Hoy día, nadie entendería las diferencias internas en un mismo partido que, en otros tiempos dieron origen a las tendencias particulares. Ellas sólo existieron en los partidos grandes y complejos y, no significaba, automáticamente, que sufrieran de la enfermedad del fraccionalismo. Sin embargo, a comienzo de los sesenta así ocurrió, e inclusive el MAS llegó a reconocerlas estatutariamente. Únicamente los partidos simples y oportunistas son homogéneos y compactos como una piedra, sobre todo los que se crean desde el gobierno que duran tanto como dure ese gobierno. En democracia, solo con reglas tácitas o explícitas, puede hacerse política.
Por ejemplo, para nadie fue un secreto que Luis Herrera, al inicio de su periodo presidencial, perdió el control del partido Copei. Hubo diferencias importantísimas. Pero Eduardo Fernández, el secretario general del calderismo en ese momento, hablaba de solidaridad inteligente con el gobierno del Copei herrerista. Asimismo, ocurrió en AD, cuando Carlos Andrés Pérez ganó la presidencia de la República aunque Lusinchi no lo quisiese. Después de ese evento, CAP tuvo que lidiar con el partido hasta lograr que AD fuese de nuevo lo que siempre había sido. Puedo decir, sin temor a equivocarme, cuán determinantes fueron en el mantenimiento de los partidos el buró sindical en AD, la juventud en AD y Copei o los intelectuales en el MAS. ¿Se parece en algo lo que ocurre en el PSUV o el resto de los partidos de los que llaman el Gran Polo Patriótico?
Sin embargo, en lo que va de este siglo XXI, todos los de la oposición actúan a imagen y semejanza del PSUV. La dirigencia es exactamente igual a la de los ocupantes de Miraflores: arrogantes, alzados, algunos con mucho cobre, todos pegados a las piernas del magnánimo líder quien se ha convertido en el dueño y señor de su organización política. Sin excepción alguna, la dirigencia partidista opositora es megalómana, personalista a ultranza y sobre dotada. Creen saberlo todo aunque sean parte del problema medular que hemos vivido en los últimos años y, lamentablemente, sin entender que eso es lo que sucede tanto dentro como fuera de sus partidos.
Esta es la radiografía o la resonancia, en términos de nuevas tecnologías, para que entendamos qué es lo que nos está ocurriendo y porqué ha costado tanto un cambio significativo en la política venezolana: cambios que generen bienestar y una vida futura para los ciudadanos que aún permanecen en el país. Sin partidos políticos que permitan a sus miembros disentir sin temor, que entiendan cuál es su verdadero papel y para quién es que se trabaja, o seguiremos en un círculo vicioso entre gobierno y oposición. Venezuela y los venezolanos merecemos más. Ya ha sido suficiente una destrucción de 21 años. Para despertar la conciencia política de unión de un grupo mayoritario de venezolanos amerita avivar los principios de una ciudadanía que nos amalgame a partir del proceso de insistencia, resistencia y persistencia que muchos hemos liderado y experimentado.