En IMÁGENES: colas, angustia y rabia contra Putin en la frontera de Ucrania con Rumanía

En IMÁGENES: colas, angustia y rabia contra Putin en la frontera de Ucrania con Rumanía

EFE/EPA/ROMAN PILIPEY

 

Miles de mujeres, niños y ancianos ucranianos siguen agolpándose en la frontera de su país con Rumanía huyendo de la ofensiva militar rusa, según pudo constatar Efe en el paso fronterizo de Porubne, en la “oblast” (región) de Chernivtsi, en el suroeste de Ucrania.

“Mi clínica ha sido bombardeada varias veces; los rusos han destruido el departamento de cuidados intensivos y el de cirugía, y también han bombardeado la planta de oncología”, dice a Efe indignada mientras hace cola Viktoria Klimenka, jefa del departamento pediátrico del Hospital Universitario de Járkov, en el este de Ucrania.

“Lo que los rusos están haciendo es peor que el fascismo; el mundo debe saberlo”, agrega la mujer, que acaba de llegar a la frontera con una amiga en el coche que se compró para salir de Járkov. “Hemos pasado por Poltava, Kremenchuk, Vinnytsia, Ivano-Frankivsk y ahora Chernivtsi”, cuenta sobre su odisea de más de mil kilómetros.

Klimenka tiene 70 años y estaba a punto de jubilarse. Desde Siret, en el lado rumano de la frontera, quiere llegar a un aeropuerto y volar desde allí a Estados Unidos, donde vive su hija. “Me voy a quedar allí, es hora de que esté con mi hija y mi nieta, pero seguiré ayudando a Ucrania desde fuera”, explica en inglés.

EFE/ Roman Pilipey

 

LLANTO DE NIÑOS Y DESMAYOS

Justo delante de Klimenka, niños y bebés exhaustos y asustados después de varios días de viaje lloran desconsolados mientras sus madres arrastran sus pesadas maletas sin dejar de consolarlos. Una nieve fina y persistente cae sin descanso sobre las cabezas cubiertas de los refugiados y el asfalto mojado.

Una mujer mayor avanza al ritmo lento e inconstante de la cola apoyada en dos bastones de trekking. Otra mujer, más joven, pide asistencia a los voluntarios que avanzan junto a la cola en sentido contrario hacia el lado ucraniano.

“Alguien se ha desmayado, ¡pidan ayuda!”, dice en inglés con gesto desesperado. En paralelo a la cola de personas que esperan a cruzar a pie, a veces con sus mascotas, cruzan camiones de matrículas distintas cargados de ayuda humanitaria.

EFE/EPA/ROBERT GHEMENT

 

VOLUNTARIOS EN LA FRONTERA

A la altura del punto en el que empieza la cola, dos voluntarios ucranianos ofrecen comida y bebidas calientes a quienes llegan. La mayoría prefieren no perder su sitio en la cola y aguantar un rato más hasta volver a sentirse seguros en Rumanía.

Debajo del toldo azul en el que sirven los víveres, junto a una hoguera moribunda dentro de un viejo bidón oxidado de hierro, buscan calor quienes tienen problemas para pasar la frontera.

EFE/EPA/ROBERT GHEMENT

 

UN HOMBRE DESESPERADO

Uno de ellos es Andriy, un hombre de mediana edad residente en Chernihiv, una ciudad a 150 kilómetros al noreste de Kiev donde los rusos han bombardeado zonas residenciales. “Es horrible, hay combates dentro de la ciudad y zonas enteras han quedado devastadas”, dice nervioso y asustado.

El Gobierno ucraniano ha prohibido salir a todos sus ciudadanos varones de entre 18 y 60 años para que contribuyan a los esfuerzos de guerra contra la invasión rusa. Andriy está, por tanto, atrapado en su propio país.

“Quiero cruzar e ir a Praga y reunirme con mi mujer, que llegó allí hace dos días; necesito ayuda”, dice con expresión de angustia. Está dispuesto a pagar para que le dejen cruzar la frontera, pero para ello tiene que encontrar a un guardia corrupto dispuesto a aceptar un soborno.

EFE/EPA/ROBERT GHEMENT

 

LOS EXTRANJEROS SÍ SALEN

Quienes tienen pasaporte extranjero son más afortunados. Delante de la pequeña carpa de los voluntarios, un empresario israelí del sector médico recibe el consejo de que abandone su vehículo para cruzar a pie a Rumanía y volar desde allí a Israel.

“No te preocupes por el coche, ven con nosotros y yo me ocuparé del vehículo”, le dice el rescatador profesional israelo-estadounidense Moti Kahana, que ha liderado misiones en Siria, Irak y Afganistán y ahora trabaja con su empresa, GDC, asistiendo a Gobiernos y oenegés para sacar a gente de Ucrania.

Nada más pasar el control de pasaportes de la policía ucraniana, un estudiante indio de Calcuta respira relajado y se enciende un cigarrillo junto a la garita de los guardias. “Estudio Medicina en Járkov, en mayo tengo mi examen final”, dice junto a un grupo de compañeros. EFE

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