El teléfono sonó a las tres de la mañana. Yermi Santoyo despertó y miró la pantalla. Era un número desconocido.
Por BBC
—¿Usted es el esposo de Darielvis? —dijo un hombre en español, después de traducir lo que otro había dicho en inglés— Ella está herida.
—¿Herida? ¿Se cayó al río?
—No, no. Tiene que venir.
—¿Pero qué pasó?
—Si quiere enterarse, tiene que llegar hasta aquí para que le dé fuerzas.
El hombre colgó y Yermi se levantó de un salto. ¿Darle fuerzas? Sintió que una bruma nublaba su cabeza. No tenía idea de qué podía hacer.
Yermi había hablado por última vez con su esposa, Darielvis Sarabia, dos días antes, cuando abordaba una lancha que la llevaría junto a los niños desde Tucupita, al oriente de Venezuela, hasta Trinidad.
Tucupita es la capital de Delta Amacuro, una de las provincias de Venezuela más cercana a las costas de Trinidad, y uno de los principales puertos de salida de los venezolanos que escapan en bote para pedir refugio en la excolonia británica.
Seis millones de personas han huido o emigrado de Venezuela durante los últimos años, un éxodo que la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados define como “una de las principales crisis de desplazamiento del mundo”.
Los migrantes venezolanos navegan por los afluentes del Orinoco, que atraviesan la geografía de Delta Amacuro y desembocan en el Mar Caribe. Por ello, Yermi temía que su esposa hubiese caído al río.
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