Hemos dicho que sobrevivencia es hoy el modelo de conducta económica de más de 90% de nosotros, de los cuales tres cuartos lo practican en pobreza extrema. Pero existe otro sobreviviente aun más notorio: el régimen, que también es pobre, ciertamente no sus bolsillos individuales, pero que como administrador ha aprendido a sobrevivir con sus menguados recursos. Hace unos doce años, por exportación petrolera recibía $180 millones diarios, hoy, no obstante los elevados precios del barril, apenas $36 millones. Su economía perdió el 80% de su masa muscular, carece de inversión, financiamiento bancario y crédito internacional. Sobrevivir, en su caso, significa mantenerse en el poder y hasta ahora ha tenido éxito.
Valiéndose de la dolarización sobrevenida, de la obligada libertad cambiaria y abriéndose a la liberalización importadora ha creado una burbuja de actividad económica que lo congracia con el reducido segmento de venezolanos con capacidad de compra. Eso y atisbos de mínimas liberalidades a la economía de mercado le bastan para alardear de recuperación. Pero lo realmente importante, es que aun en su pobreza pretende sobrevivir sin hacer concesiones políticas, manteniendo incólume su desprecio por cualquier intento de democratización, como lo ha revelado su reciente postura ante las posibles negociaciones en México, la farsa de un nuevo TSJ o la liberación de presos políticos.
Este régimen, también inmensamente pobre en capital político, rechazado masivamente por los venezolanos, hará lo imposible por impedir elecciones libres. Su propósito de eternizarse en el poder, es atizado aun más agudamente por la amenaza de captura que pende sobre la cabeza de sus capitostes. O sea, de cualquier modo, mantenerse en la madriguera a salvo de instancias judiciales en el resto del mundo. Tal es la naturaleza del adversario frente al cual tendremos que concebir un sólido frente democrático que sea capaz de desafiar todas sus artimañas si aspiramos a un cambio en 2024.