“La felicidad en este mundo se forma con estas tres cosas: un sol hermoso, una mujer y un caballo.”
Théophile Gautier, (1811-1872)
Carlos Marx (1818-1883) y la ingente legión de sus seguidores menoscabó a gente como Robert Owen (1771-1858), Henri de Saint-Simon (1760-1825) y Charles Fourier (1772-1837) entre otros por considerarlos “come flores”, es decir, gente idealista sin tener los pies en la tierra. Mientras que su propuesta socialista si era respetable porque tenía ribetes “científicos” y decía descarnadamente lo que se tenía que hacer ante las injusticias del mundo industrial capitalista.
Lo cierto del caso es que Marx abanderó la violencia revolucionaria para enseñorear un mundo mejor. Inesperadamente sus profecías se realizaron al revés. Ni fue en Alemania y el proletariado obrero no fue el protagonista de la nueva sociedad.
Luego de 1917, en la Rusia de los zares, el experimento alentador que procuró una democracia con bienestar compartido aboliendo a los explotadores, la propiedad privada y a las odiosas clases sociales devino en algo mucho peor. El marxismo fue desacreditado por furibundos dictadores que en nombre del bien supremo social terminaron por imponer una mayor y más profunda dominación.
El proyecto comunista en la URSS se desvió de sus propósitos históricos iniciales. La Dictadura del Proletariado se convirtió en una etapa indefinida que llevó a los rusos a un descenso a los infiernos. Se prefirió atender la geopolítica de la postguerra en un pulso dramático con los Estados Unidos que enaltecer la condición humana de sus propios habitantes.
A la larga, luego de 1991, cuando la URSS se derrumbó inesperadamente, nos dimos cuenta de que estábamos en presencia de un gigantesco bluff. Del tan ansiado hombre nuevo se pasó al hombre piltrafa, y los intelectuales marxistas, en su mayoría oportunistas, se encontraron huérfanos de una teoría del cambio social de la cual habían vivido cómodamente por más de 50 años.
El capitalismo ni se derrumbó ni siguió practicando el salvajismo que le caracterizó en sus inicios industriales, por el contrario, se auto reformó e hizo concesiones esenciales a la clase trabajadora aminorando el maltrato. Con todo, sigue siendo un estilo de vida basado en profundas imperfecciones y contradicciones.
La historia nos muestra una relación esquiva entre la esperanza y el rencor, entre una vida social basada en la plenitud y otra en la decepción.
Exigir el bien es un imperativo ético de cualquier ciudadano del mundo ya que el odio del mundo es una contradicción de Dios.
Dr. Ángel Rafael Lombardi Boscán
Director del Centro de Estudios Históricos de la Universidad del Zulia
@LOMBARDIBOSCAN