A raíz del éxito arrollador del documental The Tinder Swindler, en el que tres mujeres escandinavas exponen a Shimon Hayut, un israelí que se hizo pasar por un millonario empresario en el sector de los diamantes y las defraudó emocional y financieramente, en Colombia, Carolina Marín, de 37 años, decidió contar su historia.
Por semana.com
Ella, una ingeniera de sistemas y empresaria, relató en un hilo en Twitter cómo un sujeto que se hacía llamar Juan Fernando Moreno por poco la estafa una semana después de haberlo conocido en la conocida aplicación para encontrar pareja Tinder. Enseguida recibió llamadas de seis y más mujeres que le compartieron su historia. Se trata del mismo sujeto que hoy, bajo otros nombres y con otros modus operandi, sigue defraudando a profesionales bonitas y exitosas.
Con estos testimonios, SEMANA busca alertar a muchas de ellas para que no caigan en este tipo de estafas. Esta es la historia de Carolina.
El gancho: “Soy honesto”
En enero instalé Tinder, pero como no tuve match con mucha gente, a las 24 horas decidí borrarlo. Pensé que eso no era para mí. Antes de borrarlo, sin embargo, hice un match con Juan Fernando Moreno, un ingeniero agrónomo superchurro, con unas cejas divinas, que se describía así: ‘Soy honesto’, algo que para mí era invaluable. También decía ‘soy temeroso de Dios’ y, aunque no soy muy religiosa, eso me pareció bien. Además, decía ‘no busco sexo casual’. Era el hombre que todas buscamos en Tinder. Yo le dije la verdad, que en ese mismo momento estaba desinstalando Tinder, pero cometí un error que fue darle mi contacto de WhatsApp. El otro error fue no verificar su identidad, algo que se puede hacer hoy en estas redes sociales para cerciorarse de que el que habla es el mismo de las fotos. Él no tenía su cuenta verificada.
Empezamos a chatear y siempre fue muy respetuoso. Escribe bien y redacta bien. Me decía que era ingeniero agrónomo y ganadero, y que había estudiado en Austin, Texas. El tipo no me parecía muy culto. No podía tener una conversación profunda con él y por eso no teníamos charlas prolongadas. Lo único que me gustaba de él era que vivía pendiente de mí. Al principio, las conversaciones parecían una entrevista de trabajo: qué haces, qué estudias, dónde vives y cosas así. El me contó que vivía en Puerto Berrío, en una finca con su papá, un hombre ya mayor con problemas del corazón. Tenía dos cirugías de corazón abierto y un marcapaso.
Desde el día siguiente a nuestro primer contacto en WhatsApp él empezó a saludarme a las cinco de la mañana, que era la hora en que empezaba a trabajar. Eran audios y videos en los que me mostraba su finca, que estaba dedicada a la producción de cárnicos y lácteos, y en la que tenía un criadero de equinos. Yo no tengo ni idea de esos temas, pero él hablaba como si fuera un experto en criar caballos. Yo podía escuchar en los audios el sonido de los pájaros, los caballos, las gallinas. En todo momento se sentía el ambiente de una finca.
A medida que pasaron los días me di cuenta de que con sus videos me quería mostrar un estilo de vida muy ostentoso y que yo supiera que tenía mucho dinero. El dinero a mí no me deslumbra, y con eso yo solo pensaba: ¿con quién estoy hablando? Me mandó uno de la planta automatizada extractora de leche, otro de los caballos, de las hectáreas de su finca, en fin. No me deslumbraba con aviones ni carros como el del documental, pero hoy le encuentro parecido al esquema usado por el israelí porque te muestra que tiene plata y que, si le prestas plata, pues te va a pagar. Esos videos en los que iba en su Toyota me parecían muy de mal gusto porque no sabía qué necesidad tenía de mostrarme tanta cosa que tenía: un Apple Watch, un iPhone de tres cámaras, todo para deslumbrarme.
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