“Mi vida ha cambiado enormemente desde que me fui de Venezuela y me mudé a Argentina. La diferencia es demasiado grande. Aquí el Estado te protege, la salud pública te atiende, no tienes miedo cuando sales a la calle. A veces me cuesta procesar todo eso y aceptar que esta sea mi realidad ahora”.
Por: Infobae
Quien dice estas palabras es Jessica Herrera. Tiene apenas 21 años pero en su joven vida ya ha vivido en carne propia situaciones tan duras como la discriminación y la migración forzada. De acuerdo a números oficiales, unas 6 millones de personas se han exiliado de Venezuela debido a la crisis económica, social y política que atraviesa el país. “Jessie”, como se presenta en las redes sociales, explica que su desplazamiento tiene que ver con las políticas hostiles hacia el colectivo LGBT+ que han impulsado Hugo Chávez primero y Nicolás Maduro después, quienes en más de 20 años en el poder han evitado impulsar cualquier tipo de legislación o protección a favor de los venezolanos de orientación sexual o género disidente, pese a los triunfos que el movimiento LGBT+ había logrado en buena parte de la región y en el mundo.
En diálogo con Infobae, la joven dice que nunca consideró quedarse en Venezuela debido a la transfobia de Estado que oprime a personas como ella, y que instalarse en un país donde sus derechos fueran respetados era su única opción.
“En Venezuela, si eres una persona LGBT+, para el gobierno simplemente no existes. No tienes derechos. No existe una ley de género, o el matrimonio igualitario, no hay nada de nada. La sociedad es homofóbica y transfóbica, pero los funcionarios en el poder lo son mucho más. Maduro cada vez que hay elecciones promete que enviará proyectos para el colectivo LGBT+, pero luego no lo hace. Por eso quería venir a la Argentina, donde a las personas trans se les permite existir. Quería existir”.
Asustada de ser quien era
Jessica dice que siempre se sintió “distinta a las otras personas” desde pequeña, pero que no podía localizar el origen de ese molestar. Según ella, eso tenía que ver con haber nacido en el seno de una familia cristiana evangélica “muy conservadora” donde, dice, no se concebía otra cosa que la familia tradicional hétero-cis, y donde la educación estaba subordinada a los preceptos religiosos
“No puedo decir que soy de esas personas trans que saben desde pequeñas que su sexo asignado al nacer no es el correcto, pero siempre me chocó mucho todo lo que tenía que ver con los géneros, que me impusieran hacer cosas ‘de hombre’… Siempre me sentí andrógina”, dice.
Esa sensación -que los psiquiatras han bautizado disforia de género, la discordancia entre el sexo biológico y la identidad de género autopercibida- no paró de crecer hasta que durante la pubertad, la incomodidad de tener que llevar una vida como hombre fue demasiado grande. “Los años de mi adolescencia fueron difíciles porque la disonancia con mi cuerpo empezó a ser mayor. Experimentaba cambios propios de la edad y yo los rechazaba, no me agradaba esa evolución, pero a la vez sentía que tenía que aceptarlos estoicamente porque era lo que me había tocado ser. No tenía herramientas para entender lo que me estaba pasando o lo que podía hacer”.
Para peor, se sentía completamente alienada de su entorno familiar y social, compuestos por los compañero de su colegio y de la iglesia a la que concurría diariamente, y era conciente que no podía presentarles esta inquietud sobre su identidad sin recibir una reprimenda. Jessica, a esa altura todavía presentándose como un varón, ya fantaseaba poder vivir su vida como una chica, y el rechazo a su género asignado se hizo intolerable. Sabía que algo debía hacer.
“Me di cuenta que tenía que desprogramarme de toda mi educación cristiana evangélica, porque esos valores no coincidían con lo que yo sentía y veía. Fue un proceso de deconstrucción duro, que duró dos años. Empecé a leer sobre la comunidad LGBT+ y percibí que ahí estaba la respuesta que estaba buscando. Al principio me resistía a aceptarlo, quería que no fuese verdad, porque sabía que mi vida iba a ser más difícil, pero entendí que no tenía opción. Yo era trans y tenía que enfrentarlo”.
Plan de evasión
Jessica cuenta que tras pensarlo mucho, tomó la decisión de salir al mundo presentándose como lo que en verdad era, una mujer. Sus padres no sabían nada de la transformación que estaba viviendo su -para ellos- hijo, por lo que tuvo que salir de su casa luciendo como el varón que ellos conocían, pero llevando un bolso con ropa femenina para poder cambiarse una vez afuera. Durante varios meses ese fue su modus operandi para empezar a vivir en libertad.
“Mi vida como mujer era algo totalmente clandestino. Iba a fiestas o marchas vestida como Jessica, y cuando tenía que volver a casa me cambiaba mientras estaba por llegar. Recien en septiembre del año pasado comencé a vivir 24×7 como Jessica. Ese fue el inicio de mi transición”, relata, añadiendo que sus padres al principio no aceptaron su nueva identidad, pero que finalmente se “resignaron”, no sin antes pedirle que “no se hiciera cosas en el cuerpo” y recordarle que la querían “aunque no pudieran cambiarla”.
Estar afuera siendo Jessica la hacía feliz por poder vivir y sociabilizar siendo quien era, pero a la vez, la situación la aterrorizaba. Además de percibir constantemente la mirada reprobatoria de las personas en la calle, sabía que su integridad física corría un riesgo mucho mayor al ser una mujer trans
“Me dio siempre mucho miedo salir a la calle como Jessica, desde la primera vez que lo hice hasta mi día final en Caracas. Es una ciudad donde las personas trans no cuentan con protección alguna, y notas las miradas sobre ti, las burlas… Además sufrí de acoso sexual y hubo situaciones feas en las que hombres me seguían. Eso me aterrorizaba. Nunca me sentí cómoda”.
No solo eso. Jessica empezó a sentir en carne propia la indeferencia por parte del gobierno venezolano en cuestiones básicas para una mujer trans como, por ejemplo, el tratamiento hormonal de feminización. Así lo explica: “En Venezuela es casi imposible conseguir hormonas. Las personas que acceden a ellas lo hacen a través de la Fundación Unitrans, que es una ONG que está completamente al margen del Estado. Otras personas trans las consiguen por fuera de la ley, pero debido a que el precio es muy alto, muchas veces tienen que elegir entre comer y hormonarse”.
Sopesando la imposibilidad de una transición legal, y la transición médica siendo una quimera, Jessica comprendió que su futuro no podía estar en Venezuela. Al no contar con dinero propio, recurrió a Internet para buscar ayuda de la comunidad y extraños. Tal vez ellos serían más compasivos y solidarios. Era, además, un momento en el que realmente necesitaba auxilio: sus padres habían pasado a engrosar la lista de personas que habían abandonado Venezuela buscando un futuro mejor en el exterior. Ellos eligieron relocalizarse en Brasil, pero Jessica, que sufrió semanas buscando un cuarto porque nadie quería alquilarle a una persona trans, sabía que ese no era el mejor país para vivir debido al dramático aumento de transfeminicidios en los últimos años. Entonces escribió el primer tuit de muchos.
“Hola, soy una chica trans venezolana intentando llegar a un lugar más seguro y menos transfóbico. Los costos de migración son altos, y trato de recaudar una pequeña red de seguridad para sobrevivir en Argentina mientras consigo trabajo”, escribió a finales del año pasado en su cuenta de Twitter.
“Había investigado mucho y sabía que Argentina y Uruguay eran las mejores opciones para una persona trans, al contar con leyes de identidad de género de avanzada y un sistema de salud público que nos acompaña para transicionar. En Argentina un amigo me había ofrecido hospedaje, y luego que mi colecta se viralizara involuntariamente porque personas violentas y transfóbicas se empezaran a burlar de mí y me amenazaron muerte, pude recaudar algo de dinero. Más lo que tenía de ahorros y algunos préstamos y ayudas, a los meses de iniciar la campaña tenía el dinero suficiente para venirme a la Argentina. No sabía qué iba a pasar, pero sabía que tenía que irme de Venezuela”.
Argentina, tierra de libertad
Jessica reside desde hace un mes en Buenos Aires, quedándose temporalmente en la casa de unas amigas en San Isidro. Después de muchos años de sufrimiento y opresión, dice, finalmente se siente libre.
“La diferencia entre Venezuela y Argentina la sientes enseguida. Las miradas de gente juzgándote han desaparecido casi complemetamente, no he recibido comentarios transfóbicos ni tampoco acoso. Sé que por supuesto las personas trans enfrentan muchas dificultades aquí también como en todo el mundo, pero camino en la calle y me siento segura. Además a la semana de haber llegado, le escribí al Hospital Durand para ver cómo podía siendo extranjera retomar mi proceso hormonal aquí y a los dos días me respondieron con un turno ya asignado con un endocrino. Fui y ese mismo día ya tenía mis hormonas”, dice contenta, aunque lamenta que la lista de espera para las cirugías de reasignación de género sea de varios años, un plazo mucho mayor del que esperaba.
De todas formas, Jessica planea quedarse en Argentina e ir a la Universidad -todavía no decidió si estudiará Letras o Psicología- y está en la búsqueda de un trabajo ya que, confiesa, sus ahorros se están comenzando a acabar. “Quiero trabajar y compaginar eso con mis estudios, así puedo tener una base para poder vivir aquí. Fui profesora de inglés en Caracas y puedo traducir también”, explica, aunque aclara que está dispuesta a trabajar en cualquier rubro que le permita ganarse la vida honradamente.
Para finalizar, le preguntamos a Jessica si cree que en algún momento podrá ver en su país las mismas leyes que se han aprobado en la Argentina en favor de las personas LGBT+. Su respuesta es optimista. “Creo que sí es posible. Claramente la situación no es fácil porque el gobierno es muy conservador, pero el colectivo LGBT+ de Venezuela tiene que seguir luchando, ya sea de manera individual o colectiva. Yo hace 3 años soñaba con estar aquí y me parecía algo completamente imposible, y ahora mírame. Por eso, hay que seguir trabajando y organizándonos para lograr un país mejor y un futuro mejor para todos. No hay que rendirse”.