Científicos de la Universidad de San Pablo analizaron a más de 11.000 atletas. Aún luego de cuadros leves o asintomáticos, el 3% tuvo problemas para volver a entrenar
El Long Covid-19 o Covid-19 prolongado se ha convertido es una de las afecciones más nombradas posteriores a la infección. La persistencia de síntomas a largo plazo es una condición que preocupa a los científicos y que han analizado, y aún prosiguen, desde diferentes frentes.
Por Infobae
Ahora, investigadores de la Universidad de San Pablo (USP), en Brasil, concentraron sus esfuerzos en observar qué ocurrió con los deportistas de alta competencia, tanto profesionales como amateurs.
En ese marco analizaron datos de 43 artículos científicos que describen los efectos del COVID-19 en profesionales o practicantes habituales de deportes y concluyeron que aún si la enfermedad fue asintomática o leve, como ocurrió en la gran mayoría de los casos (94%), alrededor del 8 % de los afectados tenían síntomas persistentes que afectaban su rendimiento y que potencialmente impedían volver a entrenar y competir. Los datos que analizaron se referían a unos 11.500 deportistas, entre aficionados y profesionales de alto rendimiento. Los resultados se publicaron en el British Journal of Sports Medicine.
“Analizamos datos de casos agudos para evaluar las manifestaciones y la gravedad, así como los síntomas persistentes informados después de que el virus había sido eliminado del organismo. Este alcance es más amplio que lo que se conoce generalmente como COVID prolongado. El artículo ofrece un compendio real sobre el tema y puede ser utilizado como guía por los profesionales que brindan atención médica a los atletas”, declaró Bruno Gualano, profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad de São Paulo (FM-USP) e investigador principal del estudio.
Según el documento, el 74% de los atletas presentaron síntomas durante la etapa aguda. Los más comunes fueron pérdida del olfato y/o gusto (46,8%), fiebre o escalofríos (38,6%), dolor de cabeza (38,3%), fatiga (37,5%) y tos (28%). Solo el 1,3% progresó a la forma grave de la enfermedad. “Esta es una proporción similar al promedio de la población total”, señaló Gualano, y agregó que “es más difícil comparar el porcentaje de casos asintomáticos. Muchas personas comunes están infectadas pero tienen síntomas tan leves que simplemente no se informan como casos confirmados. Los atletas tienen que ser examinados y evaluados todo el tiempo, por lo que los casos leves se diagnostican con mayor frecuencia”, explicó.
Los hallazgos más innovadores del estudio, en su opinión, ”se relacionan con lo que sucede después de la etapa aguda: entre el 3,8% y el 17% de los atletas involucrados tenían síntomas persistentes, incluida la pérdida del gusto y /u olfato (30%), tos (16%), fatiga (9%) y dolor torácico (8%). Encontramos que el 3% desarrolló intolerancia al ejercicio -continuó Gualano-. Este no es un trastorno grave o potencialmente mortal, pero en el mundo del deporte puede ser un problema. Para los atletas de élite, cualquier diferencia en la preparación puede determinar quién gana medallas porque la competencia es feroz”.
Los protocolos adoptados actualmente por las confederaciones deportivas suelen autorizar el regreso a la actividad solo cinco o seis días después de que desaparezcan los síntomas de la COVID-19. En opinión de Gualano, sin embargo, “el estudio muestra que no todos los atletas están en condiciones de retomar los entrenamientos después de un período tan corto. Idealmente, los deportistas deben ser evaluados cuidadosamente, y si hay síntomas persistentes, puede ser necesario asegurarse de que el entrenamiento sea ligero por un tiempo, o incluso retrasar la reanudación hasta que se resuelvan todos los síntomas”, completó.
Aunque estudios anteriores sugirieron que el COVID-19 aumenta el riesgo de miocarditis (inflamación del músculo cardíaco debido a una infección) para los atletas, la revisión no lo confirmó. “En los estudios que incluyeron un grupo de control, no pudimos encontrar una relación causal entre la infección y los problemas cardíacos. Posiblemente los deportistas ya tenían miocarditis y solo se descubrió porque se realizaron pruebas de imagen cuando se les diagnosticó COVID-19 -analizó Gualano-. Sin embargo, la falta de evidencia no significa que no exista tal relación. Se necesita más investigación sobre este asunto”.
Otros vacíos en esta área de conocimiento deben ser llenados por investigaciones futuras, según sugiere Gualano. Uno es el impacto de Ómicron y sus subvariantes en atletas y deportistas, dado que la mayoría de los artículos analizados se produjeron antes de su aparición.
“Un número menor de atletas que acuden a nosotros parecen tener síntomas persistentes, pero no sabemos si esto se debe a la variante, a la vacunación o a la inmunidad previa. Tampoco sabemos qué tan bien las vacunas en uso protegen a las personas contra las subvariantes de Ómicron. Necesitamos seguir estudiando a los deportistas en esta nueva fase de la pandemia”, concluyó.