¿Ir al trabajo en camioneta o Metro? ¿Usar Metrobús o recurrir a las unidades privadas? Estas preguntas forman parte del debate diario de más de un venezolano pues, en cualquier ciudad del país, trasladarse se convirtió en un suplicio. Lo barato puede salir caro por lo mal que funciona, y lo que está medianamente operativo ahorca el bolsillo.
Por Tal Cual
Servicios públicos como el Metro de Caracas o el sistema Metrobús no están operando con calidad. El primero ha sido noticia en los últimos años por descarrilamientos de trenes, fallas eléctricas y hasta conatos de incendios; mientras que la rutas superficiales se caracterizan por su lento servicio o por la intermitencia. Cierto que su precio es un respiro para algunos, pero terminan siendo un dolor de cabeza para quien va a su trabajo o centro de estudios a contrarreloj. En ambos casos, la desidia gubernamental se traduce en evidente deterioro.
Se le llama «transporte público» a los autobuses, busetas, por puestos, yips y demás tipos de unidades para el traslado superficial de pasajeros, aunque son operados por asociaciones privadas, por individuos. Lo público es, en teoría, el pasaje que se fija en conjunto con el Estado garantizando un tarifario unificado que no dependa de la competencia.
Pero lejos de existir una Gaceta Oficial que establezca el precio del viaje -que en otrora se veía pegada a las ventanas de los vehículos-, es el grito de quien cobra «pasaje al subir» el que impone la cifra: uno, dos o hasta tres bolívares, dependiendo de la distancia, si la ruta es o no expresa, la hora y el ánimo. Las autoridades reguladoras generalmente no se ven en las paradas de autobuses, así que la ley que impera es: sube el que puede pagar.
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