Desde mi tiempo de mozalbete, transcurrido en las sabanas trujillanas, una inquietud se me ha sembrado entre ceja y ceja: noto con preocupación que, en el entorno de muchos personajes públicos, especialmente en los representantes de la clase política, crecen y se multiplican, unos personajes de siniestras características, me refiero a los “aduladores”, quienes en ocasiones asumen el rol de consejeros. Estos individuos son como sanguijuelas que succionan todo lo que consideran beneficioso, es decir, tratan de obtener frutos y gozar de las prebendas que les proporciona el hecho de pertenecer al pequeño círculo de los dirigentes.
“Los aduladores tienen apariencia de amigos, como los lobos tienen apariencia de perros “, escribe el poeta y dramaturgo inglés George Chapman. Otro de los famosos críticos hacia la adulación fue William Shakespeare quien señaló en su momento; “porque no sirvo para adular, ni hablar con claridad, ni sonreír a la cara de la gente, halagar, engañar y hacer trampas, doblarme con reverencias a la francesa y simiesca cortesía, he de ser tenido como un enemigo rencoroso.” A pesar de todo, la sociedad actual parece adorar estas aviesas figuras, “hecho que nos debería por lo menos desagradar, ya que las construcciones personales en cualquier ámbito, son mejoradas por las criticas y no por los halagos, sobre todo cuando estos son maliciosos”, reflexiona el sociólogo y colaborador de estos artículos, Agapito Bocanegra.
La historia política está llena de carantoñeros. Ejemplos sobran. Un diálogo entre Lucio Cornelio Sila Félix, cónsul romano en el año 88 A.C., con Pompeyo, acerca del ciudadano Julio César, ilustra que la política no ha cambiado. Que el reptar y simular, son las reglas básicas para triunfar en ella. Sila preguntó a Julio César: “¿Yo te agrado?”. Ante la respuesta negativa, Sila profundizó más en el interrogatorio al detenido: “Si tuvieras la oportunidad ¿Serías capaz de matarme?”. Julio César respondió que lo haría en el primer momento que pudiera. Julio César fue liberado y Pompeyo le razonó a Sila las palabras que había escuchado del detenido: “Julio César te ha hablado con la verdad, ha sido franco y abierto contigo. Este tipo de personas no son el problema, los graves riesgos los tienes con los que ahora te aplauden y adulan”.
El filósofo griego, Plutarco, escribió una obra sobre la adulación, titulada Como distinguir a un amigo de un adulador, allí se sostiene que, el amigo procura que estemos bien, en tanto que el adulador trata de que nos sintamos bien. El amigo nos dice la verdad sobre nosotros mismos, aunque sea dolorosa, en tanto que el adulador distorsiona la verdad para ajustarla a lo que queremos oír. El amigo toma la bondad como la regla y nos previene cuando nos desviamos de ella, pero el adulador toma nuestros deseos como la regla y cambiará su concepto de bondad para igualarlos. El amigo quiere estar de acuerdo con nosotros porque nuestra opinión es correcta y el adulador porque considera correcta nuestra opinión, cualquiera que ésta sea. El amigo piensa que es bueno que nos castiguemos por fallas y pecados; el adulador no admitirá que hemos hecho algo malo, a menos que insistamos en ello y, en tal caso, estará de acuerdo en que hicimos algo malo, pero no porque lo crea, sino solamente porque nos sentimos mal acerca de ello.
No siempre se debe juzgar a los que alaban como simples aduladores. Pues la alabanza, en su tiempo oportuno, no es menos apropiada a la amistad, que el reproche. Más aún, la queja y el reproche son generalmente desagradables e insociables, mientras que se acepta la alabanza por buenos actos, cuando es producto del afecto, sin envidia y con buena disposición. Se aceptan, a su vez, sin pesadumbre y sin pena de amonestación y la franqueza, porque se piensa y se acoge con cariño que el que alaba con gusto hace reproches por necesidad.
En conclusión, el adulador quizá representa el patrón de asociación en la sociedad moderna, porque generalmente nos contentamos con la apariencia de amistad, más que con la amistad misma. Así que, si queremos revivir la práctica de la amistad, lo que debemos hacer es, reconocer que vivimos enmarañados en una red de adulación y el primer paso para adquirir amigos, según parece, es reconocer que, quizá, no tengamos amigos. Y esto, solo podremos averiguarlo, cuando aprendamos a distinguir entre un adulador y un amigo.
Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE
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