Es así como el petróleo, lejos de convertirse en motor de desarrollo, pasa a ser un instrumento de dominación en manos de tiranos y megalómanos. Un arma de mucha utilidad a lo interno, pero también internacionalmente donde les permite comprar aliados y, sobre todo, asegurarse silencios. Solo hay que recordar cómo mientras oprimían a sus pueblos, Muamar el Gadafi, Sadam Hussein, Mahmoud Ahmadinejad y Hugo Chávez eran recibidos por el mundo como grandes dignatarios. En época de bonanza, eran muy pocas las voces que denunciaban las atrocidades que estos dictadores perpetraban contra sus oponentes, cubriéndolos así durante muchos años con un manto de total impunidad.
Chávez y el régimen de los Ayatolás fueron incluso más lejos, usaron los astronómicos ingresos de Venezuela e irán para financiar el terrorismo y expandir sus proyectos más allá de sus áreas de influencia, amenazando así la paz y la estabilidad de naciones cercanas. El chavismo exportó su proyecto político por toda Latinoamérica, plagando la región de gobiernos satélites enemigos de las libertades individuales y los derechos fundamentales. Se tejieron alianzas con grupos de inconfesables intereses frente a los ojos del mundo que observaba sin decir ni pío para no molestar al temperamental Chávez.
En Venezuela e Irán no han dejado de ser campo de operaciones para el terrorismo internacional y la delincuencia transnacional. En momentos donde los precios del petróleo se acercan a niveles récords producto de la invasión rusa a Ucrania, toca preguntarnos si la comunidad internacional permitirá nuevamente que la renta petrolera sea usada para dinamitar la democracia y la paz. El ejemplo de Rusia debería mostrarnos lo peligroso que es confiar en la palabra de un dictador, sobre todo cuando dicha palabra ha perdido todo valor.
@BrianFincheltub