El mundo pudo ser muy diferente si ella no hubiese gritado, si no hubiese querido ver la cara de Vladimir Illich Ulianov, Lenin, líder de la revolución rusa, cuando recibía los balazos; si hubiese tenido mejor puntería, si su visión, cercana a la ceguera, hubiese sido mejor y si Lenin no hubiese girado al escuchar su nombre gritado por la mujer de la pistola, todo lo por venir acaso no hubiese llegado.
Por infobae.com
Fueron tres balazos. La tarde del 30 de agosto de 1918, hace ciento cuatro años, Feiga Jaimova Roytblat-Kaplán, más conocida como Fanya o Fanny Kaplán, esperó a Lenin a la salida de una fábrica de armas de Moscú, donde el hombre fuerte de la revolución bolchevique había dado una arenga cargada de contenido: Rusia, que todavía no era la URSS, y su revolución flamante se jugaban la vida en una durísima guerra civil, y el proletariado, que según la doctrina leninista tenía en sus manos el futuro de la nación, precisaba ser adoctrinado por el partido, por su vanguardia y por sus líderes.
Fanya Kaplán creía nada de todo aquello: era anarquista, tenía treinta y un años, había conocido el horror de las cárceles del zar y tenía la certeza de que Lenin traicionaba la revolución que todos habían soñado. Había que matarlo, que era el método bolchevique de solucionar las crisis, incluidas las económicas. Lenin había dicho y amenazado: “Mientras no usemos el terror contra los especuladores, matándolos en el acto, no hay nada que temer”, y Fanya lo tomó al pie de la letra.
Cuando Lenin salió al patio de la fábrica, ganado por las primeras sombras del crudo otoño moscovita, Fanya gritó “¡Camarada Lenin!” y disparó su pistola. La primera bala atravesó el abrigo de Lenin e hirió a una mujer, mientras el líder soviético giraba hacia donde venía la voz. La segunda bala le dio en el hombro: estaba dirigida a la cabeza pero Lenin había girado a tiempo. La tercera bala le rozó el pulmón izquierdo.
Herido de gravedad, fue llevado de inmediato al Kremlin. Y allí quedó. Se negó a ser atendido en un hospital porque temió que hubiese estallado un golpe que tenía como principal objetivo su asesinato. Sus médicos lo atendieron, como pudieron, en los dormitorios del Kremlin, de los que Lenin no salió. No fue posible extraerle ninguna de las dos balas. Sobrevivió, su recuperación está fijada el 25 de septiembre en las afueras de Moscú, aunque es muy probable que esas heridas hayan influido en su salud, que se tornó precaria: sufrió luego varios infartos que lo debilitaron y murió cuatro años y cinco meses después, el 21 de enero de 1924, a los cincuenta y cuatro años y con una advertencia que nadie escuchó: “Cuídense de Stalin”.
No hubo testigos del ataque de Kaplán a Lenin. Y si los hubo, callaron. Una multitud esperaba su salida de la fábrica, el atentado fue repentino y veloz y nadie pudo o quiso identificar al atacante. Hubo sí, algunas declaraciones de supuestos testigos muy poco fiables, incorporadas a la investigación. Tampoco hacían falta los testigos. Kaplan lo confesó todo enseguida y con orgullo.
Primero fue interrogada por la cheka, la primera de las organizaciones de inteligencia política y militar soviética, que había sucedido a la inteligencia zarista en 1917, experiencia poco recomendable para cualquier ser humano. Presa de un ataque de histeria, dijo sólo que había disparado a Lenin. La trasladaron entonces a la cárcel de Lubianka, que sería luego la sede de la poderosa KGB, donde fue interrogada por altos funcionarios del gobierno revolucionario que buscaban saber si Fanya era parte de un complot contra Lenin y contra el todavía precario gobierno.
La mujer firmó una confesión escueta, concisa y dramática. Decía: “Mi nombre es Fanya Kaplán. Hoy disparé a Lenin. Lo hice con mis propios medios. No diré quién me proporcionó la pistola. No daré ningún detalle. Tomé la decisión de matar a Lenin hace ya mucho tiempo. Lo considero un traidor a la Revolución. Estuve exiliada en Akatúy por participar en el intento de asesinato de un funcionario zarista en Kiev. Permanecí once años en régimen de trabajos forzados. Tras la Revolución fui liberada. Aprobé la Asamblea Constituyente y sigo apoyándola”. Eso fue todo. La ejecutaron el 3 de septiembre.
El arma que usó Kaplan nunca fue hallada. Sobre el cierre de la investigación y el día antes de la ejecución de Fanya, alguien entregó una pistola sobre la que nadie pudo asegurar que fuese la usada en el atentado. En 1958, el comandante del Kremlin, Pável Malkov confesó haber matado a Kaplán en el patio del edificio de la Lubianka y por orden del Yákov Sverdlov, el gran organizador del partido bolchevique que era considerado “el diamante de la revolución”.
La historia de Fanya Kaplán remite a muchos sitios conocidos hoy por la guerra desatada por Vladimir Putin sobre Ucrania. Había nacido en Volinia, la histórica región del oeste de Ucrania en 1887, no hay registro de la fecha de su nacimiento. Era hija de un maestro judío y una más entre ocho hermanos. Fue educada en su casa y muy joven dejó el hogar familiar y fue a trabajar en una fábrica de Odessa, donde empezó a militar enseguida en grupos anarquistas, antes de unirse al Partido Social Revolucionario. En diciembre de 1906, a los diecinueve años, participó junto con dos compañeros anarquistas, de un atentado fallido contra el gobernador de Kiev en el que murió una mujer, porque la bomba destinada al funcionario estalló en el hotel en el que vivían los anarquistas. Fue condenada de por vida a un campo de trabajo en Akatúy, Siberia, y pasó luego a la prisión de Máltsev, también en Siberia, que era el sitio destinado a las mujeres condenadas. De alguna forma estuvo librada de los trabajos forzados, junto a otras sesenta mujeres anarquistas como ella, o socialistas, que aprovecharon el encierro para profundizar su formación política.
En 1909 sufrió una ceguera temporal y quiso suicidarse. La salvaron sus compañeras de presidio que le enseñaron a valerse sola y a leer en braille. Tres años después estaba ciega, o así lo aseguró, y fue trasladada a la prisión de Akatúy, que recordó en su confesión. Allí, uno de los médicos intercedió por ella, se sometió a un tratamiento y recuperó parte de la visión. Cuando la Revolución de febrero de 1917 puso fin al imperio ruso, abdicó el último de los Romanov, Nicolás II, y el Gobierno Provisional dictó una amnistía, Kaplán fue liberada y se instaló en Moscú junto a una compañera de presidio. En abril de 1917 viajó a Crimea para seguir su tratamiento médico y dos meses después siguió su batalla contra la ceguera en Járkov.
Para entonces, Lenin complotaba contra el gobierno revolucionario para instalar su propia idea de la revolución. Había nacido en 1870 y empezó muy joven su lucha contra el zarismo, cuando su hermano fue ejecutado en 1887 por conspirar para asesinar al zar Alejandro III. Estudió derecho y ejerció en Petrogrado, que hoy es San Petersburgo, donde se asoció a grupos marxistas, entre ellos la “Unión para la Lucha por la Liberación de la Clase Obrera”, que le valió cárcel por un año y el exilio en Siberia. En 1903 fundó en Londres el partido Obrero Socialdemócrata Ruso, que nació partido en dos entre los bolcheviques leninistas, defensores del militarismo, y los mencheviques que impulsaban una vía democrática hacia el socialismo. Esas fuerzas, entre otras, se enfrentarían en la guerra civil que siguió al golpe que, en noviembre de 1917, según el calendario gregoriano, 25 de octubre para el calendario juliano que regía en Rusia, llevaron a Lenin al poder.
El conflicto entre social revolucionarios y bolcheviques alimentó la decepción de Kaplán. El golpe de octubre la desilusionó todavía más. Viajó a Simferópol, una ciudad de Crimea donde se había formado un gobierno rival de los bolcheviques, formado por otras facciones socialistas. Allí consiguió un trabajo bien pagado en la administración municipal. Trabajo, buen sueldo y una visión recuperada le dieron algunas esperanzas de una vida mejor. Pero en enero de 1918 los bolcheviques se adueñaron de la ciudad, disolvieron todas sus instituciones y Fanya se quedó sin trabajo y sin futuro. Decidió entonces tornar al terrorismo. Volvió a Moscú, pero ya no buscó trabajo. Nadie sabe qué fue de su vida entre marzo y septiembre de 1918, pero su vida ya había quedado atada a los días volátiles que conmovían a Rusia.
Los social revolucionarios a los que Kaplán seguía, tenían el apoyo de los soviets a los que Lenin había calificado como “el único camino hacia el gobierno post revolución”. Los soviets (consejo, en ruso) eran los organismos de lucha popular que organizaban a los trabajadores y, en muchos casos, se erigían como gobierno de alguna ciudad o región. Pero en las elecciones a la Asamblea Constituyente de noviembre de 1917, los bolcheviques no alcanzaron la mayoría absoluta y entonces se acabó el apoyo. Los bolcheviques disolvieron la Asamblea, que es la que apoya Kaplán en su breve confesión, su escueto testamento político, y en poco tiempo más, todos los partidos políticos de Rusia, excepto el gubernamental, fueron prohibidos. Kaplán no dudó: había que matar a Lenin.
Fue a aquella fábrica de armas, tal vez escuchó la arenga del líder soviético, se escabulló hasta la salida, lo esperó, le apuntó con sus ojos gastados, gritó “¡Camarada Lenin!”, y le salvó la vida al tipo que quería matar.