Nieta de mineros, sin estudios universitarios, la suegra del príncipe William logró torcer su destino y entrar en las elites británicas. La ambición, el trabajo y la decisión de una mujer discreta que se adaptó a la rígida corona británica madre amiga de sus hijas y una abuela “divertida” de tres príncipes
Por Infobae
La muchacha está por terminar el secundario, le gustaría ir a la universidad. Es muy buena para los números y le atrae el mundo empresarial. Podría estudiar Economía o algo similar, pero en su caso querer no es poder. Mira a su alrededor. Habita en una casa construida por el estado para familias trabajadoras. Su abuelo y bisabuelo fueron mineros, su padre es albañil y su madre trabaja medio tiempo en una joyería y el resto de la jornada en una fábrica.
Vive en una casa digna, a ella y a su hermano jamás le faltó un plato de comida ni la ropa adecuada, pero la universidad no se percibe posibilidad ni derecho sino lujo. No, definitivamente, ser estudiante universitaria no está en su horizonte, pero un buen trabajo sí. Azafata es una buena posibilidad, quién sabe en una de esas un día le toca asistir a un aristócrata que la lleve a conocer los vericuetos del Palacio de Buckingham. La muchacha se ríe imaginando la situación. Ella, la hija de padres trabajadores, cruzándose con la reina Isabel es un imposible. El destino tendrá previsto otra cosa. No solo se cruzará con la monarca, sino que será la madre de la futura reina de Inglaterra.
La vida de Carole Goldsmith, conocida en el mundo como Carole Middleton, la madre de Kate Middleton -esposa del príncipe William- tiene todos los condimentos de una vida ordinaria surcada por circunstancias extraordinarias. Nació en el Perivale Maternity Hospital el 31 de enero de 1955. Hacia solo diez años que había terminado la Segunda Guerra Mundial y el país se estaba reconstruyendo poco a poco. Los Goldsmith vivían en un humilde barrio, pero sus padres, Ronald y Dorothy trabajaban duro para sacar a su familia adelante.
El hombre primero fue camionero pero luego comenzó a trabajar de albañil. Cuando su hija entró en el primario, la situación económica del país y por ende de la familia ya era mejor. Se vivía un auge de la construcción y Ronald tenía cada vez más trabajo y mejor salario. De peón de albañil, pasó a capataz y luego a manejar su propia cuadrilla. Lograron mudarse a un barrio mejor, Norwood Green y a tener otro hijo. En 1966, llegó Gary.
Carole fue a la escuela pública Featherstone High School. No le iba mal, sin embargo a los 16 años dejó las aulas. La explicación tiene más de realidad que de holgazanería. “Mis padres no podían permitirse el lujo de llevarme a la universidad, así que pensé en ganar un poco de dinero para financiarme los estudios”. Lejos de convertirse en una pionera de la generación “ni” (ni trabaja ni estudia) Carole se empleó como secretaria. La paga era baja, sus sueños altos y qué mejor lugar para soñar que el cielo. Decidió ser azafata. Se anotó y obtuvo un puesto en British Arways.
En la aerolínea pero como personal de tierra trabajaba Michael Middleton. El joven estaba despachando valijas cuando quedó impactado con esa azafata, seis años menor que él, de sonrisa franca, simpatía arrolladora y energía envidiable. Se acercó con la excusa de una consulta de trabajo y entre comentarios de jefes y de vuelos, la invitó a salir.
En la primera cita la charla fluyó y eso que eran de dos clases sociales distintas, algo que en Inglaterra es casi casi como ser de dos planetas diferentes. Carole pertenecía a la “clase trabajadora”, pero Michael aunque no era de la nobleza sí era de cierta aristocracia. En la Segunda Guerra, su madre había trabajado como enfermera y descifrando códigos y su padre fue piloto de combate. Carole no pudo evitar su cara de asombro cuando supo que Middleton padre fue copiloto del príncipe Felipe, marido de la reina, en una gira en 1962.
Despachante y azafata se enamoraron y el 21 de junio de 1980 se casaron en la iglesia de St James. En 1982 nació una beba a la que bautizaron Catherine pero llamarían Kate, en 1983 nació Philippa a la que le dirían Pippa y en 1987, “cerraron la fábrica” con el nacimiento de James.
Todo transcurría con tranquilidad, cuando en 1984 la aerolínea destinó a Michael a Amman. Los Middleton se instalaron en Jordania. Carole anotó a Kate, que solo tenía dos años, en una guardería británica, una de las más caras de la zona y donde compartía el aula con otros doce niños. Las maestras les hablaban en inglés pero también les leían versos del Corán para que aprendieran no solo el idioma sino también valores como “el respeto y el amor”. Carole no pudo evitar la sonrisa cuando escuchó a su primogénita cantar la tradicional canción infantil Incy Wincy Spider… en árabe, también cuando pidió hummus en vez de té para desayunar. Casi siempre era ella la que retiraba a Kate de la guardería, pero si Pippa tenía un mal día, aparecía Michael sonriente y con su uniforme de trabajo.
La familia volvió a Inglaterra en 1986. De nuevo en su patria, Carole sabía dos cosas: quería trabajar pero no ser empleada. Como buena hija de obreros, tres valores guiaban su vida: trabajo duro, buenos modales y la familia como prioridad.
En 1987 al mismo tiempo que paría a su hijo, James, Carole paría una idea. Comprobó que sus amigos le solían pedir ayuda para decorar los cumpleaños de sus hijos ya que ella se las arreglaba para hacer arreglos tan lindos como baratos. ¿Y si lo que parecía un pequeño favor se transformaba en un gran negocio?
“Me di cuenta de que había una brecha en el mercado de artículos para fiestas que no eran demasiado costosos y que se veían bien, así que decidí diseñar el mío propio. Llevé algunos prototipos a varios minoristas de High Street y fue rechazado”. Decidió comercializarlos por su cuenta y creó Party Piece. Comenzó repartiendo folletos entre los padres de la guardería de sus hijas. Anunciaba que en su negocio podían conseguir todo para la decoración ya no solo de los cumpleaños, también de aniversarios, bodas y fiestas temáticas. Ofrecían desde ramos de globos hasta pasteles personalizados que se podían enviar directamente a la casa del homenajeado.
La empresa creció y se consolidó. Llegaron a tener una media de cuatro mil pedidos semanales. Para Carole no había fórmulas mágicas “Gestionar un negocio es muy sencillo: compras cosas y las vendes con un margen de beneficio” y ampliaba sus tips: “Nunca hemos asumido grandes riesgos. Financiamos nuestro crecimiento con lo que teníamos”.
Además del trabajo duro para Carole la familia era fundamental, por eso no dudó en involucrar a sus hijos en el emprendimiento. Kate posó varias veces para los catálogos de la tienda y Pippa ayudaba con el blog.
El pequeño emprendimiento familiar se transformó en un gran negocio que le permitió a Carole dejar de identificarse con la clase trabajadora para pasar al sector que toma las decisiones. Decidió que sus hijas estudiarían en los colegios donde las grandes familias aristocráticas inglesas enviaban a sus hijos (bueno también algunos millonarios cuyos fortunas tienen que ver con el tráfico de armas, la mafia y otros dudosos orígenes, pero eso es un detalle). A estos colegios solo pueden acceder un 7% de los británicos y sin embargo, sus egresados luego ocupan el 70% de los cargos jerárquicos del país.
Carol anotó a sus hijas en el St Andrews School y luego en el Marlborough College, un internado mixto. Cuando Kate dijo que deseaba estudiar arte, su madre la inscribió en la universidad de Saint Andrews.
Dicen que el deseo de Carole por ver a sus hijos ocupar un lugar en la elite británica era tal que cuando ingresaron a las diversas universidades les aconsejó: “Solo tienes una oportunidad de hacerlo bien, no lo desperdicies, la primera impresión es definitoria”. En la universidad, Kate Middleton tenía como compañero al príncipe William, segundo heredero al trono británico quien al verla en un desfile con un sensual y transparente vestido supo que ella era su Reina.
William quedó encantado con la belleza de Kate y pronto se enamoró de ella y… de su familia. Es que entre los Middleton, William pudo vislumbrar quizá por primera vez eso que se llama hogar. Una familia a la que le gustaba pasar tiempo juntos, donde las peleas eran pequeñas y las risas enormes. Donde había un papá que amaba a una mamá y no un papá que se casó presionado y sin amor. Donde la que te preparaba el plato favorito era tu mamá y no un anónimo cocinero. Por primera vez descubrió eso llamado “calidez del hogar” y que no tiene nada que ver con estufas ni sistemas de calefacción.
Cuando el romance entre Kate y el príncipe trascendió, Carole tuvo que soportar la constante y negativa comparación de los medios entre la rama paterna y la materna de la novia: el padre jerárquico y la madre azafata, la abuela materna que se casó con un hombre que abandonó sus estudios a los 14 años y los Middleton con sus abogados y aristocracia de provincia. No solo comparaban familias, también la describían a ellas y a sus hijas como “vulgares, pretenciosas, trepadoras”.
Un artículo del Daily Telegraph aseguraba que la reina Isabel II se escandalizó cuando Carole dijo “toilet” como los obreros y no “lavatory” como dicen los royals para referirse al baño y para colmo se presentó con un plebeyo y coloquial “pleased to meet you” en vez del “how do you do?” que, según los especialistas, debería usarse con la reina. Lo increíble es que mientras se escribía esto, Carole todavía no había sido presentada a la monarca.
Las críticas por su origen no le preocupaban, lo que sí le preocupaba era ver a su hija genuinamente enamorada de un príncipe que también se veía enamorado pero no parecía muy dispuesto a comprometerse. Sus temores de madre no eran infundados. La pareja comenzó en 2001 y atravesó dos crisis. La más fuerte fue en 2007 y para reconciliarse fueron a las paradisíacas islas Seychelles, pero a Kate, -pensaba su madre- quién le quitaba lo llorado.
“La vida amorosa de Kate está estancada y además no puede hacer cosas normales debido a la atención mediática que recibe”, solía confiarle a sus amigos. Para colmo los medios comenzaron a referirse a su hija como Waity Katie -Katie, la paciente- y la retrataban como una novia desesperada por recibir una propuesta de matrimonio.
Pese a los temores maternos, la boda llegó. El 29 de abril de 2011, Kate dejaba de ser la paciente para ser la princesa. Las cámaras quedaron deslumbradas con esa novia radiante, pero también con Pippa, su hermana y un vestido tan elegante como sensual. Carole también estuvo espectacular con un vestido de Catherine Walker y su sombrero ladeado.
Desde entonces, Carole aprendió poco a poco a moverse en ese mundo tan distinto y donde no todo lo que brilla es oro. Ante las críticas aprendió que “se ha demostrado que es más prudente no decir nada”. Con el tiempo dejó de leer las noticias o falsas noticias que se publicaban de ellos. “Al principio pensé que era mejor saber lo que pensaba la gente de nosotros. Ahora no estoy muy segura de cómo nos perciben. Nuestra vida es realmente normal, así es la mayoría del tiempo”. Fiel a su esencia de trabajadora asegura: “No me veo parando de trabajar. Si lo hiciera, tendría que tener otros proyectos en marcha. Tendría que redecorar la casa. Me encantaría viajar, pero extrañaría a los nietos… Tengo mil millones de ideas que todavía quiero hacer”.
Como casi toda mamá se convirtió en el apoyo incondicional de su hija cuando nació, George, el primogénito. “Carole ha sido una bendición tanto para su hija como para su yerno durante los últimos 21 meses y está preparada para ayudar cuando llegue el segundo bebé”, publicaban los medios que decían que ella se encargaba de ordenar cuándo el bebé hacía la siesta, qué y cuándo comía.
Ella se reconoce como una abuela divertida y compañera a la que le gusta pasar tiempo con sus nietos al aire libre y ayudarlos a treparse a los árboles. También cocina con sus nietos, bailan y andan en bicicleta; es decir los trata como niños y no como principitos. Cuando llega la Navidad, se encarga de llenar su casa de árboles festivos. “Cada uno de mis nietos tiene uno en su habitación para que pueda decorarlo como quiera”. Tanto los hijos de Kate, George, Charlotte y Louis, como Arthur, el primogénito de Pippa y James Matthews consideran que tienen “una abuela mágica”.
Cuando no está al frente de su negocio es común verla visitando tiendas de ropa en Londres donde todo el personal la conoce y no se preocupa si dice toilet en vez de lavatory. Es que para ellos, Carole no es la madre de la futura reina sino una mujer que les demuestra que el trabajo duro, los buenos modales y la familia siguen siendo valores que no cotizan en bolsa pero que son mucho más importantes.