Algunos describen un personaje afable, encantador, alegre, un intelectual perdido en un mundo que no es el suyo, un precursor, amigo sensible, un padre y un abuelo apegado a los suyos. Otros destacan un tren de vida de otra época que habría indignado incluso a sus propios padres, un lunático depresivo, un conservador camuflado bajo la apariencia de un reformista, hasta un activista que, lejos de la neutralidad que se espera de un heredero al trono, habría amenazado el futuro de la corona con sus posiciones públicas. Pero, ¿cuál es la característica principal de ese personaje de 74 años que se apresta a subir al trono del Reino Unido tras al anuncio de la muerte de Isabel II? Sin duda la de ser un hombre nacido con un destino excepcional, pero terminó siendo un súbdito durante toda su vida. Tanto, que será recordado como el heredero que batió el récord de la espera más larga de la historia para subir al trono.
Por: La Nación
De frente, muestra una cara afable aunque un poco cansina, la sonrisa colgada en la comisura de los labios, la mirada atenta y casi maliciosa. De perfil, Su Alteza Real el príncipe Charles Philip Arthur George, príncipe de Gales, conde de Chester, duque de Cornualles, duque de Rothesay, conde de Carrock, barón de Renfrew, Lord de las Islas, príncipe y gran senescal de Escocia, más una serie interminable de condecoraciones militares y privadas (KG, KT, GCB, OM, AK, QSO, PC, ADC) se parece al retrato de un gentilhombre del siglo XVI pintado por Hans Holbein, suspendido de una cornisa del castillo de Windsor. Tiene el porte altivo y la tez bronceada de condottiere apasionado por los combates y dueño de un orgullo sin límites… Sin embargo, esa desenvoltura de fachada, disimula un alma contemplativa y un temperamento afanoso.
Es un espíritu particular, como solo sabe -a veces- producir la deliciosa Inglaterra. A la vez accesible e inaccesible, idealista y práctico, tradicional y radical. Oculto en el bucólico paisaje de Glouchestershire, 200 kilómetros al oeste de Londres, el jardín de su castillo de Highgrove se le parece, asociando lo banal y lo magnífico, lo revolucionario y lo clásico, el orden y el desorden. Lo paradójico de ese sitio ilustra maravillosamente al dueño de casa. De hecho, para exponer su concepción de la monarquía británica, Carlos suele invocar al león y el unicornio del estandarte real. Por un lado el deber, por el otro la imaginación. Esa dualidad se enraiza en una trayectoria que no tiene nada de linear.
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