En la década del 90 no existían Peaky Blinders, ni The Crown, tampoco Sex Education ni Downton Abbey. Sin embargo, los británicos eran testigos de un melodrama en vivo y en directo, con mucho de intriga, poco de romance, algo de acción y sobre todo, un final impredecible. Se trataba de la historia de amor, desamor, traición, infidelidad y conveniencia entre Carlos, el príncipe heredero y Diana, la reina de corazones.
Por infobae.com
Lo que el 29 de julio de 1981 comenzó como un matrimonio de ensueño, con una boda vista por 750 millones de personas, había virado a una pareja que se detestaba sin disimulo. Y lo increíble es que habían roto esa ley no escrita pero respetada a rajatabla por los Windsor que dictaminaba que, ante los problemas familiares, “nunca te quejes, nunca des explicaciones”.
Once años después de la boda, el 15 de junio de 1992 se publicaba la biografía Diana: su verdadera historia. Aunque escrita por Andrew Morton era un secreto a voces que la princesa había sido su -como decimos en la jerga periodística- “fuente fidedigna”. En el polémico libro se mencionaban sus dos embarazos y cómo la llegada de William tuvo que ajustarse a las actividades deportivas del príncipe Carlos. “El niño llegó, con mucha emoción. Todo el mundo estaba en las nubes de la alegría: habíamos encontrado una fecha en la que Carlos podía dejar su caballo de polo por mí para dar a luz. Fue estupendo, me sentí muy agradecida”, se puede leer en el libro escrito por Morton.
En Diana, además se narraba que la princesa estaba deprimida, que sufría bulimia nerviosa, que su marido la engañaba y que había pensado en suicidarse hasta en cinco ocasiones. El libro causó tal furor que en un solo día agotó su primera edición de 100.000 ejemplares. Para los lectores, la publicación era irresistible. Nadie nunca había hablado con tanta crudeza de la infelicidad en Buckingham.
Ante el éxito editorial ni la Reina ni ninguna persona de su entorno realizaron comentarios sobre lo publicado. Se limitaron a asegurar que Diana no había cooperado de “ninguna manera” con la explosiva biografía. En los días siguientes, la pareja se presentó en las tradicionales carreras de Ascot y asistió a la boda de lady Helen Windsor y Tim Taylor. Para algunos era una nueva muestra de la famosa “flema británica”, para otros un intento desesperado de “barrer la mugre bajo la alfombra”.
Con el correr de los días, el “efecto Morton” no solo no se diluyó sino que acrecentó el recelo que los británicos ya sentían por el heredero de la corona. Muchos comprendían y aplaudían la decisión de Carolina de Mónaco que cuando ambos eran solteros lo rechazó por aburrido. No eran tiempos deconstruidos y ese príncipe de orejas algo desproporcionadas, que amaba la poesía y la ecología y se sentía intimidado por su padre, no parecía lo suficientemente fuerte para acceder al trono.
Carlos decidió que era momento de dar su versión y salir de ese rol pasivo donde lo habían ubicado. Pese a que sus amigos, familiares y hasta su amante Camila le aconsejaron que no hablara, decidió hacerlo. Así se gestó el documental para televisión The private man, the public role. Se emitió el 29 de junio de 1994 y la excusa fue conmemorar el 25 aniversario de su investidura. La producción duró 18 meses, se realizaron 180 horas de grabación para una emisión que duró dos horas y media. El documental fue visto por 13 millones de personas. En las imágenes emitidas aparecía el príncipe en visitas oficiales a distintos países, declaraba que todas las religiones son tan importantes como el anglicanismo y sugería que Gran Bretaña incorporara no el servicio militar pero sí algún servicio comunitario para los jóvenes.
El momento “que todos esperaban” llegó cuando el periodista le preguntó al príncipe si había tratado de ser “fiel y honorable” en su matrimonio. “Sí … Hasta que el matrimonio se rompió irremediablemente, ambos lo intentamos”, fue su respuesta y agregó: “Siempre he tratado de hacerlo bien y de hacer lo correcto por todo el mundo”. Diplomáticamente, el príncipe admitía que era infiel. Más de un británico se preguntó “si no cumple con sus deberes como esposo ¿cómo cumplirá los de monarca?”. Si era feliz o no en su matrimonio poco importaba. Era preferible un rey infeliz a un rey infiel.
Al día siguiente de la emisión del programa, las repercusiones no fueron las que esperaba el príncipe. Una encuesta encargada por el diario The Sun mostró que dos de cada tres británicos consideraban que “no era apto para ser rey”. The Washington Post aseguró que documental seguía “el tono de una película de propaganda en tiempos de guerra: obsequioso y elaboradamente halagador”. The Times aseguró que solo había sido “un ejercicio de relaciones públicas para restaurar la imagen del príncipe” y The Independent escribió un lapidario “se vio un príncipe privilegiado y autoindulgente aunque se esforzaba por minimizarlo”.
La admisión de adúltero ante las cámaras asombró a todos, pero quizá no a Diana. La misma noche que se emitía el documental participó de una gala benéfica donde lució el icónico atuendo que pasó a ser conocido como “el vestido de la venganza”. Negro, escotado y corto era una declaración perfecta de la libertad, la confianza y la sensualidad que quería proyectar.
Cuando los británicos pensaban que quizá la novela Diana-Carlos había terminado tuvieron un nuevo capítulo. El 4 de noviembre de 1994 se publicó The Prince Of Wales: An Intimate Portrait, la biografía autorizada del príncipe Carlos escrita por Jonathan Dimbleby. Allí el heredero “prendía el ventilador”. Aseguraba que lo habían presionado para casarse con Diana y engendrar un heredero. Que al tiempo de casarse había descubierto que su joven esposa era bulímica y que lo ridiculizaba sin piedad.
No solo contó lo que para ese momento ya era un secreto a voces -que era su infeliz matrimonio-, también reveló detalles complejos de su familia. Narró su infancia fría y solitaria, cuando pese a títulos y honores era el objeto de burla de sus compañeros. Fue por más y retrató al príncipe Felipe, más que como un padre como una especie de matón que con su personalidad avasallante lo intimidaba.
Cuando a Felipe le preguntaron por el libro contestó escuetamente: “Nunca discuto cuestiones privadas y creo que la reina tampoco. Muy pocos miembros de nuestra familia lo hacen”. Y ante la pregunta de si la biografía había a contribuido a erosionar toda la mística que rodeaba a la realeza, aseguró que “Si ha durado un milenio será porque no es tan mala”. Ya sin cámaras se refería a la obra como el “indigesto libro”. Ana, Andrés y Eduardo, hermanos de Carlos también se habían mostrados enojados con la biografía.
A la reina Isabel II, su hijo no la cuestionó como monarca pero sí como madre. La presentó como un ser ausente y distante. A ella al parecer, no le importó tanto lo que su hijo publicó sino cuando. Las peripecias que su hijo contó justo se publicaron cuando ella realizaba una gira por Rusia y opacaron su tarea. Preocupado por las repercusiones, el entonces ministro de Asuntos Exteriores, Douglas Hurd, desde Moscú afirmaba que “Todas estas historias de que la República está llamando a nuestra puerta son tonterías” pero, añadió: “Hay que pararlas”.
Pese a la polémica el príncipe Carlos, según dejaron trascender sus colaboradores, no experimentaba el menor remordimiento por haber colaborado con Jonathan Dimbleby en la redacción del libro. Calificaba el texto final como “equilibrado”.
Diana tampoco se quedó quieta con la imagen que el libro proyectaba de ella. A la afirmación de Carlos sobre un matrimonio por conveniencia contestó divulgando fotos donde los veía jugando felizmente en una playa de las Bahamas durante un viaje en 1982. No conforme decidió ir por más. En el medioevo las guerras eran en el campo de batalla, a principios del siglo XXI la batalla es en las redes sociales y los guerreros son los followers actuales, a fines del siglo XX el combate se daba en un territorio hoy opacado: la televisión. Allí batallaría ella, comenzó a gestarse la entrevista que en 1995, le daría a Martín Bashir.
En la polémica charla, 23 millones de personas escucharon contar a la princesa que “había tres personas en su matrimonio” en referencia a la relación que Carlos mantenía con Camilla Parker Bowles- y reconocía mantener ella misma una aventura. Habló de sus desórdenes alimenticios, “Tuve bulimia durante varios años. Y eso es como una enfermedad secreta. Te la infliges a ti misma porque tu autoestima está en un punto bajo, y no crees que seas digna o valiosa”. Reconoció que “me infligí dolor a mí misma y me lesioné brazos y piernas”. Admitió que con el libro de Morton la familia real “se sorprendió, se horrorizó y se decepcionó mucho” y que “el libro de Dimbleby fue un shock para mucha gente y también una decepción”.
Después de esa entrevista, la reina decidió que los trapitos al sol del desavenido matrimonio de su hijo ya le habían hecho demasiado daño a la credibilidad de los Windsor. Lo consultó con el arzobispo de Canterbury y les escribió una carta a cada uno de los príncipes de Gales instándolos a que se divorciaran cuanto antes. El acuerdo se concretó el 28 de agosto de 1996, a quince años de la llamada boda del siglo. La princesa moriría en París exactamente un año más tarde, el 31 de agosto de 1997.
Desde entonces, Carlos jamás volvió a dar largas entrevistas sobre su vida privada ni se publicaron nuevas biografías autorizadas. Con Camilla se casaron en abril de 2005 en una ceremonia civil en Windsor. Permanecen juntos, sin escándalos, sin infidelidades, sin cuentos de hadas ni libros escandalosos. Si algo les enseñó la historia es que deben ser felices por ellos y no para que lo crean, vean o lean otros.