Todas las madres, en cualquier parte del mundo, ponen en evidencia su abnegación a la hora de darlo todo por criar a sus hijos. “Como el amor de madre, no hay dos”, solemos exclamar, para colocar en alto relieve esa pasión con que se entregan las mujeres que traen hijos al mundo. Es una regla general ese sentimiento que caracteriza a las progenitoras: pasión, amor, ternura y derroche de sacrificios que no tienen límites cuando se trata de alimentar, educar, vestir y sanar a sus seres queridos.
Sin embargo, los retos que se le presentan a las madres venezolanas, en la actual coyuntura, me atrevo a decir que no tienen parangón en ninguna otra parte de la tierra. Se sabe de zonas del continente africano en donde la desnutrición hace mella en miles de niños que no llegan a sobrevivir ante semejante calamidad. Pero es que en Venezuela las madres sufren, simultáneamente, los más inusitados desafíos. Madres que tienen que resignarse a ver como sus hijos se marchan del país buscando mejores oportunidades en cualquier otro país de cualquier otro hemisferio. Ese es el caso de millones de niños y de jóvenes que se ven forzados a separarse de sus ancestros, dejando a sus abuelos y padres en territorio nacional o al revés, los abuelos y los padres que salen a integrar la numerosa diáspora venezolana, para tratar de ganarse la vida y desde afuera enviar las remesas que ayuden a sustentar la familia de la que dolorosamente se separan.
Madres que luchan, afanosamente, para sortear los retos para tratar de encontrar alimentos en un país en donde la escasez de todo, es lo que se palpa cuando acuden a los mercados espoliados por la catástrofe humanitaria que sacude a Venezuela. Ya de por si los salarios están tan deprimidos por los estragos que ocasiona la hiperinflación (que ahora Maduro pretende esconder con subterfugios), remuneraciones que no alcanzan para mucho, es decir, para medio adquirir, cuando se consiguen, uno que otro rubro esencial de la canasta alimentaria. Conseguir algo de leche o de harina se ha convertido en una odisea para las madres venezolanas.
¡Nada diferente es lo atinente a la crisis de los servicios hospitalarios! El hospital de niños JM De Los Ríos, no es la sombra de lo que siempre fue: un centro de primer nivel, hospital de referencia de alcance internacional. Y que decir de los centros maternos, como la legendaria Maternidad Concepción Palacios, ahora abandonada como los miles de hospitales que ni agua potable tienen.
Las madres de Venezuela, que antes satisfacían la esperanza de que sus muchachos fueran atendidos adecuadamente en los hogares de cuidado diario que habilitó la democracia, se limitan a mantener a sus criaturas en el barrio o en la urbanización, porque se han juntado los efectos de la pandemia del COVID-19 y el deterioro de las instalaciones educacionales. Son ya millones de niños que van quedando excluidos del sistema escolar que ya no cuenta con la presencia de esos educadores calificados que se rindieron ante semejante crisis que los humilla devengando sueldos de hambre.
Las madres venezolanas que están permanentemente en zozobra, pensando que cualquier día les llega la mala noticia de que la ola creciente de la inseguridad se llevó por delante a uno de sus vástagos.
Esa es la patética realidad en la que se desenvuelven las madres luchadoras que no declinan en su empeño de ver crecer a sus hijos en un ambiente de paz, estudiando, formándose y progresando, para ser ciudadanos de bien sirviéndole a su país.