“Ansiaba la victoria, pero a este precio hubiera preferido la más humillante de las derrotas”. La frase le pertenece a Ernesto Duchini, entrenador de la Selección juvenil argentina, luego de haber sido testigo presencial de la tragedia con más muertos en un estadio de fútbol, ocurrida el 24 de mayo de 1964. Este domingo se cumplen 58 años de este hecho vivido en Lima, en el torneo preolímpico para clasificar a los Juegos de Tokio. Y todavía la historia encierra muchas cuestiones sin datos precisos.
Por: Clarín
El número de fallecidos nunca fue determinado con seguridad. Oficialmente se habló de 312 muertos y al menos 500 heridos. Sin embargo, otra versión apunta que fueron no menos de 328 personas las que perdieron la vida en el Estadio Nacional, donde ese día jugaban los combinados juveniles de Argentina y de Perú por un boleto en los Juegos.
El equipo albiceleste, que entre sus jugadores destacados tenía a Roberto Perfumo, al arquero Agustín Mario Cejas y a Héctor “Pochín” Ochoa (falleció este martes 19 de mayo, a los 77 años), había ganado sus cuatro partidos y un triunfo le aseguraba la clasificación. Los peruanos, en tanto, sumaban dos triunfos y un empate y buscaban ganar para encaminarse.
Argentina se puso en ventaja a los 18 minutos del segundo tiempo, con un gol de Néstor Manfredi. Perú, que con ese resultado veía desaparecer sus chances, pudo haber empatado, pero su gol fue anulado y desde ese momento todo se desmadró de un modo incontrolable.
¿Qué pasó? A 10 minutos del final, un pase largo viajó desde la derecha al centro del área argentina. La pelota superó a Perfumo y cayó donde estaba Horacio Morales, que intentó despejarla. A su lado se encontraba el delantero peruano Víctor Lobatón, que fue a la carga. El balón impactó en la planta de su botín y se le metió a Cejas. Toda la cancha gritó el gol que no fue porque el árbitro uruguayo Angel Eduardo Pazos lo anuló por infracción de Lobatón sobre Morales.
“Fue foul sobre la punta izquierda del ataque peruano. Morales era el ‘4’ y le metieron un planchazo. La pelota salió muy velozmente hacia el arco y Cejas no pudo agarrarla. Se introdujo adentro del arco. Era el empate que podía eliminar a Brasil y clasificaba a Perú. Ahí se armó la hecatombe”, le contó Ochoa a Página 12.
Las tribunas tenían capacidad para 47 mil espectadores, aunque se estima que había mucha más gente de la que se permitía ingresar. Todo estaba desbordado. Los hinchas peruanos, al igual que los futbolistas, le reclamaron al juez uruguayo. Luego de unos minutos, todo se calmó y el juego se reanudó.
Un hombre carga a un niño luego de la estampida en pleno partido entre juveniles de Argentina y Perú, en Lima, en mayo de 1964.
Foto: AFP
Un hombre carga a un niño luego de la estampida en pleno partido entre juveniles de Argentina y Perú, en Lima, en mayo de 1964. Foto: AFP
Un barrabrava de la época, que solía invadir el campo de juego cuando estaba disconforme, se metió en el terreno del Estadio Nacional. Se trataba de Víctor Vásquez Campos, alias “El Negro Bomba”. La Policía lo sacó de buena manera, pero el ambiente ya era una olla a presión.
“La tensión se hizo más intensa en las tribunas, sobre todo en las Oriente y Norte. Desde la primera ingresó otro aficionado, Germán Cuenca, con un pico de botella en la mano”, relató Efraín Rúa, periodista peruano autor del libro “El gol de la muerte. La Leyenda del Negro Bomba y la tragedia del estadio”, a la agencia Diarios Bonaerenses.
Cuentan que los policías esta vez fueron más violentos y mientras intentaban sacar a este simpatizante que quería agredir al referí, el Negro Bomba volvió a saltar al césped. Y ahí todo se fue de las manos: los oficiales lo golpearon y lo atacaron con los perros y eso generó una invasión masiva. La respuesta fue una represión descarnada, con gases lacrimógenos a mansalva, que provocaron estampidas en las tribunas.
Decenas de personas corrieron hacia las salidas. La mayoría de los accesos estaban cerrados: una trampa mortal. Muchos murieron aplastados o sofocados. La mayoría de los muertes se produjeron en las puertas 10, 11 y 17. La desesperación se adueñó de la escena durante un largo rato. El partido se dio por suspendido a cinco minutos del final. Algunos hinchas comenzaron a enfrentarse con la Policía y prendieron fuego butacas de madera.
El caos y el horror siguieron afuera de la cancha. Saqueos, robos, destrozos y más vidas perdidas en las calles. Llegaron refuerzos y todo fue una verdadera batalla en las inmediaciones. Algunas crónicas de los días posteriores detallaban que el 80 por ciento de los muertos fueron hombres, la gran mayoría de ellos jóvenes, de entre 18 y 22 años; y que el 10 por ciento fueron niños y otro porcentaje similar, mujeres.
Hubo siete días de duelo nacional en Perú y el Gobierno decretó una ley para suspender las garantías individuales por 30 días. El Negro Bomba fue detenido a los dos días del hecho por la Guardia Civil. Hubo otros 50 detenidos, entre ellos el comandante Jorge de Azambuja, quien estaba a cargo del operativo. Admitió que ordenó arrojar las bombas de gases y recibió una condena de apenas 30 meses. Esa fue la única condena firme en el caso.
En lo deportivo, Argentina se consagró campeón de ese preolímpico y Perú fue a jugar un repechaje con Brasil en Río de Janeiro, donde perdió.
Benjamín Castañeda fue el primer juez de la causa. Señaló a Juan Languasco, ministro del Gobierno de Fernando Belaúnde Terry. “El país vivía una situación de confrontación social muy fuerte. El gran reclamo de la gente era la realización de una reforma agraria. Belaúnde Terry había prometido la nacionalización de yacimientos petroleros y la reforma agraria. Y a los diez meses de su gobierno no había logrado cumplir ninguna. Ese mismo 24 de mayo se declaró ilegal la huelga bancaria. Las calles estaban copadas por policías”, contextualizó Rúa.
El juez aseguró años posteriores que hubo muchas más muertes que las que se dijeron, puesto que sostenía que se habían utilizado presos para enterrar cuerpos en cementerios clandestinos, que serían de las víctimas por las balas policiales en las afueras de la cancha. Y alentó la teoría de que no se trató de un mal accionar de la Policía por error, sino que todo tenía que ver con un plan represivo del gobierno de turno para atemorizar a los ciudadanos que por esos días se manifestaban en masa.
A 58 años, hay heridas que no cierran y culpables que no pagaron por tanta muerte.