En su congregación limeña la recuerdan como una monja comprometida con la educación de las niñas en problemas y se preguntan por qué asesinaron a Agustina Rivas, beatificada este sábado. La desconcertante respuesta es que Sendero Luminoso mató en 1990 a “Aguchita” para que el clero supiera que era su enemigo.
“Estos asesinatos tenían un carácter ejemplar para que todos se fueran”, explica a Efe el sacerdote Raúl Pariamachi, profesor de Teología y padre superior de los Sagrados Corazones, una de las congregaciones que más se involucraron en la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR)
El informe que presentó esta comisión en 2003 dejó en claro que para Sendero la Iglesia era una “institución enemiga”, parte del “viejo Estado” que intentaban destruir. Y en la remota misión de La Florida, en el departamento centro andino de Junín, el rostro del enemigo era el de “Aguchita”, como conocían popularmente a la monja de la Orden de las Hermanas de la Caridad del Buen Pastor.
Con 70 años, fue asesinada junto a otras cuatro personas de la comunidad, las “cabezas negras”, como llamaba Sendero a los líderes comunitarios que, por una razón u otra, consideraban que debían extirpar para construir su “república popular de nueva democracia”.
“EL RINCÓN DE LOS MUERTOS”
Rivas había nacido en otro punto remoto de la geografía peruana, el distrito de Coracora en el departamento de Ayacucho, que, en lengua quechua significa “el rincón de muertos”, un epítome que se consolidó en el imaginario colectivo durante el conflicto armado.
“La Comisión de la Verdad dice en su informe que cerca del 40 % de los fallecidos, que fueron cerca de 70.000, fueron de la región de Ayacucho. Ella nació en el centro de esta violencia insana”, recuerda Pariamachi.
Pese a que no se tienen muchos datos de su vida, sus hagiógrafos aseguran que tuvo un vínculo muy estrecho con la Iglesia desde su nacimiento.
Cierto o exagerado, la realidad muestra otra de las realidades con las que se topó Sendero Luminoso y que trató de extirpar, la presencia del clero en cada rincón de Perú, incluso en zonas donde el Estado no llegaba.
Por eso, a partir de 1989 comenzaron un ataque frontal para “batir el campo”, como lo denominaba la organización terrorista, y para lo cual buscaban someter u obligar a irse a “cualquier poder, organización o institución que ellos no controlaran”, según recoge el informe de la CVR.
“Obviamente, porque la Iglesia llegaba donde no llegaba siquiera el Estado, los religiosos eran líderes que trabajaban simplemente por resolver (el conflicto) y buscar caminos de entendimiento pacífico”, subraya Pariamachi.
Ese era el rol de “Aguchita” en La Florida, donde trataba de ayudar a la comunidad y recuerdan que enseñaba a hacer pan a las mujeres y ayudaba a los niños.
“Se consideraba una pastora de la gente y tenía una presencia muy cercana (…) Ella combinaba esta ternura de mujer, de madre, cercana a las personas y al mismo tiempo por sacar adelante, especialmente a las mujeres”, comenta Pariamachi.
UNA VIDA EN LIMA
Antes de ir a La Florida, “Aguchita” llegó a Lima en su adolescencia y, movida por el impulso religioso, se unió a las Hermanas de la Caridad del Buen Pastor.
En la capital, residió durante un tiempo en el popular sector de Barrios Altos, donde la orden tiene una sede y el colegio Niño Jesús De Praga.
Por sus corredores las hermanas que convivieron con “Aguchita” la recuerdan con una sonrisa eterna, como la que adorna su rostro en las fotos distribuidas con motivo de su beatificación, y siempre dispuesta.
También para trabajar con las niñas más conflictivas de la zona, a las que se entregaba, según recuerdan, con sencillez y afecto.
Desde el corazón de Lima fue enviada a La Florida, un destino con el que bromeaba -explican las hermanas del Buen Pastor- para el que no necesitaba visa pese al nombre de resonancias estadounidenses.
Allí, de nuevo, se volcó en ayudar a los vecinos como hacía en Lima, lo que puso a “Aguchita en el centro de la diana senderista, que atacaba con especial vehemencia a las actividades de promoción social y apoyo de la Iglesia.
“Esto que nos parece tan bello era, lamentablemente, aborrecido por Sendero, como toda obra que buscara el bien de los demás porque ellos tenían un proyecto ideológico que no era compatible con cualquier ayuda social”, apostilla Pariamachi.
Es un destino que compartieron los sacerdotes polacos Michal Tomaszek y Zbigniew Strzalkowski, asesinados en 1991, meses antes que el italiano Alessandro Dordi y la australiana Irene Mc Cormack.
Pese a todos esos crímenes, Pariamachi considera que el mensaje de “Aguchita” hoy sería el de la paz y no volverse “a equivocar”.
“Nos invitaría a tener la mirada de Dios, a vivir como hermanos y hermanas, a no volvernos a equivocar. Pasamos por una crisis política aguda que viene de varios años (…) en el que otra vez la Iglesia está llamando a ser ese nexo social de paz, de que es posible en el país, en medio de nuestras diferencias tener una salida pacífica a nuestros conflictos”, concluye.
EFE