas de que Teherán buscaba hacerse con armamento atómico.
El programa nuclear iraní fue un tema central durante los mandatos de George W. Bush, Barack Obama y Donald Trump, quienes con enfoques muy distintos intentaron detenerlo por temor a que Irán desarrollara armas nucleares, una posibilidad que alteraría el equilibrio de poder en Medio Oriente y que, según muchos expertos, podría incentivar la proliferación en la región.
Esos esfuerzos tienen continuidad ahora en el mandato de Joe Biden.
Este 29 de noviembre, representantes de EE.UU., Reino Unido, Francia, Rusia y China (las cinco potencias con derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, conocidas como el P5), junto a Alemania se reunirán en Viena con Irán para intentar revivir el Plan de Acción Integral Conjunto que habían suscrito en 2015 sobre el programa nuclear iraní.
Ese acuerdo, que el gobierno de Obama estuvo negociando durante 20 meses, se vino abajo cuando el gobierno de Donald Trump decidió abandonarlo en 2018.
Paradójicamente, todos estos quebraderos de cabeza tuvieron su origen primigenio en el propio Washington, pues el programa nuclear de Irán se inició gracias a una iniciativa estadounidense en la década de 1950.
Todo empezó con un discurso del presidente Dwight Einsenhower.
“Átomos para la Paz”
El 8 de diciembre de 1953, ante la Asamblea General de la ONU, Einsenhower habló sobre la amenaza que representaba la tecnología nuclear usada con fines bélicos, que desde hacía varios años ya no era monopolio de Estados Unidos, y de los riesgos de proliferación a medida que más países aprendían a producir bombas atómicas.
El mandatario afirmó que había que ir más allá de buscar la reducción de esta amenaza y sugirió poner esta tecnología al servicio de la humanidad.
“No es suficiente con quitarle esta arma a los soldados. Hay que colocarla en manos de quienes sepan despojarla de su revestimiento militar y adaptarla a las artes de la paz”, dijo.
Entonces, propuso la creación de una agencia de energía atómica, bajo el paraguas de la ONU, que se encargara de diseñar las formas para que el material nuclear “sirviera a los propósitos pacíficos de la humanidad” y se pudiera aplicar la energía atómica para responder a diversas necesidades en áreas como la medicina o la agricultura.
“Un propósito especial sería proveer con abundante energía eléctricas a las zonas del mundo hambrientas de energía”, apuntó.
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