Sigue la campaña según la cual Venezuela está muy “chévere”. Se trata de un rumor que ya tiene forma de ciclón publicitario que traspasó el atlántico y pretende copar los medios de comunicación y redes sociales del viejo continente. Por los datos que me llegan, lo mismo acontece en nuestro hemisferio, por cuyos países circula esa versión que pinta las cosas de maravilla en una nación en donde aún persiste la tragedia humanitaria cuyas causas están claramente identificadas, salvo para los que se hacen los desentendidos, o simplemente voltean para otro lado a la hora de definir posiciones respecto a lo que realmente ocurre en Venezuela y sobre las auténticas razones de esas calamidades.
Las cosas están muy chévere para los que a pierna suelta continúan saqueando nuestro Arco Minero. ¡Esos sí que están requetebién! Miles de millones de dólares que sacan de cada tonelada del metal precioso que extraen de esas entrañas de la Guayana venezolana.
Están cheverísimo los narcos que han podido instalar sus cocinas en territorio venezolano. Así les resulta facilísimo preparar sus melcochas y transportar su merca hacia otros confines del mundo. Venezuela es, simplemente, el gran centro de producción de cocaína. La cosa está tan buena que es en nuestro territorio en donde funciona la transnacional del narcotráfico que agrupa a delegaciones de Colombia, México, Perú, Bolivia, Ecuador, Brasil, Honduras y Guatemala. Las pistas de aterrizaje están bajo control de esas mafias y la cooperación de sus socios es excelente, ya que para esos menesteres está el cartel de Los Soles, o sea el que manejan los militares de la revolución.
Están muy chévere los que han hecho grandes negociados con el régimen y se pueden dar la lija de irse en sus yates a surcar las aguas cristalinas de Los Roques. Los que están en capacidad de acceder a los bodegones a comprar toda esa gama de exquisiteces que allí expenden. O los que degustan manjares en los restaurantes que funcionan en Las Mercedes o en Los Palos Grandes. ¡Esos sí que se la pasan de fábula! Pero los que no tienen como adquirir ni la canasta alimentaria, porque están en esa franja en la que se recuesta más del 96% de la población, es lógico suponer que para nada están chévere.
Tampoco lo están los enfermos renales, ni los muchachos que no reciben clases regularmente, ni los docentes que son testigos de la destrucción de los centros universitarios, ni los agricultores y ganaderos que no tienen financiamiento para reiniciar sus siembras y actividades en sus campos. En definitiva, mal puede estar chévere un país cuya población reincide en escapar de esa matanza a la que están expuestos y ahora mucho más, con el peso de la decepción de ver a algunos de los supuestos “opositores”, rendirse a los pies del tirano.