Refiere el historiador de la música venezolana, el maestro José Antonio Calcaño (1900-1978) en su libro La ciudad y su música, que desde los mismos inicios de la fundación de Caracas (1567), la actividad musical fue una de las primeras manifestaciones culturales de la recién fundada población.
En la plaza Mayor se acostumbraba presentar espectáculos musicales junto con la escenificación de actividades teatrales, llevadas a cabo por los pobladores e incluso, protagonizada por los propios conquistadores. Todo ello llevó a una tradición que se siguió durante siglos, mezclándose con las fiestas que los indígenas, y posteriormente negros africanos acostumbraban realizar.
El Nuevo Mundo fue construido con los esfuerzos colectivos, tanto de los naturales como de los pobladores que llegaban de la península ibérica y otras partes de Europa. Toda la inicial infraestructura, edificaciones públicas para la administración de la sociedad que nacía, acueductos, calzadas, siembra y pastoreo, introducción de nuevos cultivos, así como el proceso de socialización a través de la enseñanza de una nueva lengua y la práctica de una religión, entre otros grandes esfuerzos, ha sido la herencia dejada por la cultura hispánica en las nuevas tierras de esta parte del mundo.
La práctica de una forma de vida y cotidianidad formó una sociedad que se desarrolló y ha podido trascender hasta nuestros días, en esto que se denomina sociedad venezolana, con sus costumbres, principios y valores heredados de aquellos primeros tiempos. La construcción de toda una simbología; cruz, emblemas, pendones, escudos, guirnaldas, entre miles de imágenes, ha sido la herencia que desde siempre nos ha identificado como sociedad.
Esa riqueza cultural no ha podido ser sustituida, ni por los cambios sufridos en la guerra fratricida, llamada de la Independencia, ni tampoco por el proceso denominado como republicano. Los modos de vida, la tradición secular de la sociedad venezolana, tienen, en gran parte, sus orígenes en las antiguas tradiciones, mitos y leyendas anteriores a eso que se llama proceso de emancipación del siglo XIX.
Porque el llamado 19 de abril de 1810 fue un día de afirmación de la cultura hispánica en tanto se celebró un acto de apoyo al rey nuestro (culturalmente hablando), don Fernando VII y contra la ocupación napoleónica y apresamiento de su Majestad. La declaratoria de la independencia, poco más de un año después, fue un proceso históricamente ‘engañoso’, manipulado por los miembros del mantuanismo y notoriamente tergiversado por la gran mayoría de los historiadores. Tanto así, que hubo provincias que se abstuvieron de participar en los sucesos del 5 de julio de 1811, como Coro, Maracaibo, y otras abiertamente en contra, como Guayana, que permaneció fiel a la tradición hispánica y a su rey.
La vida de decencia, respeto a las leyes, de fidelidad y orgullo a las tradiciones culturales, se puede observar en las notas que el maestro Calcaño refiere, así otro de nuestros historiadores de la cultura venezolana, Carlos Duarte (1957-2003), en su libro sobre el Arte colonial en Venezuela. En ambas obras se observa la fuerza de la cultura hispánica que da identidad a un nuevo mundo, crea otra realidad humana y dimensiona la extraordinaria capacidad y fe inquebrantable de este ser humano en su destino.
Creo que si bien los procesos que sufrió la sociedad venezolana a partir del siglo XIX y bien entrado el siglo XX, permitieron introducir nuevas maneras de concebir la realidad con nuevas ideas o costumbres, en la llamada sociedad republicana, a la postre, no han podido sustituir la enorme herencia de aquellos primeros tiempos de nacimiento y tradición cultural monárquica, con sus creencias, valores y principios, soportados en una riqueza idiomática y en la cultura de la religión cristiana.
Poco más de siglo y medio de práctica de vida republicana no han significado mucho frente a poco más de tres siglos de vida cultural donde el mundo de creencias y valores monárquicos se siguen sintiendo y dan una seguridad a los valores que esa sociedad experimentó. Porque la vida monárquica ha tenido en su funcionamiento un respeto al Otro semejante o contrario, la vida de respeto al mundo de las leyes, así como el reconocimiento de todos sus miembros a la autoridad, bien única del rey como de quienes eran vistos y reconocidos como partícipes y observantes de ella.
Los tiempos que vivimos deben tomar en cuenta, si es que se desea incorporar a la sociedad venezolana al siglo XXI, el pasado real y verdadero para sentirnos orgullosos de quienes nos antecedieron. Con sus tragedias, pero también con los tiempos de plenitud y trascendencia. Porque la Venezuela Provincial de los primeros tiempos no puede seguir siendo la imagen única de Simón Bolívar y sus seguidores. Antes, durante y después de él existieron seres extraordinarios, que aportaron sus ideas y principios para engrandecer el patrimonio cultural de una sociedad que seguirá existiendo.
Hoy es el tiempo de revisar de manera sosegada y sin restar valor, nuestra historia real del pasado, y quienes la vivieron. La historia cultural venezolana no se resume solo en fechas ni en nombres. Tiene su esplendor, su herencia ancestral y una sociedad que pervive en la tradición y valores de sus mujeres y hombres que la fortalecen.
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