Si se habla de comedias que marcaron una época, Mi pobre angelito lo hizo en los 90, al punto que se convirtió en la más taquillera de Hollywood en este género hasta que fue destronada recuén en 2011, a manos de ¿Qué pasó ayer? Parte 2. Se trata de una saga de cuatro filmes, aunque solo los dos primeros contaron con su elenco original.
Por infobae.com
El protagonista fue Macaulay Culkin, quien se puso en la piel de Kevin MaCallister. La trama relata las aventuras de un niño de 8 años que se queda solo en su enorme casa en plena Navidad. A partir de allí, todo lo que hace para defender su morada de dos torpes ladrones, que también ingresaron en la memoria colectiva. Uno de ellos, tal vez el más desopilante, era el espigado Marv Merchants.
Quien se puso en su piel de este malhechor fue Daniel Stern. Pero luego el actor no supo o no quiso sacarle provecho a todo lo que generó su personaje a partir del suceso de Mi pobre angelito. Venía en pleno ascenso y, cuando al fin se encontró con el éxito, decidió darle un vuelco a su carrera para buscar nuevos rumbos. No quiso quedar encasillado. Y sin embargo, terminó cayendo en ese pozo.
Su vida como actor se inició en los 70, Stern siempre fue un hombre de teatro. En Nueva York realizó sus primeras armas sobre las tablas, allí donde se sentía más cómodo. A mediados de esa década, ya con cierto nombre ganado en el escenario, pegó el salto y llegó a Hollywood, siendo parte de la comedia Breaking Away. Desde ese momento hasta que llegó a Mi pobre angelito, se desempeñó como guionista en la serie The Wonder Years, y hasta tuvo participaciones en películas de terror.
Tras ponerse en la piel del delincuente Marv Merchants, y pese a las propuestas que le llegaron, buscó otros caminos. Daniel sintió que ya estaba listo para explorar el mundo del séptimo arte desde otro lugar: como director. El primer filme que creó fue Rookie of the Year, una comedia inspirada en el béisbol. El entusiasmo se fue rápido apenas se estrenó. La recaudación no fue la esperada y la crítica tampoco la acompañó.
En el mientras tanto, volvió a trabajar como actor. Lo que vino fue The Legend of Curly’s Gold, Bushwacked y Celtic Pride, tres proyectos en los que se puso en la piel de personajes similares, sin demasiadas luces, y eso le jugaría en contra: Stern fue encasillado. Pese a que intentó salir de ese lugar, demostrar que tenía otras cualidades para aportar y trascender esos roles, ya nadie lo llamaba para proyectos distintos. Eso resultaría, sin dudas, el gran golpe para él.
Hasta allí Stern llevaba nada menos que unos 40 filmes en su carrera. No obstante, su crecimiento se estancó. En 1998 no dudó en embarcarse en Very Bad things, una comedia negra que protagonizó junto a Cameron Díaz. Tenía la esperanza de retomar la buena senda. Esto no ocurrió. Las críticas desmedidas se multiplicaron: la prensa especializada hablaba de una historia de mal gusto. Y para Daniel, que ya venía de golpes bajos, significaría el destierro. El resto el elenco de la película pudo asimilar el mal paso y continuar, pero él, no. Se dice que ese fue el empujoncito que le restaba para caerse de la meca del cine.
Con la llegada del nuevo milenio se embarcó en How to Kill Your Neighbor’s Dog y, al año siguiente, Viva las Nowhere, un curioso largometraje que mezcló crímenes y chistes. Si bien allí mejoró su performance, logró un reconocimiento, ya nada sería como lo conseguido en la recordada película navideña, que sigue latente en la retina de fanáticos y hasta de los que no lo son tanto.
Intentando buscar nuevos rumbos para barajar y dar de nuevo, Stern se alejó del cine. Empezó a dedicar su tiempo a anuncios publicitarios, pero no apareciendo físicamente sino aportando su voz. Además, se involucró en filmes animados: fue la voz de Dilbert, y poco después hizo lo propio en Family Guy y Hey, Arnold, uno de los clásicos de Nickelodeon.
En estos últimos años su rostro desapareció de la pantalla, buscó protección desde otro perfil. Al cine y a la pantalla chica solo le aportó su tono. En alguna oportunidad remarcó que cuando sea el momento regresará, en caso de considerarlo necesario.
Hoy, con 64 años, dedica su vida a la familia que formó con Laure Mattos y sus tres hijos, Henry, Sophie y Ella, con quienes mantiene un gran vínculo. Henry se dedica a la política: con 34 años, se convirtió en el senador más joven de los Estados Unidos. Todos viven en Malibú. Y allí, Stern encontró la manera de darle ruedo a su otra pasión, esa que reforzó durante la pandemia, cuando la actuación le cerró definitivamente todas las puertas.
Daniel construyó su taller en casa: como artista plástico, hace esculturas en bronce que son mucho más que un pasatiempo. Los entendidos en la materia sostienen que es un gran escultor y que sus trabajos son de gran calidad. Por caso, ha presentado varios de sus trabajos en reconocidas galerías de Estados Unidos.
Además, lleva adelante una labor social desde hace muchos años que, incluso, llegó a ser reconocida por el ex presidente Barack Obama, quien en 2010 lo distinguió con el Premio del Presidente al Servicio Voluntario. Ese año, le dedicó más de 500 horas a labores sociales de manera desinteresada.
También es uno de los creadores de The Boys and Girls Club de Maibú. Se trata de una organización que asiste a jóvenes de distintos sectores sociales para que puedan completar sus estudios. Porque para Daniel Stern, más allá de la popularidad conseguida en los 90, el éxito reside en la felicidad cotidiana, muy lejos de las luces de Hollywood, aquellas que a cualquiera encandilan.