Más de tres décadas antes de la invasión rusa a Ucrania, cuando aún no había caído la Unión Soviética, el autor estadounidense de bestsellers Tom Clancy imaginó un escenario similar al que hoy se despliega en ese país, con acontecimientos no muy distintos de los que hoy tienen en vilo al mundo entero. No sabemos si el escritor fallecido en 2013, famoso por sus novelas de espionaje e inteligencia militar, fue un adelantado o si se trata de una prueba útil para aquellos analistas que plantean que el conflicto bélico actual nos retrotrae al siglo XX.
En agosto de 1986, dos años después de La caza del Octubre Rojo, la exitosa novela sobre una guerra submarina que sería llevada al cine con Sean Connery en el rol principal, y cuando todavía estaba fresco el accidente nuclear de Chernóbil, Clancy escribió Tormenta roja, un tecno-thriller de 700 páginas del que se ha vuelto a hablar por estos días a raíz de las similitudes que pueden hallarse con la guerra en curso.
La ficción de Clancy presenta un conflicto global provocado por la entonces vigente Unión Soviética. Tras la destrucción de una de las principales refinerías de petróleo rusas a manos de un grupo islamista azerbaiyano, en esta historia la URSS resuelve que para evitar una crisis económica debe apoderarse del suministro de petróleo en el Golfo Pérsico, protegido por la OTAN. Para justificar sus intenciones y mantener el secreto del ataque inicial, el mando soviético planea –en una operación de falsa bandera– un ataque contra el Kremlin del que culpa a la Alemania Occidental, afiliada a la OTAN, a la que luego se dispone a atacar.
Aunque Ucrania no forma parte de la OTAN, la alianza más poderosa del mundo que incluye a las potencias nucleares de Estados Unidos, Francia y el Reino Unido, una trama similar surgió en el mundo real en enero pasado, cuando los informes de la inteligencia estadounidense sugirieron que Rusia podría haber estado planeando una operación de bandera falsa para justificar la invasión de Ucrania. Si bien no está claro que se haya producido efectivamente un incidente de esa naturaleza, cuando las fuerzas rusas atacaron Ucrania el 24 de febrero entrando desde varias direcciones, con tropas dirigidas a su capital, Kiev, el gobierno de Vladimir Putin acusó falsamente a su vecino de que estaba produciendo un genocidio en su territorio. El Kremlin dijo que buscaba la “desnazificación” de Ucrania, un país cuyo líder democráticamente elegido, el presidente Volodymyr Zelensky, es judío.
Putin también argumentó que la invasión de Ucrania fue un acto de autodefensa contra la expansión de la OTAN hacia Europa del Este y las antiguas repúblicas soviéticas, especialmente Ucrania, que pidió entrar en la alianza en 2008. En Tormenta roja, la OTAN forma parte de su compleja trama: al principio de la historia, la Unión Soviética sabe que no puede apoderarse de las reservas de petróleo de la región del Golfo Pérsico sin producir un cortocircuito con la OTAN, que protege la zona. Por lo tanto, la neutraliza implicando a Alemania Occidental, uno de sus miembros, en un ataque terrorista organizado por la KGB que provoca la muerte de escolares rusos. Como en la realidad actual, el gobierno ruso culpa a la OTAN y a los países afiliados de las crisis que creó.
Lo que sigue en el libro de Clancy es un despliegue militar repleto de acción y con múltiples escenarios que parecen sacados de un videojuego. A la hora de escribir el libro, el autor contó con la colaboración del diseñador de juegos de guerra Larry Bond, con quien luego desarrollaría una versión para videojuego. La crisis se resuelve en esta novela cuando un golpe de estado dirigido por la KGB usurpa al ficticio líder ruso antes de que este pueda lanzar un ataque nuclear contra las fuerzas aliadas. Un final feliz que es habitual en los thrillers de Clancy y que sin dudas sería un tipo de escenario deseable para el resto del mundo, aunque por el momento es improbable que se vaya producir un desenlace similar en un conflicto armado que ya se ha cobrado cientos de vidas y ha obligado a huir a 800.000 civiles.