Con combates y bombardeos cada vez más sangrientos y cercanos en la región del Donbás, muchos de los que se resistían hasta ahora a marcharse se han subido en los últimos días a los trenes ucranianos de evacuación. El destino de la mayoría es la incertidumbre.
“No queríamos irnos pero no queda más remedio porque todo es cada vez más peligroso”, explica Roman, que salió el jueves de Slóviansk con su madre poco después de un ataque -esa misma mañana- contra un mercado cercano a su vivienda. Hubo seis heridos.
Slóviansk es uno de los objetivos de Rusia en la cuenca minera después de controlar Severodonetsk. Aunque el frente está todavía a una decena de kilómetros los continuos bombardeos rusos ya han afectado al suministro del gas, la electricidad y el agua. Los muertos por ataques a zonas residenciales son frecuentes.
EVACUACIÓN DESDE POKROVSK
Tanto Roman como su madre, Olga, viajan en el tren gratuito para evacuar a personas del Donbás que sale de la localidad de Pokrovsk y conecta con Dnipro y Leópolis, ciudades en la retaguardia que no han resultado tan afectadas por la guerra.
“Slóviansk está bastante destruida y no queríamos esperar a que fuera tarde. Teníamos que irnos”, explica Roman a Efe en Dnipro, la primera parada del viaje. Y su madre agrega: “A las 11.00 se produjo el ataque y decidimos marcharnos enseguida”.
Los dos viajan casi con lo puesto. Olga se llevó a su gato, que duerme en el asiento vecino, un par de vestidos y el pasaporte. “Si hubiéramos tenido dinero nos hubiéramos ido antes”, confiesa Roman.
“Hay todavía mucha gente en la ciudad, son personas que no han tenido la posibilidad de irse hasta ahora. Algunos no tienen parientes, están enfermos o no cuentan con nadie que se ocupe de ellos”, describe Olga la situación allí.
Aquellos que como Olga y Roman dejan atrás sus hogares han aguantado durante semanas en localidades con el frente cada vez más cerca, a veces con la esperanza de que lo peor no iba a llegar.
Slóviansk ya fue objeto de feroces combates y asedios en 2014, cuando fue tomada por las fuerzas separatistas respaldadas por Rusia y reconquistada más tarde por el Ejército ucraniano tras un cerco.
DESTINO: LA INCERTIDUMBRE
Muchos de los que se marchan no tienen muy claro adónde ir, y algunos solo llevan un número de teléfono o un papel con la dirección de una ONG que puede echarles una mano.
Olga, una jubilada de 63 años, y Roman, de 40 años, y que antes de la guerra estaba en paro, quieren ir a Alemania porque creen que allí dispondrán de una buena atención médica. Roman sufre de un problema en los riñones que requiere tratamiento especializado.
Su enfermedad supone una exención para salir del país, algo que los hombres de entre 18 y 60 años no pueden hacer. Ninguno de ellos sabe alemán ni inglés ni tienen una idea clara de cómo llegar a Alemania.
Olena y su hija Yulia comparten tren y una historia similar con Olga y Roman. Ellos huyen de Myrnohrad, al este de Pokrovsk, adonde habían vuelto desde Polonia.
El motivo para volver era que su médico allí conocía mejor a Yulia, de 18 años, que sufrió en Polonia un aborto al poco de llegar, en las semanas iniciales de la guerra. En Polonia, se queja Olena, no recibieron la atención que esperaban, así que regresaron.
Yulia mira al suelo sin intervenir mientras su madre cuenta su historia por ella.
Muchos de su localidad también se marcharon en los primeros días de la invasión, recuerda Olena. “Pero regresaron. Fueron a Leópolis o al extranjero, se les acabó el dinero y regresaron”, afirma.
“Siento mucho dolor al irme, pero vivir allí ya no es posible, está todo cerrado, todo lleno de cristales rotos por los bombardeos, ya no hay gas y la luz viene y va. Era mucho estrés y cada vez las explosiones sonaban más cerca”, resume Olena.
“Es duro irse por segunda vez”, reconoce. “Tampoco sé si podré volver”, agrega con la voz rota.
A pesar de los riesgos, es frecuente que muchos se resisten a abandonar sus hogares pese al llamamiento de las autoridades. Algunos dejan la decisión para el último momento, otros para cuando ya es demasiado tarde.
En otro compartimento, Svetlata, una cocinera jubilada de 66 años, relata que también se fue de Pokrovsk con lo mínimo. Apenas un par de mudas de ropa, el pasaporte y algunos medicamentos.
Svetlata se dirige a Polonia, donde vive su hija y su marido, porque ya oye “el ruido de la guerra” acercarse a su localidad. Pese a mostrarse resignada a su destino no oculta que adaptarse a una nueva realidad es difícil a su edad.
“Preferiría quedarme en mi casa, en mi país, a ser una extranjera. Pero no nos han dado a elegir. Es muy, muy duro”, afirma con una sonrisa triste.
Poco después se indigna porque tras una vida trabajando tiene una pensión que no le da ni para los gastos más básicos.
“Mi pensión es de 2.100 grivnas al mes (56 euros). ¿Cómo puedo vivir de eso? Nos dicen: vete, que aquí es peligroso. Pero, ¿adónde?”, critica.
EFE