En las playas al norte de Lima, las cevicherías lucen desoladas al cumplirse este martes un mes del derrame de unos 12.000 barriles de crudo de la petrolera española Repsol que contaminó 1.400 hectáreas de mar y tierra, afectando el modo de vida de pescadores de la zona.
El vertido ocurrió el 15 de enero durante la operación de descarga del carguero italiano Mare Doricum en la Refinería La Pampilla, propiedad de Repsol.
Según la empresa, el derrame se produjo tras el fuerte oleaje causado por la explosión de un volcán submarino en Tonga, que desató alertas de tsunami en varias zonas de la costa americana del Pacífico, pero no en Perú.
Para los pescadores y habitantes de la costa central peruana, la región perjudicada por el accidente, la imposibilidad de salir a pescar y recibir turistas durante la temporada de verano austral, es un golpe económico que prácticamente anula sus ingresos.
Donde normalmente hay sillas y barras para degustar el ceviche de pescado -plato insignia de la portentosa gastronomía peruana- ahora no hay nada ni nadie.
– “No podemos comer pescado” –
En la playa Chacra y Mar, en las costas de Aucallama, 80 km al norte de Lima, el panorama es desolador.
Luis Díaz, un pescador de 23 años, se lamenta ante la AFP: “no podemos tener contacto con el agua, entrar con nuestras cuerdas (de pesca). No podemos comer pescado. Nos está afectando”.
Por su parte, Linda Barroso, de 51 años y quien tiene un puesto de venta de juguetes y flotadores inflables, afirma con preocupación que “no hay ventas, tenemos una inversión grande y no sé qué vamos a hacer”.
Repsol dice que “viene dando soporte a más de 2.800 personas, agrupadas en 34 colectivos de pescadores y comerciantes de Chancay, Ancón, Santa Rosa y Ventanilla”, cuatro de los distritos afectados por el derrame.
Sin embargo, la falta de ingresos en familias que dependen de la pesca o ventas del día se nota en su alimentación. Pese a que se ayudan solidariamente, un grupo de 20 pescadores y vecinos de la zona desayuna con una “olla común” de agua de avena, acompañada con un pieza de pan rellena de batata.
La empresa española afirma que mantendrá su respaldo a las comunidades “hasta que las playas y el mar se encuentren aptos” para la actividad productiva.
Pero Barroso, mientras ordena su mercancía, afirma que “tenemos que rogar a Dios para vender algo y seguir sustentándonos”.
– Playas y animales empetrolados –
Díaz recorre la orilla de la playa y con un trozo de madera levanta una mezcla pegajosa de arena y petróleo. Aves y especies marinas yacen muertas en el suelo, cubiertas por el petróleo que las corrientes llevaron hacia el norte.
El ministerio del Ambiente calcula que los al menos 11.900 barriles de petróleo derramados no solo cubrieron 1.400 hectáreas de mar y tierra, sino también 500 hectáreas de reservas de fauna marina protegida.
Repsol estima que se cumplió con un 72% de la limpieza en el mar y el litoral, y que ya están en “la fase final del cronograma de acciones de recogida del producto”, que dará paso a la remediación ambiental.
“Nuestro compromiso es devolver al litoral peruano a su estado natural”, afirmó el presidente de Repsol Perú, Jaime Fernández-Cuesta, en una nota enviada por la empresa. El directivo y tres gerentes tienen prohibición judicial de dejar el país, mientras avanzan las investigaciones del derrame.
El ministro de Ambiente, Modesto Montoya, dijo el lunes a la radio RPP que se han recogido unos 2.000 barriles del total vertido, y subrayó que resta recolectar “todo lo que ha ido al fondo del mar”.
Según el informe de una misión de expertos de la ONU que asesora al gobierno peruano, “el desastre ambiental ha alcanzado las costas de cinco distritos al norte del punto de derrame, estimándose la contaminación de cerca de 80 km de costa”.
Asimismo, indicó que “las áreas de mayor acumulación actual de petróleo son las estrechas bahías rocosas y las estructuras artificiales que actúan como trampas para el crudo”.
En las playas de Aucallama el pasado domingo se observaban cuadrillas de trabajadores con trajes blancos de protección en labores de limpieza en la costa y zonas aledañas.
La arena contaminada se deposita en barriles metálicos de color naranja, que son trasladados y apilados con tractores y maquinaria pesada.
AFP