Vamos a avanzar por el camino de una poderosa cooperación militar entre Rusia y Venezuela». Esta afirmación la realizó desde Caracas el dictador Nicolás Maduro acompañado por el viceprimer ministro de Rusia, Yuri Borisov.
No es fortuito que en medio de la crisis en Ucrania, Vladímir Putin, haya enviado a su viceprimer ministro a Venezuela para respaldar a Maduro, al decir: «Hemos revisado el mapa de la geopolítica mundial, de la geopolítica hemisférica, de la cooperación bilateral Rusia-Venezuela. Puedo decir que las relaciones entre ambos adquieren mayor nivel estratégico, mayor fortaleza contra el mundo occidental y la OTAN. Vamos a implementar todos los planes de preparación, entrenamiento, cooperación, con una potencia militar del mundo como es Rusia».
Previamente, el 13 de enero, el vicecanciller ruso, Sergei Ryabkov, declaró que «no podía confirmar ni negar la posibilidad de que Rusia pudiera enviar activos militares a Cuba y Venezuela». Vale la pena preguntarse: ¿realmente Rusia va a enviar contingentes militares o establecer bases en América Latina? ¿Es real esa amenaza? Aunque varios aseguran que tal amenaza no es creíble, creo que es un error subestimar el potencial negativo del Kremlin, tal como estamos viendo los lamentables hechos en Ucrania.
Es posible que la amenaza de bases militares rusas en América Latina carezca hoy de sentido práctico. Sin embargo, la realidad indica que Putin no necesita una base militar para ejercer su influencia negativa en la región. Durante mucho tiempo él se ha estado aprovechando de la dinámica política regional para desestabilizar lo que Rusia considera una «zona de influencia» americana. El Kremlin ha demostrado tener un abanico de opciones que van desde actividades de espionaje, ciberataques, campañas de desinformación orquestadas a través del medio RT y redes sociales, asistencia militar, y hasta la construcción de canales irregulares para blanquear activos financieros ilícitos. Estas herramientas las aplica estratégica y recurrentemente en Venezuela para estabilizar a la dictadura de Maduro.
El 11 de septiembre del 2001 se aprobó la Carta Democrática Interamericana. Desde entonces, América Latina ha cambiado mucho. Nuestras democracias se han erosionado, una tendencia global que Freedom House ha reseñado, al tiempo que se ha venido consolidando la presencia e influencia de regímenes enemigos de la libertad en nuestros países, con Rusia y China a la cabeza. Como resultado, a la dictadura cubana se le sumaron las de Venezuela y Nicaragua, teniendo a otros países en franca lucha para evitar perder sus democracias.
Hoy Venezuela se ha convertido para el Kremlin en una punta de lanza para desestabilizar el continente. Venezuela hoy es para Putin lo que fue Cuba para la antigua Unión Soviética, pero sin afinidad ideológica. Es un vínculo entre cleptocracias y regímenes corruptos, con la desestabilización como objetivo. El apoyo decidido de Putin al dictador Nicolás Maduro no es para que nuestra Venezuela supere su crisis, sino para que nos hundamos en ella, pues el caos favorece a los intereses geoestratégicos de Moscú. Putin es amigo de la dictadura, no de Venezuela.
Durante mucho tiempo Putin ha apoyado al dictador Nicolás Maduro, autor de la peor crisis que haya visto Latinoamérica en sus últimos 100 años con más de 6 millones de desplazados (21% de los venezolanos), más de 26 millones de pobres (94% de los venezolanos), y una contracción económica del 80%. Rusia ha apuntalado una dictadura llena de prisioneros políticos, con una política de crímenes de lesa humanidad investigados por la CPI, y aliada a grupos terroristas como el ELN y los disidentes de la FARC, relacionados con actividades de tráfico de drogas y explotación de oro ilegal. Venezuela es un exportador de conflictos para toda la región. Justo lo que el Kremlin necesita.
Sumado a esto, debemos decir que la destrucción de la industria petrolera venezolana beneficia a Rusia. La ausencia de nuestro petróleo y gas en el mercado energético internacional le facilita a Moscú ser un estratégico proveedor de energía. Recordemos que en conflictos pasados, Venezuela era un proveedor energético confiable para EEUU y otros aliados. Rusia también ayuda a Maduro a evadir las sanciones internacionales, y con ello el saqueo al pueblo venezolano.
La influencia negativa de Putin en América Latina no se restringe a Venezuela. Recientemente, el Gobierno colombiano denunció que el Kremlin está detrás de una serie de ciberataques, actividades de espionaje, incitación de la violencia y protestas a través de redes sociales, violar su espacio aéreo, y brindar asistencia militar a la dictadura de Maduro, exacerbado por el conflicto armado en la frontera por grupos irregulares. De cara a las elecciones presidenciales este año en Colombia, no dudamos que Rusia y la dictadura de Maduro harán grandes esfuerzos para sumar un nuevo aliado a su plan de desestabilización en marcha. Similares denuncias contra Rusia se hicieron al ocurrir las protestas de calles en Chile y Ecuador en su momento.
La importancia que Putin le da a América Latina en este contexto quedó en evidencia cuando, en simultáneo a la crisis por su violenta amenaza contra Ucrania, dedicó parte de su agenda en llamar telefónicamente a los dictadores de Cuba, Nicaragua y Venezuela, además, de organizar una visita del Presidente de Argentina.
Los hechos evidencian que el Kremlin no necesita poner bases militares en nuestros países para socavar nuestras democracias y amenazar la seguridad de nuestros pueblos. No necesita más misiles que la estrategia en marcha de desestabilizar política y socialmente el continente americano, erosionando sus instituciones, aumentando los conflictos sociales, y promoviendo dictaduras o aliados antiestadounidenses. Hoy en día, estas son las verdaderas bases y misiles rusos en Latinoamérica.
Ante esta realidad, todo el continente americano debe estar no solo en estado de alerta, sino también en acción y movimiento en favor de la defensa de los intereses, seguridad y democracias de nuestros pueblos. Los latinoamericanos debemos rechazar las pretensiones de Putin de querer usarnos como fichas de cambio para satisfacer sus ambiciones ya que jamás representan beneficio para la región. Estados Unidos no debe subestimar las acciones de Rusia en nuestro continente. La Ley de Estrategia de Seguridad del Hemisferio Occidental de 2022, presentada por los senadores estadounidenses Bob Menéndez (D-NJ) y Marco Rubio (R-FL) «para contrarrestar esta influencia maligna», puede ser un buen punto de partida. Estados Unidos y las principales potencias del mundo democrático deben liderar una iniciativa multilateral contra las verdaderas bases y misiles rusos en América Latina y en protección de las democracias en todo el continente. No hacerlo seguirá afectando peligrosamente a la paz, la estabilidad y la seguridad de los estadounidenses, latinoamericanos y ciudadanos del hemisferio occidental.
Por Carlos Vecchio | Publicado originalmente en ABC.es