Michael Jordan fue único e irrepetible. Es verdad que Kobe Bryant se esmeró para ser una copia bastante parecida, con movimientos casi calcados y algunas producciones para la historia, pero MJ fue especial. Muy. Por lo que ganó, claro (seis títulos sin perder una final), pero también por cómo lo hizo. Por su estilo tan estético, por su plasticidad y elegancia, por su cadencia en cada acción. Pero enamoró, cautivó, por mucho más que eso. En los primeros 6/7 años (84-91, su primer título) dominó en el aire, siendo capaz de sostenerse más que el resto, casi levitando, logrando volcar una pelota saltando desde la línea de libres, como hizo en uno de los dos concursos de volcadas que ganó (87-88). Y porque luego, cuando sus prestaciones físicas comenzaron a disminuir, en especial tras su primer retiro, pulió su juego, lo fue cambiando y agregando recursos, para seguir dominando -en la tierra- y continuar siendo tan determinante como cuando era un pantera desbocada.
Por Infobae
MJ gobernó la competencia al menos durante 10 años. Mutando, pero siempre dominando al resto –impactante decir que frustró y dejó sin anillo al menos a 10 superestrellas que quedaron en la historia-, dejando un aura de invencibilidad. Un halo que construyó en cada juego, cada temporada… Porque MJ tenía semejante pasión y mentalidad que no había noches libres. Ni rivales fáciles. Cada día salía a jugar (porque amaba el juego, a tal punto que puso una cláusula en su contrato que se llamaba así para tener siempre la última palabra sobre si jugaba o no). Y a matar, claro, sin concesiones. Porque su cabeza era asesina. Sólo quería ganar. Y, en el proceso, podía humillarte. Más si había una pica o rivalidad. Una situación especial. Una declaración. O algo que lo motivara. Cualquier cosa podía encenderlo. Por eso, en su carrera, de 15 años en la NBA, 13 en Chicago y dos en Washington, Tiene decenas de partidos épicos, históricos, que quedaron en la memoria colectiva. Hoy, en su cumpleaños #59, recordaremos los mejores 10 -con la dificultad que eso conlleva, habrá un bonus de 5-, analizando lo que hizo, cuándo y contra quién, destacando el contexto de la hazaña.
10) Los récords de Jordan
Tal vez la primera época de MJ haya sido, individualmente, la mejor. En la cancha era un demonio, un torbellino incontrolable, que iba para un lado y para el otro, que mataba con espacios -en especial de contraataque- y volaba por encima de los defensores. En esos años tuvo muchas actuaciones para el recuerdo, que luego quedaron eclipsadas por hazañas en partidos top, en especial de playoffs o por el título. Pero en esos años iniciales, sobre todo en fase regular, era común ver deslumbrar a Mike.
Como pasó el 28 de marzo del 90, cuando anotó la mayor cantidad de puntos en la NBA (los 69 significan la 12° marca de la historia del torneo) y, además, bajó la mayor cantidad de rebotes (18). Una locura, si lo pensamos en términos individuales. Faltaba poco para ver a un Jordan más completo –y ganador-, pero todavía tiraba mucho del carro. Y hacía todo y de todo. Aquella vez, en el triunfo 117-113 ante los Cavs, equipo al que ya tenía de hijo, tuvo 23-37 de campo y 21-23 en libres. Y, además de los 18 recobres, sumó seis asistencias, cuatro robos y una tapa. Fue la segunda de una racha de nueve triunfos al hilo de un equipo que cada día se mostraba mejor para competir con los de elite en el Este.
Imagínense si este es el 10° mejor partido de MJ, lo que nos espera…
9) Ni a los 40 años podían frenarlo…
Michael tuvo un segundo (y último) regreso a la NBA en 2001. Lo hizo luego de tres sin jugar, tras aquel retiro post sexto anillo. Bajó 15 kilos, se esforzó en un acondicionamiento especial y el resto lo hicieron su desesperación por competir y la necesidad de tener nuevos desafíos. El último condimento fue posicionar mejor a los Wizards, el equipo que lo tenía como dueño (minoritario). Jordan no volvió para ser campeón, está claro. Sabía que con Washington era imposible. Quería despertar pasión en la ciudad, meterlo en playoffs y, a la vez, medirse con las nuevas estrellas. Casi todo lo logró, en un retorno que tuvo un rendimiento menospreciado, seguramente porque había dejado la vara en el cielo cuando se había ido en 1998. “No me asustan los retos. Volver a los 38 años después de tres de retiro será difícil, pero quiero intentarlo. Yo siempre digo que si quieres algo, hay que intentarlo. Y si fracaso, nadie me podrá quitar mis seis anillos”, dijo antes del debut.
Su mejor momento llegó entre fin de año y enero de esa primera temporada (2001/2002). Y el 29 de diciembre, tras un partido flojo ante Indiana (dos tantos) que le sirvió de combustible, explotó con 51 puntos, siendo el jugador más veterano de la historia en superar los 50. Lanzó 21 de 38 de campo y sumó siete rebotes para el triunfo por 107-90. Su momento potenció al equipo, que encadenó nueve triunfos al hilo y llegó al All Star en situación de playoffs (marca de 26-21). Para aquel febrero había sólo 2 jugadores que promediaban al menos 25 pts-5 reb-5 as: Kobe y él.
Aquella primera campaña, que no pudo terminar por lesión, la cerró con promedios 22.9 puntos, 5.7 rebotes y 5.2 asistencias. Una bestialidad teniendo en cuenta su edad y la inactividad que había tenido. Claro, ya no era una extraterrestre. Era un muy buen mortal, que estaba más solo (los Wizards nunca lograron rodearlo lo bien que se merecía) y que le costaba mantener el nivel épico del pasado. Su última campaña, en la que tampoco logró meter al equipo en postemporada, la cerró con 20 tantos, 5.7 recobres y 5.2 pases gol. Otra vez números destacados, que si se leen bien, tienen que haber agigantado su leyenda.
8) Los Chicos Malos y el día que nacieron las Reglas de Jordan
La NBA explotó, en juego y popularidad, durante los 80 gracias al Showtime de los Lakers de Magic Johnson y al juego colectivo, sólido -istinto al de LA pero igual de eficaz-, de los Celtics de Larry Bird. Pero hubo un equipo que detuvo ambas dinastías y provocó una rebelión contracultural que reinó dos años en una época de oro. Los Pistons, o los Chicos Malos, lo hicieron con una mítica estrategia defensiva que revolucionó el juego y con un estilo tan violento que los convirtió en el equipo más odiado de la historia. Un conjunto que creció en el ocaso de una ciudad que supo ser Motown y, por la desindustrialización, pasó a ser casi tierra de nadie. No es casualidad que de aquella Detroit, ciudad fabril, trabajadora, esforzada y afroamericana, que pasaba por su peor momento, hayan salido los Bad Boys. Fue el triunfo del proletariado. Porque ellos ganaron con ese perfil, el de la ciudad que sufría y quería volver a ser. Un conjunto defenestrado -como lo ha sido Detroit- y que aquellos integrantes utilizaron como motivación. Que les dijeran sucios, malintencionados, violentos, cínicos, que no les reconocieran su defensa y el juego ofensivo, parecía alimentarlos, hacerlos más fuertes. Y eso mostraron, por caso, para detener el reinado de Jordan.
Los Pistons fueron la personificación del básquet callejero, duro y físico. Jugaban bien, tenían oficio pero sobre todo intimidaban porque defendían bien y eran ásperos. Y, dentro de una NBA más permisiva con el contacto y el golpe, resultaron la bestia negra de unos Bulls que pedían pista. Por tres años los eliminaron (4-1 en 88, 4-2 en el 89 y 4-3 en el 90) basándonse en una estrategia que se hizo famosa como The Jordan Rules. Algunos aseguran que comenzaron en 1988, luego que MJ diera una clínica en Detroit: 59 puntos fallando apenas 6 tiros de campo (21-27). Pero, sin embargo, la leyenda cuenta que, en base al adn del equipo y al conocimiento del asistente Ron Rothstein, las Reglas de Jordan nacieron luego de otro partido, tan o más decisivo que el anterior.
Fue el 27 de mayo del 89, cuando se jugó el Game 3 de la final del Este. La serie estaba 1-1 y se mudó a Chicago. Los Bulls ya habían dado un golpe en Detroit y aquella noche se pusieron 2-1 con un endemoniado MJ, quien ganó prácticamente el partido por sí mismo: 46 puntos, 62% de campo, 7 rebotes, 5 asistencias y 5 robos. El soliloquio incluyó el doble ganador sobre Rodman (el mejor defensor rival) para el triunfazo en casa por 99-97. Lo que siguió a la derrota visitante fue una larga madrugada, en especial para Isiah Thomas, la estrella de los Pistons a quien la caída le pegó fuerte. Cuentan que estuvo horas sentado frente al Lago Michigan y luego hablando con Joe Dumars. A las 2 de la madrugada llamó a Rothstein para decirle “al fin tengo la forma de parar a Jordan”. Las Reglas tenían cinco premisas tácticas. Buscaban tocaron, agarrarlo, empujarlo, golpearlo… La idea era enojarlo y frustrarlo. Que Jordan supiera que si atacaba el aro, sería golpeado. Los Pistons buscaban meterse en su mente. Incluso hacerlo pensar que podía terminar lesionado… Y eso funcionó. Hasta que Jordan creció físicamente, entendió el valor de potenciar a los compañeros y pasar el obstáculo como equipo. En la final del Este, en 1991, la paliza por 4-0 dejó claro que la lección estaba aprendida y que Jordan no se frenaría hasta ponerse el anillo.
7) ¡Para ustedes también hay, Knickebockers!
Pat Riley fue el ideólogo del Showtime pero como buen entrenador pragmático que es, no se quedó con el jogo bonito de los Lakers. Cuando le tocó hacerse cargo de los Knicks, en 1991, se dio cuenta que para hacer cosas grandes debía frenar a los Bulls y Jordan, los protagonistas de la nueva NBA. Y, para eso, tomó una página –o varias- de la estrategia de los Pistons. Y la adaptó, como pudo, a la nueva NBA, que iba hacia un juego más limpio, luego de las quejas que habían generado los Pistons de Chuck Daly.
Así fue, a caballo de la idiosincracia de los neoyorquinos y, puntualmente los Knicks, Riley dispuso que su equipo fuera lo más rocoso y áspero físicamente que se pudiera. Y así se rodeó de jugadores con esa característica y mentalidad: Derek Harper, John Starks, Charles Oakley, Anthony Mason y Gregg Anthony. Un núcleo duro para rodear al talentoso Pat Ewing. Así construyó un éxito que, en la final del Este, en 1993, tuvo a los Bulls contra las cuerdas. Se puso 2-0 arriba, en casa, necesitando dos triunfos más por cuatro por jugarse. Claro, una vez más, no contaban con que enfrente estaba Jordan. Un competidor nato –y un equipo- que ya sabía cómo absorben el castigo físico y responder bajo presión. Tras una victoria por 20 en el Juego 3, en la que no jugó bien y lanzó 3-18 de campo, MJ explotó. Necesitaba un juego de redención, luego de que Starks se le plantara en New York.
Aquel 31 de mayo, en una perfomance que quedó en la historia como Memorial Day (Día de los Caídos en USA), el 23 cacheteó a John Starks y a cada rival que quiso marcarlo. Fue un show ante unos bravos Knicks que se mantuvieron en juego hasta el final: hizo 54 puntos, fallando apenas 12 tiros (18-30 de campo) y con seis triples, ese nuevo arma que MJ había sacado a la luz en el Juego 1 de las Finales 91. Una producción que permitió el 2-2 en la serie y que fue el prólogo de aquel épico Juego 5 en el Madison, cuando los Bulls metieron tres tapas y un cachetazo salvador, todo bajo el aro y en los últimos segundos, para sellar un triunfazo histórico y encaminar la eliminación por 4-2, luego de comenzar 0-2.
Los Knicks siempre estuvieron en la mira de MJ. Y el Madison siempre representó una motivación. Desde aquella primera serie de playoffs que ganó, en 1989. Los neoyorquinos fueron algunos de los tantos hijos que tuvo Jordan en los 90. A Ewing, por caso, le ganó 49 de 70 partidos. Y Starks, escolta icónico de esa época, 33 de 45 duelos. Por eso no sorprendió que, cuando MJ regresó en 1995, al quinto partido, pese a tener varios kilos de más (de músculo, porque venía de jugar en la elite de otro deporte, el béisbol), se despachara con otro partido que quedó en la memoria y no podemos soslayar en este top 10: los 55 puntos en el Madison en el llamado Double Nickel game. Fue el 28 de marzo, 13 días después de su retorno al básquet, nada menos.
Todas las hizo el 23 en aquella tarde para el triunfazo por 113-111, con 21-37 de campo. Tuvo apenas dos asistencias, pero la última significó la diferencia porque viendo el rival que ese día no la pasaba, colapsaron contra él en la última penetración del juego, pero Su Majestad se suspendió en el aire y esperó hasta último momento. Cuando los rivales estaban arriba, él asistió al pivote canadiense Bill Wenington, quien cortó al aro y recibió el pase para la volcada y el triunfo. Otro más en el Madison y ante los Knicks, otro de los nietos de MJ.
6) ¿Qué querés que haga, Magic? ¡Yo también meto triples!
Si hubo alguna vez un defecto en el juego de Jordan fue el lanzamiento lejano. Sobre todo en las primeras temporadas. En las cuatro iniciales no superó en ninguna el 18%. Una pobrísima eficacia. Incluso hizo un papelón en un All Star: se anotó en el concurso de triples y anotó apenas 5 de 30 lanzamientos, la peor actuación en la historia. Por esos años, entonces, se creía que la única forma de limitarlo era dejándolo tirar de lejos. Eso siempre se dijo y MJ lo escuchó. Por eso, en silencio, entre temporadas, el 23 trabajó siempre en su juego, en pulir detalles. Y así se fue transformando en un monstruo imparable.
Por lo pronto, para la 91/92, MJ había mejorado hasta tocar el 38%, una eficacia respetable. Pero en aquella temporada había bajado al 27%, abriendo la puerta para que Portland, el otro finalista, volviera a la estrategia de “déjalo lanzar de afuera”. Mike lo sabía y, con carácter y sin miedos, otra de sus grandes virtudes en los grandes partidos, salió a Juego 1. Portland presentó batalla de entrada y fue cuando Jordan desempolvó su nuevo arma: el triple. Metió el primero, luego otro, y otro, y otro. Así llegó el sexto y la reacción que se hizo famosa. Volviendo a defensa, tras bombardear nuevamente a los Blazers, miró en dirección a Magic Johnson –su viejo amigo y rival que, ya retirado, estaba comentando el juego-, levantó los hombros y levantó las palmas de sus manos, en clara referencia a “¿qué querés que haga?”.
Fueron seis triples en la primera mitad para dinamitar a un peligroso rival, que terminó de colapsar en el tercer cuarto, cuando tuvo que salir a presionar a MJ y aparecieron los compañeros. Mike, cuando llegó a 39 puntos y 11 asistencias, en apenas 34 minutos, se fue a sentar, sabiendo que el partido estaba definido (terminó 122-89) y que los rivales –y todo el mundo- ya sabían que el mejor jugador del mundo tenía un nuevo recurso para sumar a un ya explosivo arsenal ofensivo.
5) ¡A vos también te gano, Sir Charles!
Chicago llegó a la final de 1993 buscando el ansiado tricampeonato. Y en aquella definición se encontró con un gran rival -para algunos el más duro que tuvo- con una superestrella amiga que quería su esquivo anillo de campeón: los Phoenix Suns de Charles Barkley. El comienzo, con dos triunfos de los Bulls en Arizona, hicieron pensar que sería un paseo taurino, que la defensa de Chicago, sumado a un ataque balanceado, era demasiada fortaleza para los Soles. Pero el equipo que tenía a Kevin Johnson, Cedric Ceballos, Richard Dumas y Dan Majerle despertó con todo en el tercero: 129-121, tras tres suplementarios, demostrando juego y carácter. Por eso el siguiente partido, el 16 de junio, cobró una importancia relevante.
Barkley subió su nivel para la ocasión, demostrando por qué había sido el MVP de la fase regular, algo que no le había gustado a MJ. Logró un triple doble, haciendo de todo (32 puntos, 12 rebotes y 10 asistencias), en un partidazo, parejísimo, en el que la visita jugó mejor, pero el local tuvo a su líder… Su Majestad dio un concierto ofensivo, no sólo vapuleando a un muy buen defensor como Majerle sino a quien le pusieron enfrente (Johnson, Ainge y hasta Dumas). Fueron 55 puntos, con 21-37 de campo y 13-28 en libres, siendo decisivo sobre el final, en especial con un doble y falta, tras escapar de dos defensores y soportar el contacto de Barkley, a falta de 13 segundos para el final.
Fue la noche del tú a tú con Barkley. Otro duelo ganado ante una estrella de la época –MJ eliminó a 20 integrantes del Salón de la Fama y a seis de ellos los sacó al menos una vez en playoffs-. En aquella final, el 23 estuvo en una misión, promediando la friolera de 41 puntos –récord histórico-, con 51% de campo.
4) The Shot I
Lo dicho: en los primeros años en la NBA, Chicago se caracterizaba por ser un equipo mediocre que tenía un super jugador capaz de cualquier hazaña. De hecho, a fines de los 80, cuando los Pistons tuvieron la gran rivalidad con los Bulls, por lo bajo los llamaban Jordan y los Jordanaires (por partenaires). De forma despectiva, querían decir que los compañeros estaban casi de relleno… Y, sobre todo, en los primeros tres años, fue así. Pero, de a poco, llegaron talentosos jugadores, en especial Scottie Pippen y Horace Grant, que lo fortalecieron y lo pusieron a competir con los mejores.
En la temporada 88/89, Chicago se clasificó 6° en el Este y le tocó medirse con Cleveland, un muy lindo equipo que había sido el N° 3 con Mark Prince, Brad Daugherty y Larry Nance. Serie a cinco juegos, como en 1988. Chicago se puso 1-0 y 2-1, pero dilapidó la chance de cerrarla en el cuarto, en casa, y el quinto volvió a Cleveland. Pocos esperaban que los Bulls pudieran dar el golpe. Pero, claro, una vez más, no contaban con que Jordan estaba del otro lado, ya a pleno (promedió 32.5 puntos, 8 rebotes y 8 asistencias), arribando a su pináculo físico y de juego desequilibrante de aquella época –en 1988 había sido el goleador y, a la vez, elegido el mejor defensor de la NBA-. MJ llegó al quinto tras anotar 31, 30, 44 y 50 puntos. Fue tomando calor. Y aquel 7 de mayo de 1989 se despachó con otro juego heroico, aunque esta vez le sumó ese final jordanesco al que nos tuvo tantas veces acostumbrado.
Abajo por seis en el último cuarto, el 23 desplegó su arsenal -30 de sus 44 puntos llegaron en el segundo tiempo- y así se llegó a un final cerrado. Pero, con tres segundos en el reloj, la visita perdía por un punto. El aire se cortaba con cuchillo en el Richfield Coliseum. Los hinchas de los Cavs temían una nueva –e idéntica- eliminación a manos de MJ (como en 1988: 3-2), algo que se repetiría años después, siendo los Bulls los abuelos de los Cavs… Todos sabían que la pelota iría a él. Por eso Lenny Wilkins, el mítico DT de Cleveland, mandó a un segundo jugador –Nance- a intentar que el 23 no recibiera. Igual, con un cambio de dirección, pudo hacerse de la pelota y, sin perder tiempo, fue hacia la izquierda, atacando el aro. Viendo que no quedaba tiempo, se elevó. Y se elevó. Tan alto que Craig Elho, un muy buen defensor que aún hoy debe soñar con MJ, quedó muy abajo. El escolta blanco elevó el brazo izquierdo, completando una muy buena oposición, pero MJ es MJ. Y el tiro voló hacia el aro y entró… Y mientras el 23 lanzaba puñetazos al aire, festejando, Elho se dejaba caer a piso, devastado, Doug Collins –el DT- corría por la cancha con los brazos en alta y los hinchas no podían salir de su incredulidad, algunos aún con los brazos tapando su cara.
Aquel fue el juego que potenció una paternidad –Cleveland fue el rival que MJ más tuvo de hijo: promedió 30.5 puntos en 67 partidos y lo eliminó cinco veces en siete temporadas, con un marca global de 17-6 y con un segundo The Shot en 1993-. Y un partido que potenció su carrera. Los Bulls, que habían quedado eliminado en primera ronda en cuatro de las últimas cinco temporadas, empezaban a despegar, a competir –y a ganarles a los mejores-. Y todo gracias a Jordan. Ya estaba claro: con él todo podía ser posible.
3) “Fue Dios disfrazado de jugar de básquet”
20 de abril de 1986. Jordan, de 22 años, atravesaba su segunda temporada en la NBA. Y su primer gran obstáculo, la peor lesión de su carrera: una fractura en el hueso escafoide del pie izquierdo, en su tercer partido de la 85/86, que lo sacó de 64 partidos (el equipo perdió 43). La dirigencia de los Bulls no quería que regresara esa temporada, porque el médico principal había dicho que tenía un 10% de volver a lesionarse y eso podía acabar con su carrera. Pero, claro, MJ hizo oídos sordos, se entrenó en silencio y presionó para volver. Chicago necesitaba ganar, para entrar a playoffs, algo que la gerencia tal vez no quería –para poder elegir más alto en el draft-, pero la pasión por Mike fue mayor. Cuando regresó, el 15 de marzo, lo hizo con limitaciones de minutos (15), que él mismo cuestionó, en una primera guerra con la dirigencia de los Bulls. Así fue empujando los límites, jugando más y el equipo se metió en la postemporada, con el 23 anotando al menos 20 puntos en los últimos nueve juegos-.
En primera ronda le tocó enfrentarse al mejor de esa temporada, los Celtics de Larry Bird, que saldrían campeones y, con el tiempo, serían reconocidos como uno de los 3/5 mejores de la historia. El primer juego de la serie fue una paliza: 123-104. Era un equipazo contra Jordan, quien anotó 49 de los puntos y tomó 36 de los 86 tiros de campo. Los Bulls, en esa época, eran una banda que no podía ni competir con Boston de Bird, Robert Parish, Kevin McHale, Dennis Johnson, Danny Ainge y compañía. Jordan lo sabía pero su orgullo hervía… No quería ser vapuleado. Por eso, en el segundo juego, salió para enfrentar solito a toda la armada verde. Resultó un recital de 1 contra todos. Cada acción, cada anotación, generaba el murmullo y hasta algunos aplausos en el mítico Boston Garden. Casi todo el equipo local lo marcó y nadie pudo detenerlo. MJ lograría el récord de puntos para un partido de playoffs, una marca que todavía perdura. Fueron 63, con 22-41 de campo y 19-21 libres. Además, seis rebotes, cinco asistencias y tres robos. Jugó 53 minutos –cuando hacía un mes no le dejaban superar los 15- y tuvo en jaque al futuro campeón, que ganó tras dos suplementarios por 135-131.
Aquella hazaña cobró mayor relevancia cuando Bird, una de las dos superestrellas del momento, que aquella noche anotó 36 puntos y en algunas jugadas quedó en ridículo ante MJ, hizo una declaración –y comparación- que quedó en la historia. “No creo que nadie sea capaz de hacer lo que Michael nos ha hecho esta noche. Hoy es el jugador más increíble del mundo. Creo que esta noche Dios se ha disfrazado de jugador de básquet”. Fue la noche en que todos se dieron cuenta que estaban enfrente de un fuera de serie, la nueva superestrella y, por qué no, el mejor de todos los tiempos.
2) The Last Shot
Cuando pocos meses después anunció su segundo retiro, todos entendimos que aquel del 14 de junio de 1998 significó el final hollywodense que su carrera debía tener. Luego volvió, jugó en Washington, pero aquel sexto juego de las Finales resumió la carrera del más grande, llena de heroísmo y de momentos cautivantes. Para poner en contexto: el Jazz venía de ganar en Chicago, había achicado la desventaja en la serie (2-3) y, además, había recuperado juego –el que la defensa de Chicago le había sacado hasta el 3-1- y, claro, autoestima. El sexto era en casa, en ese hervidero que era el Delta Center, un estadio chico pero alto, una caja de resonancia donde el ruido llegaba a ser tanto como el despegue de un avión. Si ganaba, el 7° y decisivo volvería a ser en su estadio.
El escenario estaba preparado. El local jugó mejor y arrancó el último cuarto arriba por cinco. Nada aseguraba el triunfo, pero estaba encaminado. Sobre todo por el trámite. Chicago lucía trabado, lejos de su mejor versión y no había anotado más de 23 puntos en ningún cuarto. Y en el tercero, justamente, apenas 16. Pero, claro, había que terminar de vencer al 23, quien salió decisivo a liquidar la serie y hacer la seña que luego haría, mostrando seis dedos al mundo entero. Su Majestad anotó 16 puntos –de los 26 del equipo- en ese período final, pero lo mágico llegó al final, en los últimos 41 segundos, tras un triple de John Stockton que puso el resultado a favor de Utah por tres. Lo que vendría es, para varios especialistas, la secuencia más increíble en la historia del deporte estadounidense.
Luego del tiempo muerto, Michael atacó rápidamente la defensa y logró lo planeado: anotar rápido. Demasiado rápido y demasiado fácil –una bandeja-. Pero, claro, faltaba parar al local y volver a anotar. Quedaban 37 segundos. Utah atacó y se la dio a Karl Malone, defendido por Dennis Rodman. Pero la jugada épica la hizo MJ, quien en vez de seguir hasta el perímetro a Hornacek, un peligroso tirador, se dio vuelta y volvió sobre sus pasos, por la línea final, dándose cuenta que el Cartero estaba más preocupado por el Gusano y su gran oficio defensivo. Jordan le tiró un manotazo antes que lo viera y le sacó, limpita, la pelota de las manos. En una jugada de potrero que ratifica que Mike era, además del mejor atacante del historia, un eximio defensor. Lo que siguió fue la ratificación de la inteligencia y carácter. No pidió minuto para ordenar un ataque. Sin hesitar, se fue derecho a atacar a rival aún aturdido, para silenciar a un estadio en estado de shock. Y así fue. Quedó aislado con Bryon Russell, un defensor vanidoso que creía poder detenerlo. Penetró, lo dejó casi sentado en el piso –algunos pidieron falta con su mano izquierda, un leve empujón, que en un video-análisis realizado queda claro que no hubo el contacto suficiente- y ejecutó el tiro del triunfo, con la misma elegancia y técnica de siempre, en una imagen que quedó en la memoria colectiva del deporte mundial. En la última, Stockton falló un triple a la carrera. MJ lo había hecho, una vez más. En Utah. Otra vez. Por eso saltó, gritó, tiró un puñetazo al aire y le mostró al mundo que había ganado el sexto anillo en ocho años.
1) The Flu Game
Y llegamos al mejor. O, al menos, al más increíble juego en su vida. MJ tuvo tantos partidos épicos, tantas hazañas, que era difícil elegir el #1, sobre todo estando el mítico último juego de Jordan con los Bulls, aquel en Utah que le dio el sexto anillo, con esa secuencia final que tal vez sea la más impactante en la historia del deporte estadounidense. Pero había que elegir y aquel juego del 11 de junio de 1997, el cuarto de las Finales de 1997, Michael hizo algo que nunca logró, él ni nadie: jugar descompuesto, con 39 grados de fiebre, al borde del desmayo, del colapso. Y una cosa es jugar, y otra es romperla y ser la figura excluyente de la noche, de un partido que era decisivo porque la serie estaba 2-2 y si Utah, que venía de ganar los dos anteriores, repetía, quedaba a un triunfo de ser campeón, con dos partidos por jugar –uno en casa-. Ese fue el nivel de importante de aquel partidazo que terminó 90-88.
Un juego que pasó a la historia como el Partido de la Gripe, aunque en realidad no fue eso lo que aquejó a Jordan. Su Majestad admitió en la serie The Last Dance que fue una pizza lo que provocó la enfermedad. Mike y su equipo la pidieron, increíblemente, en una pizzería de Salt Lake City. Tim Glover, PF de confianza de MJ, abogó por la teoría de la conspiración, dando a entender que podía haber sido una intoxicado adrede. Pero, días después, el pizzero de nombre Craig Fite lo negó, diciendo que él mismo, hincha de los Bulls, la hizo y la llevó hasta el hotel.
Lo cierto es que MJ no debería haber jugado ese día. Se la había pasado en la cama, vomitando, se levantó sin fuerzas, deshidratado. Pero, como pudo, llegó al estadio y quiso jugar. El acuerdo con Phil Jackson era dejarlo todo lo que pudiera, a ver cuánto podía aguantar. Fue increíble verlo. Los ojos rojos, las expresiones gestuales y físicas de una persona que estaba al borde del desmayo. A tal punto que, en un minuto pedido, Scottie Pippen tuvo que casi cargarlo hasta el banco. Encima Utah arrancó con todo, ganando el primer cuarto por 29-16. La suerte parecía echada, pero el 23 devolvió a Chicago al partido: 17 puntos en el segundo para quedar a cuatro (49-53). En el tercer cuarto pareció que MJ ya no daba más, pero sacó fuerzas de sus entrañas. Hizo 15 puntos en el último parcial, con un triple clave faltando un minuto, para silenciar el Delta Center y poner el 3-2 para los Bulls. Aquella noche terminó con 38 puntos, 7 rebotes, 5 asistencias y 3 robos, jugando –enfermo- la friolera de 44 minutos –sólo un jugador estuvo más en cancha, Pippen, 45m-. Lo que le faltaba, si es que faltaba algo, para llevar su leyenda a otra dimensión.