Claudia Yepes ha perdido seis kilos de peso y aunque ha tomado medicamentos para conciliar el sueño, dice que todavía no logra dormir una noche de un solo tirón. Yepes, de 50 años, busca a su hijo Andrés Camilo, de 26, desde el pasado 3 de abril. Ese día, “un domingo” —repite ella que no olvida esa última vez que hablaron— se perdió el rastro de este ingeniero forestal que hacía un trabajo de campo en San Andrés de Cuerquia, un diminuto municipio del norte de Antioquia. “¿Dónde está Andrés Camilo?”, repite su madre por teléfono, en redes sociales, en plantones y en los recorridos que ha emprendido en vano ante la llamada de cualquiera que le dice que lo ha visto. “He subido montañas, me he metido a los ríos, pero nada, no aparece”.
Por: El País
Colombia, que vivió medio siglo en guerra, ha visto desaparecer hasta 100.000 personas, según el Centro de Memoria Histórica. Este año van cerca de 1.500. El caso de Andrés Camilo Peláez es uno y la historia de su mamá es la de miles de madres con la vida partida en dos. “Cuando oscurece, cuando todos regresan a sus casas y se empiezan a apagar las luces, vuelven las mismas preguntas. ¿Dónde estará?, ¿tendrá frío? ¿Habrá comido?”. Yepes, su esposo y su otro hijo han recibido el apoyo de las autoridades para buscarlo, pero es que como si la tierra se lo hubiera tragado, nadie lo encuentra. La Gobernación de Antioquia empezó a ofrecer esta semana una recompensa de 10 millones de pesos (unos 2.500 dólares) para intentar dar con alguna pista. La familia no tenía nada que dar a cambio. “No tenemos dinero, nunca lo hemos tenido, aun en esto que estamos viviendo nos tenemos que parar todas las mañanas a trabajar. Trabajamos o no comemos”, cuenta la mamá de Andrés Camilo, que repasa de memoria lo último que se supo de su hijo.
“Esa noche [la del 3 de abril] me dijo que estaba cansado, que tenía hambre y que al día siguiente tenía una reunión. Se sabe, según la versión de la gente del pueblo, que en la noche estuvo reunido en una tienda con tres personas. Según ellas, después de tomarse unas cervezas, se despidió y se fue al hotel en el que se estaba quedando”. Pero al hotel nunca llegó. El ingeniero forestal adelantaba un trabajo con las comunidades para la reforestación ecológica del proyecto hidroeléctrico Hidroituango. Era la tercera vez que visitaba ese pueblo, pero no era la primera vez que trabajaba con comunidades. Nunca había sido amenazado y la empresa a la que estaba vinculado WSP, encargada de realizar interventorías a los proyectos ambientales de Hidroituango, lo transportaba en cada uno de sus viajes. “La compañía cuidaba su seguridad”, dice su mamá, ahora no tan convencida de qué tan efectivo era el acompañamiento que recibía. El contrato laboral había empezado en enero y terminaba el 5 de mayo. Con él desaparecido, su mamá recibió el último pago y la liquidación. “Han seguido pendientes del caso de mi hijo”, dice resignada.
Andrés Camilo mide un metro con 73 centímetros, tiene el cabello negro, liso y corto. El último día que alguien lo vio —”el domingo 3 de abril”, repite su mamá— llevaba una gorra y una camiseta de color negro, un pantalón gris y unos tenis verdes. La descripción, que ha sido compartida decenas de veces, ha hecho que quienes ven a alguien parecido alerten a la familia, que ante cualquier llamado ha salido en busca de una pista. “Hemos dedicado días enteros a seguir las indicaciones de alguien que nos llama y nos dice que lo vieron y que sabe en dónde está, pero al final llegamos y no hay nadie, no hay nada”, cuenta la madre.
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